El arraigo
Hay conocimiento, orgullo, vitalidad y una energ¨ªa maravillosa en quienes no emprendieron el ¨¦xodo
Nuestras abuelas lo llevan en la frente. Como tantos mayores de nuestros pueblos. Sentir verg¨¹enza del lugar de donde vienen. Esconder las manos en los bolsillos de sus batas cuando llega visita de fuera. (¡) Trabajar sin descanso para que sus hijos se puedan marchar. Asimilar como normal todo lo que se les arrebat¨® y las convirti¨® en ciudadanas de segunda¡±. Este pasaje pertenece a Tierra de mujeres, un ensayo donde Mar¨ªa S¨¢nchez habla de las mujeres que, en contra de la inercia de la historia, no dejaron sus casas familiares ni su tierra, que se quedaron con sus hombres o sin ellos en el campo, que resistieron el ¨¦xodo masivo a la ciudad desde los a?os sesenta hasta el presente. La palabra ¡°arraigo¡± cobra nueva fuerza bajo su perspectiva. Es resistencia, tes¨®n, amor a la tierra, a sus ciclos, sus animales, pero, sobre todo, el arraigo es consecuencia del trabajo de estas mujeres. Hay mucho conocimiento, orgullo, vitalidad y una energ¨ªa maravillosa en esta defensa. ¡°Nos toca no avergonzarnos de nuestras ra¨ªces ni de nuestras manchas. Nos toca contar¡±. Escritora y veterinaria, S¨¢nchez se cuenta a s¨ª misma, a sus compa?eras de campo, a sus predecesoras, y con eso nos ense?a tambi¨¦n a mirar al presente y el pasado de una Espa?a rural para muchos desconocida. Lo es para m¨ª, a pesar de que me crie rodeada de personas que proven¨ªan de esos lugares de los que habla Mar¨ªa S¨¢nchez.
Nada m¨¢s acabar la lectura de Tierra de mujeres y todav¨ªa con las palabras luminosas de S¨¢nchez resonando, releo Cacere?o, de Ra¨²l Guerra Garrido, una novela publicada hace 50 a?os, casi los mismos a?os que separan a autor de autora. A pesar de esa distancia que podr¨ªa parecer insalvable, sus obras dialogan. Si Tierra de mujeres habla del arraigo, de las mujeres que son ra¨ªces, Cacere?o lo hace del desarraigo, la otra cara de la moneda. Escrita a finales de los a?os sesenta, es el relato contempor¨¢neo de aquellos hombres que emprendieron el ¨¦xodo al norte (Euskadi en este caso) y cambiaron la tierra por trabajos no menos duros, como el de peones en las f¨¢bricas del Nervi¨®n y el Urumea, alba?iles en la construcci¨®n de casas donde se hacinaban m¨¢s inmigrantes, marineros de secano que no duraban ni una temporada en la mar. ¡°Cacere?o¡±, ¡°coreano¡±, ¡°maketo¡±, ¡°manchurriano¡± eran las palabras despectivas que determinaban su nueva identidad. Por ese desprecio el protagonista, Pepe Bajo, tambi¨¦n esconder¨¢ sus or¨ªgenes, no ocultar¨¢ las manos en los bolsillos de la bata pero se comprar¨¢ ropa nueva con el primer sueldo para quitarse ¡°la piel de manchurriano¡±. No querr¨¢ volver al pueblo extreme?o donde ¡°su destino estaba marcado, ser¨ªa un pobre como lo fue su bisabuelo, su abuelo, su padre y lo ser¨ªan sus hijos y nieto¡±. Pepe conoce a Izaskun, una joven vasca que hace del amor posibilidad de arraigo. Acepta las ra¨ªces euskaldunes de la que se convierte en su esposa e incluso acaba hablando euskera a la hija de ambos. La ni?a Maite Bajo, la peque?a ¡°maketa¡±, representa a muchas ni?as nacidas a finales de los sesenta o principios de los setenta, como esta Edurne Portela que escribe. Tendr¨¢ una doble herencia: la del arraigo a la tierra de la madre, esa Euskadi convulsa hasta la violencia, y la del desarraigo del padre, el pueblo al que nunca volver¨¢n y donde quedaron, tal vez, mujeres como las de la tierra de Mar¨ªa S¨¢nchez, que trabajaron sin descanso para que sus hijos se fueran.
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