Los electrodom¨¦sticos inteligentes
Nos sentimos soberanos marcando estrellas despu¨¦s de una compra o de visitar un museo, pero en realidad nosotros formamos parte del producto
ADEM?S, LO QUE TIENE la m¨²sica, esa m¨²sica que ha ido anidando mientras la escuchabas, es que te la puedes llevar. Eso es lo que pensabas, agradecido al salir del local. No pesa nada. No abulta. Te llevas contigo, esta vez, la versi¨®n de Blackbird de Jaco Pastorius. Y en la noche de invierno, la nostalgia c¨¢lida de un lugar al que volver. Al salir, miras el m¨®vil, no deber¨ªas, pero lo miras, no vaya a ser que. Algo hay. La pantalla se ilumina. Ves el nombre del local en que acabas de estar. Un anuncio que te pide la valoraci¨®n. Las cinco estrellas esperando tu veredicto. Desactivas la ubicaci¨®n, deber¨ªas haberlo hecho antes.
La pantalla se vuelve a iluminar. Esa tarde hab¨ªas hecho una b¨²squeda para informarte sobre electrodom¨¦sticos inteligentes. No quer¨ªas comprar nada, sino documentarte sobre ese sector en fulgurante crecimiento, un mercado que va camino de alcanzar a corto plazo los 100.000 millones de euros. Pero en la pantalla lo que aparec¨ªa ahora era la secuela de la b¨²squeda. La oferta de un colch¨®n inteligente con sensores biom¨¦tricos y con conexi¨®n a Internet para vigilar tu sue?o. La cama hab¨ªa obtenido la m¨¢xima valoraci¨®n. All¨ª estaban las estrellas, que en Google llaman los rich snippets. Camin¨¦ cabizbajo hacia casa. Intent¨¦ recuperar la m¨²sica de Pastorius, pero todos mis sentidos estaban concentrados en valorar mis pasos.
El manifiesto m¨¢s reaccionario de las vanguardias art¨ªsticas fue el Manifiesto futurista, obra de Marinetti, en 1909. Daba vivas a la velocidad, glorificaba la guerra, y llamaba ya a destruir ¡°el feminismo¡±. La moda de la valoraci¨®n no fue un invento de Marinetti, pero va adquiriendo la dimensi¨®n de una pesadilla futurista. Un fanatismo de la valoraci¨®n.
En principio, parece una idea ¨²til. El derecho a valorar, por ejemplo, la calidad de un servicio p¨²blico. Podr¨ªa ayudar a detectar ¨¢reas de desidia, maltrato o silencio en administraciones y empresas. Pero tengo la sensaci¨®n de que para nada de esto sirve la valoraci¨®n virtual. Vives la ilusi¨®n de participar, valorando como un loco, de cosita en cosita. Si se trata de algo importante, es decir, cuando te has convertido en un problema, cuando quieres participar de verdad, no puedes, no te dejan. La digitalizaci¨®n, en estos casos, es un muro encofrado de silencio.
Todos son reclamos para valorar. Nos sentimos soberanos marcando estrellas despu¨¦s de una compra o de visitar un museo, pero en realidad nosotros formamos parte del producto. En un chiste de jardineros, le dice el m¨¢s animoso al otro: ¡°?Disfrutemos mientras podamos!¡±. Ah¨ª estamos. Disfrutando mientras podamos. Pero tambi¨¦n trabajamos gratis, adem¨¢s de pagar, al ir valorando compras online o en un centro comercial. Somos los mejores publicistas y expertos que un negocio puede encontrar. Regalamos nuestros gustos, preferencias, curiosidades, caprichos, aficiones. Regalamos itinerarios. Regalamos nuestros pasos.
Lo que es m¨¢s importante: regalamos nuestros sue?os. En el caso de la cama inteligente, una entrega literal.
A esta nueva era del mercado, Shoshana Zuboff la denomina Capitalismo de la vigilancia (The Age of Surveillance Capitalism, Public Affairs, Nueva York, 2019; ver un adelanto en Le Monde Diplomatique de enero). Un estudio m¨¢s que inteligente donde desarrolla el concepto de ¡°plusval¨ªa del comportamiento¡±. Somos usuarios y clientes, y a la vez suministramos la m¨¢s valiosa materia prima. Desde nuestros actos a nuestros pensamientos y deseos. Nuestra geograf¨ªa personal, sean exteriores o la propia habitaci¨®n. Una extracci¨®n automatizada, incesante de informaci¨®n personal. Este capitalismo de la vigilancia, explica Shoshana Zuboff, profesora de Harvard Business School, ¡°parte del principio de que cubrir las necesidades reales de los individuos es menos lucrativo, y por lo tanto menos importante, que vender predicciones sobre su comportamiento¡±.
Al llegar a casa, medito la respuesta contra el espionaje. Por suerte, mis electrodom¨¦sticos son emocionales. Van o no van. Tienen d¨ªas. Eso s¨ª, la casa est¨¢ dotada de un servicio futurista de contraespionaje, con esos cacharros secretos llamados libros. Abro uno de ellos al azar. Vaya. Resulta que F. Scott Fitzgerald, el fino cronista de la alta sociedad, instaba a su hija a que leyese a Marx: ¡°Lee el terrible cap¨ªtulo ¡®La jornada laboral¡¯ de El capital y ya me dir¨¢s si sigues siendo la misma¡±. Caramba. Le pongo cinco estrellas.
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