De v¨ªctima a mat¨®n
No dej¨® que le diera una bofetada sin dar pelea, pero siempre perd¨ªa. Para evitar la masacre se refugi¨® en la biblioteca, donde conoci¨® la poes¨ªa de Cesar Vallejo
ABORRECIDO ISRAEL: Muchos a?os despu¨¦s, cada vez que me encuentro frente a la remota posibilidad de que unos pu?os ajenos se conviertan en mi pelot¨®n de fusilamiento, me acuerdo de aquella tarde remota en que me llevaste a conocer el miedo. Tenemos una cuenta pendiente. He querido empezar as¨ª, garciamarquiano, por un motivo que prefiero no revelar a¨²n. Volvamos al meollo, a la cosa nostra, que ser¨ªa un t¨¦rmino m¨¢s apropiado a esta carta que m¨¢s que blanca se me antoja de serie negra, de v¨ªctima a mat¨®n.
Todo empez¨® aquella tarde remota en ese internado cubano al que llamaban escuela Lenin. Despu¨¦s de comer nos ¨ªbamos al albergue donde la fauna se divid¨ªa en dos especies: los que intent¨¢bamos hacer la siesta y los que os machacabais los m¨²sculos con pesas cutres como presos que se aburren. Y entraste en mi cub¨ªculo donde descansaba junto a uno de esos amigos que en la adolescencia forman la mitad de uno mismo. Fuiste directo a su cama y empezaste a zarandearlo. ?l abri¨® los ojos, recuerdo esa complejidad instant¨¢nea de su mirada: incertidumbre m¨¢s azoramiento m¨¢s somnolencia m¨¢s miedo. Y le diste la primera bofetada. Por gusto. Todav¨ªa recuerdo el sonido, como a chancla mojada contra el suelo. Y en ese instante comprend¨ª dos cosas: que ¨¦l no iba a defenderse, y que enseguida vendr¨ªas a por m¨ª. Porque ¨¦ramos peque?os y diferentes y no hac¨ªamos pesas sino siesta. Enseguida amagaste con pegarme. Detuviste el gesto, luego empezaste a darme golpecitos en el pecho con el pu?o cerrado dici¨¦ndome: ¡°?No quieres unas bofetaditas?¡±. Yo estaba aterrorizado, sab¨ªa que no ten¨ªa ninguna posibilidad, pero te dije que conmigo la cosa era distinta, y agregu¨¦: ¡°Prep¨¢rate, vamos saliendo al pasillo¡±. Hoy aquello me suena a lo mismo que le dijo Jos¨¦ Arcadio Buend¨ªa a Abundio, cuando ¨¦ste quiso humillarlo delante de todos: ¡°Y t¨², anda a tu casa y ¨¢rmate, porque te voy a matar¡±. Solo que fuiste t¨², el gallo alterof¨ªlico, quien machac¨® a un servidor delante del jaleo de 30 entusiastas. ?Por qu¨¦ quise pelear en el pasillo, as¨ª, con p¨²blico? Mi vertiginosa mente aterrorizada pens¨® que la tunda iba a ser dura, y no quer¨ªa que mi cabeza golpeara contra los tubos de metal de las literas.
Durante meses no dej¨¦ que me dieras una sola bofetada sin dar la pelea, pero siempre perd¨ªa, hubo tardes en que me dol¨ªa hasta el acto de parpadear. Pero me pas¨® algo: para evitar la masacre sistem¨¢tica, dej¨¦ de hacer siestas y me escond¨ªa donde no se te iba a ocurrir buscarme: en la biblioteca. Y all¨ª, entre las calladas l¨¢mparas estudiosas, empec¨¦ a leer la poes¨ªa completa de C¨¦sar Vallejo, que ten¨ªa un poema donde dec¨ªa que le daban duro con el palo y duro tambi¨¦n con una soga. Hoy soy un lector fuerte, y puedo memorizar poemas enteros del cholo Vallejo, al que descubr¨ª con solo 14 a?os.
Muchas veces he fantaseado con cruzarme contigo y retarte metaf¨ªsicamente a mi campo de batalla, la biblioteca, all¨ª donde hice pesas con la mente: ¡°Ven y ¨¢rmate, porque te voy a machacar¡±. Te he buscado en Facebook, que nos devuelve a tantos amigos de entonces, pero se resiste a devolverme a un enemigo. Tambi¨¦n he fantaseado con cruzarnos e invitarte a una revancha de verdad, en un descampado y otra vez a mano limpia. Pero me regalaste a Vallejo. ?Sabes c¨®mo termina su gran poema Los nueve monstruos?: ¡°Ah, desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, much¨ªsimo que hacer¡±. Tal vez t¨² y yo ya no tenemos ninguna cuenta pendiente, querido y aborrecido Israel.?
Ronaldo Men¨¦ndez es autor de 'La casa y la isla' (AdN Alianza de Novelas).
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