24 de febrero de 2019
Cuando sal¨ªamos del cementerio de Colliure andando deprisa, como si huy¨¦ramos otra vez, un hombre en un grupo con esteladas nos llam¨® fascistas
VOLV?AMOS DE VISITAR la tumba de Antonio Machado, un lugar sagrado para m¨ª por m¨¢s de una raz¨®n. La primera vez que fui a Colliure no ¨¦ramos m¨¢s de una docena de personas, pero una de ellas era ?ngel Gonz¨¢lez. Con ¨¦l llegu¨¦ hasta all¨ª y desde entonces, ese cementerio peque?o y triste, que representa lo mejor de lo que jam¨¢s ha sido este pa¨ªs, me recuerda tambi¨¦n a ?ngel en una ma?ana fr¨ªa, aquella m¨¢s fea, nublada. ?ngel, con su americana de cheviot y su paso lento, los hombros ligeramente encorvados, su perpetuo cigarrillo encendido frente a la tumba de Antonio, es uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida.
Esta vez tambi¨¦n visit¨¦ el cementerio de Colliure en compa?¨ªa. Formaba parte de un grupo mayor, en el que se encontraba Manuel ?lvarez Machado, sobrino nieto de Antonio, y de Manuel. Tambi¨¦n Pedro S¨¢nchez, presidente del Gobierno de Espa?a. Su presencia, la del primer gobernante espa?ol en ejercicio que acud¨ªa a los santuarios del exilio republicano despu¨¦s de 40 a?os de democracia, aportaba una emoci¨®n distinta, p¨²blica y profunda, a nuestra visita. Sobre todo, para los descendientes de los espa?oles y espa?olas que llegaron hace ahora 80 a?os, hijos y nietos del exilio que llevaban cuatro d¨¦cadas esperando que un Gobierno democr¨¢tico espa?ol se acordara de ellos.
Estaba previsto que guard¨¢ramos un minuto de silencio ante la tumba del poeta, pero no lo logramos. Nos lo robaron. En los dos extremos de la calle adyacente, otros tantos grupos de partidarios de la independencia de Catalu?a gritaban, coreaban esl¨®ganes y se acompa?aban con silbatos. No eran muchos, tal vez ni siquiera un centenar, pero hac¨ªan mucho ruido, sobre todo en el frustrado silencio que pretend¨ªa conmemorar la muerte en el destierro del gran poeta espa?ol que muri¨® solo, lejos de casa, con un verso suelto en el bolsillo, estos d¨ªas azules y este sol de la infancia. Fue triste, fue injusto, fue una ofensa certera, porque nos hiri¨® en el centro del coraz¨®n, pero a¨²n nos esperaban cosas peores.
Cuando sal¨ªamos del cementerio de Colliure andando deprisa, como si huy¨¦ramos otra vez, despu¨¦s de 80 a?os, esta vez de gritos e insultos inesperados, Nicol¨¢s S¨¢nchez Albornoz se colg¨® de mi brazo, o tal vez yo del suyo. Estaba nerviosa y muy enfadada, supongo que ni m¨¢s ni menos que los dem¨¢s. Entonces, desde una loma cercana donde hab¨ªa un grupo muy peque?o, seis personas y otras tantas esteladas, un hombre nos llam¨® fascistas. Llam¨® fascista tres veces a Nicol¨¢s S¨¢nchez Albornoz, un antifascista de 93 a?os, militante antifranquista en la universidad, detenido en 1947 por hacer una pintada en un muro de la Complutense, condenado a trabajos forzados en el destacamento penal de Cuelgamuros, del que consigui¨® escapar al a?o siguiente en una fuga legendaria, para marchar al exilio, del que no volvi¨® hasta despu¨¦s de la muerte del dictador. Nicol¨¢s sal¨ªa del cementerio de Colliure tras visitar la tumba de Antonio Machado y le gritaron ¡°fascista, fascista, fascista¡±.
Despu¨¦s, en Argel¨¨s-sur-Mer, junto al monolito que recuerda la existencia de un campo de concentraci¨®n en la misma playa que hoy ofrece la apacible estampa de un lugar de vacaciones, S¨¢nchez intent¨® tomar la palabra varias veces, pero no le dejaron hablar hasta que la polic¨ªa francesa retir¨® a los manifestantes, tampoco muchos, 30 quiz¨¢s, hasta un lugar donde sus gritos, sus insultos, se escuchaban menos.
Antes, algunos ancianos ya franceses, hijos de exiliados, gritaron ¡°?viva Espa?a!¡±, para intentar acallar a quienes segu¨ªan llam¨¢ndonos fascistas. S¨¢nchez pidi¨® perd¨®n en nombre de la democracia espa?ola, por haber tardado 40 a?os en llegar, empez¨® con una cita de Camus ¨C¡°en Espa?a aprendimos que se puede tener raz¨®n y perder una guerra¡±¨C y termin¨® con otra de Machado ¨C¡°para los estrategas, para los pol¨ªticos, para los historiadores, todo est¨¢ claro, hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro¡ Quiz¨¢s la hemos ganado¡±¨C.
Los independentistas no pararon de insultarle. Despu¨¦s, en el Congreso, Tard¨¤ le dijo a S¨¢nchez que no sab¨ªa qui¨¦n hab¨ªa ordenado aquella acci¨®n. Yo tampoco lo s¨¦, pero vi banderas con el nombre de su partido.
Y como las vi, lo cuento.
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