La cultura de los derechos
Sin el conocimiento de los derechos de los que son titulares los ciudadanos, las sociedades democr¨¢ticas no son sostenibles
Parece de moda sostener que vivimos una nueva etapa de la democracia, caracterizada por la presencia de la indignaci¨®n como motor primario, incluso por el predominio de los sentimientos, emociones o pasiones, frente a la raz¨®n. Abundan las etiquetas: democracia o pol¨ªtica de indignados, democracia reivindicativa o reactiva, o, con la conocida f¨®rmula de Rosanvallon, ¡°democracia de la desconfianza¡± o ¡°contrademocracia¡±.
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Sin embargo, como se ha podido comprobar sin demasiada dificultad ante fen¨®menos como la revuelta de los chalecos amarillos o el conflicto entre taxi y VTC, el fen¨®meno es mucho m¨¢s viejo. Lo saben los estudiantes de primero de Derecho a quienes a¨²n se les habla en clase de la importancia del sentimiento de lo jur¨ªdico, en su variante del sentimiento de lo injusto: el ¡°?no hay derecho!¡± como urphenomenon del Derecho y aun de la pol¨ªtica.
El papel de los cahiers de dol¨¦ances, esos cuadernos de quejas ciudadanas en los que encarn¨® el sentimiento de revuelta que llev¨® a la revoluci¨®n de 1789, es solo un antecedente pr¨®ximo. Las primeras manifestaciones, como la arquet¨ªpica de Ant¨ªgona frente a Creonte, vienen de esa conciencia de humillaci¨®n, de falta de reconocimiento de lo que es ¡ªde lo que creemos que es¡ª nuestro derecho. En el fondo es el mismo leitmotiv que expresara el brocardo summum ius, summa iniuria, que conocen bien los lectores de Michael Kohlhaas, de Heinrich von Kleist, o, m¨¢s prosaicamente, los espectadores de tantos filmes de Charles Bronson o, con un poco m¨¢s de sofisticaci¨®n, de los filmes de Clint Eastwood sobre su Dirty Harry. Desde el punto de vista acad¨¦mico, lo han explicado las teor¨ªas contempor¨¢neas del reconocimiento, de Taylor a Honneth. Es el orgullo herido que reivindica la dignidad propia, aun a costa de sacrificios importantes, como en el caso del suicidio del vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, tal y como explic¨® bien Sami Na?r en La lecci¨®n tunecina.
Esa clave de ¡°lucha por mi derecho¡± es la que aplic¨® el gran maestro Jhering para explicar su versi¨®n del alma del Derecho. Y lo concret¨® en el lema: ¡°Todo derecho en el mundo tuvo que ser adquirido mediante la lucha¡±. En el bien entendido de que esa lucha no consiste solo, aunque desde luego resulta imprescindible, en la confrontaci¨®n social. Porque tambi¨¦n se lucha por los derechos aplic¨¢ndose en su conocimiento, esto es, en la pedagog¨ªa sobre la mejor forma de satisfacerlos y garantizarlos, de conjugar los derechos inevitablemente enfrentados. Por eso, la educaci¨®n b¨¢sica y especializada y la transferencia de conocimientos sobre los derechos humanos, un mandato de la ONU y la Unesco, forman parte de lo que nos gusta llamar cultura de los derechos, que muchos consideramos la base imprescindible para la tarea pol¨ªtica por excelencia, esa permanente paideia que es la formaci¨®n cr¨ªtica de la ciudadan¨ªa.
La educaci¨®n en los derechos es una necesidad b¨¢sica y una prioridad tanto para los poderes p¨²blicos como para los agentes sociales
Las sociedades democr¨¢ticas, que tratan de hacer y vivir m¨¢s y mejor democracia, no son sostenibles sin el conocimiento de los derechos de los que son titulares los ciudadanos, sin la toma de conciencia de su condici¨®n de verdaderos se?ores del Derecho, de se?ores de los derechos. Pero en unas sociedades como las nuestras, en las que impera el atomismo individualista, es preciso educar en la distinci¨®n entre deseos, expectativa, intereses y derechos. Aprender que, incluso los que podemos considerar como nuestros derechos, entrar¨¢n muchas veces en conflicto con derechos de otros. Porque el verdadero test de los derechos es aprender a conocer, respetar y tomar en serio los derechos de los otros. De donde la prioridad pol¨ªtica de educar en la necesidad de conjugarlos, desde el principio b¨¢sico de evitar el da?o a bienes jur¨ªdicos prioritarios, ya sean de los otros, ya sean comunes. Adem¨¢s, los derechos no se adquieren de una vez para siempre, sino que la lucha por su garant¨ªa es una tarea permanente, lo que compromete a todos los ciudadanos ¡ªno solo a los poderes p¨²blicos y los funcionarios¡ª, a una actitud de vigilancia, de control que va m¨¢s all¨¢ del mero uso y disfrute de los mismos. La cuesti¨®n, pues, es c¨®mo formar y mantener despierta esa disposici¨®n.
Esta es la propuesta: fortalecer los instrumentos para que arraigue en nuestras sociedades la cultura de los derechos. Educar espec¨ªficamente en derechos, como exigi¨® en sus Observaciones finales (en marzo de 2018) al Gobierno espa?ol el comit¨¦ de la ONU para la eliminaci¨®n de las formas de discriminaci¨®n de la mujer (Cedaw), que mostr¨® su preocupaci¨®n por la sustituci¨®n de la materia obligatoria de ense?anza en secundaria ¡°educaci¨®n en la ciudadan¨ªa y los derechos humanos¡± por materias optativas sobre ¡°valores c¨ªvicos y sociales¡±, o ¡°valores ¨¦ticos¡±. Esa educaci¨®n en los derechos, desde la ense?anza secundaria, es una necesidad b¨¢sica y como tal debe ser una prioridad para los poderes p¨²blicos, pero tambi¨¦n para los agentes sociales, sobre todo para todos los implicados en el proceso educativo. Para tomarnos en serio los derechos y aprender a actuar con y por ellos.
Javier de Lucas es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y director del Instituto de DDHH de la Universitat de Val¨¨ncia.
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