Perdici¨®n
Cuando muere un pariente se le llora un tiempo, pero la muerte de un ni?o nos destruye hasta el tu¨¦tano
No creo que haya nada m¨¢s opresivo que la b¨²squeda de un ni?o perdido. Los cr¨ªos corren tras un perro cuatro pasos y ya no saben volver. Bastan unos pocos metros. Recuerdo el caso de una amiga que iba con su hijo de la mano, se encontr¨® con un conocido y pararon a hablar. En segundos, un escalofr¨ªo le hel¨® el coraz¨®n. Era la conciencia de que ya no sosten¨ªa la mano del ni?o. Hab¨ªan bastado unos segundos para que desapareciera. Estuvo vagando errabundo hasta la noche. Un polic¨ªa lo llev¨® a comisar¨ªa y all¨ª localizaron a la familia gracias a que ya hab¨ªan denunciado. Mi pobre amiga no ha podido librarse de aquel fr¨ªo mortal en los ¨²ltimos diez a?os y a¨²n a veces se despierta en plena noche llorando desolada. El ni?o solo hab¨ªa dado la vuelta a la esquina. Nada m¨¢s. Eso bast¨® para perderlo.
Toda p¨¦rdida es temible, pero la de un ni?o espanta en grado sumo. Es como si nos robaran la huella que debemos dejar por unos pocos a?os en este mundo. La sola memoria real a la que podemos aspirar. La p¨¦rdida de un ni?o es la experiencia m¨¢s radical de la muerte. Puede morir un pariente o un respetado ciudadano y se le llora un tiempo, pero la muerte de un ni?o nos destruye hasta el tu¨¦tano, es una visi¨®n demasiado pavorosa de la fragilidad de nuestra condici¨®n. Basta doblar una esquina y la lluvia negra nos devora.
Hace poco se public¨® la fotograf¨ªa de un ni?o ahogado tras el naufragio de una balsa. Estaba de rodillas y con los bracitos a lo largo del cuerpo, la cara hundida en la arena. No hay imagen m¨¢s espantosa. Produce un miedo supremo ante la voracidad de la nada. Tal es el horror que tambi¨¦n el dios de los cristianos, s¨ªmbolo augusto de la lucha contra la muerte, se perdi¨®. Sus afligidos padres lo hallaron en el templo. A¨²n hab¨ªa refugios para ni?os perdidos.
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