?Qui¨¦n es el tercero?
La guerra a cuatro bandas que se juega en Europa marcar¨¢ un a?o crucial en la definici¨®n del proyecto comunitario
Mientras los Estados contin¨²an ensimismados en sus quehaceres dom¨¦sticos, el juego pol¨ªtico en tierra europea sigue sufriendo convulsiones tect¨®nicas. La salida interrupta de Reino Unido ha provocado un desplazamiento de placas en los bloques de poder: a la supuesta revitalizaci¨®n del eje franco-alem¨¢n le acompa?a la pugna por entrar en la terna de mando y completar un G3 europeo. La Italia de Salvini ha renunciado a esa funci¨®n, y Polonia, otro posible candidato, prefiere maquinar desde Varsovia el advenimiento de la Internacional Soberanista de Europa con sus colegas de Visegrado.
Durante su breve mandato, Pedro S¨¢nchez ha jugado a ocupar el espacio a la izquierda del eje Par¨ªs-Berl¨ªn: conservadores democristianos, liberales y socialdem¨®cratas dibujar¨ªan, as¨ª, el colorista cuadro de familias pol¨ªticas repartidas por la geograf¨ªa de la Uni¨®n. Pero un inteligente halc¨®n liberal, encarnado en la figura espigada del primer ministro holand¨¦s, Mark Rutte, olfatea la presa aspirando a sustituir a los brit¨¢nicos como dique de contenci¨®n de cualquier reforma que apueste por una verdadera convergencia europea.
Esa idea de convergencia, precisamente, fue uno de los objetivos de la integraci¨®n por los que m¨¢s luch¨® Espa?a: la progresiva equiparaci¨®n de la realidad socioecon¨®mica de los Estados miembros y del bienestar de la ciudadan¨ªa. Frente a ello, contrasta la advertencia de Rutte: ¡°Soy favorable a una zona euro fuerte, pero eso no se consigue a base de transferencias norte-sur¡±. Por lo visto, en su cabeza Europa se divide entre norte y sur, en un revelador eufemismo para no decir ricos y pobres, una relaci¨®n tan metaf¨®rica que, adem¨¢s, se condiciona con ¡°transferencias¡±. ?Qu¨¦ es, entonces, Europa para el l¨ªder de esta especie de Liga Hanse¨¢tica rediviva? Un simple espacio de libre mercado en el que ¡°cada pa¨ªs debe poner su casa en orden¡±.
Rutte no cree en una uni¨®n pol¨ªtica, ni mucho menos en que la solidaridad sea el motor de una integraci¨®n que apueste por la estabilidad, el bienestar y la prosperidad de todos los pa¨ªses miembros. La ambiciosa idea de una identidad colectiva se sustituye, as¨ª, por los consabidos juegos nacionales de poder, y no deja de ser curioso que el oponente m¨¢s firme de esta liga de halcones pertenezca a su misma familia pol¨ªtica. Macron, en su esforzado envite en pro de la integraci¨®n, es un solista perdido en un concierto donde nadie parece tocar su misma partitura. Este juego a bandas que se dirime en Europa marcar¨¢ un a?o crucial en la definici¨®n del proyecto comunitario, mientras en Espa?a, ensimismados en nuestras propias peque?eces identitarias, no pasamos de meras proclamas ondeando sin parar todas nuestras banderas.
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