Vivir en una casa patrimonio de la humanidad
El 80% de los inmuebles de Saint Louis est¨¢ en manos de familias sin recursos para conservar unas infraestructuras declaradas Bien de la Humanidad por la Unesco hace 18 a?os
Celosos de su intimidad, pero siempre hospitalarios, los habitantes de la isla de Saint Louis dejan las puertas de su casa entreabiertas. La mayor¨ªa est¨¢ dispuesta a compartir sus historias y las de los inmuebles que ocupan. En los ¨²ltimos 18 a?os, desde que la ciudad fuera clasificada como Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, muchos han recibido visitas de expertos internacionales en patrimonio con cuestiones similares.
Aunque los interiores de estos bienes patrimoniales son completamente sorprendentes y ¨²nicos, las familias que viven en ellos tienen en com¨²n el haberse apropiado de las infraestructuras y haber adaptado los elementos caracter¨ªsticos de la arquitectura colonial para hacerla h¨ªbrida. La han conjugado con su forma de vida, africana y musulmana, en un entorno particular, donde la religi¨®n monote¨ªsta se entremezcla con pr¨¢cticas animistas: con el secreto, con los tab¨²es, con los miedos y los celos. Y esto, en un contexto de poligamia y de familias fuertemente entremezcladas, lo que complica la cuesti¨®n hereditaria.
Entre estos herederos se cuentan, adem¨¢s, familias mestizas. Son descendientes de las signares, que fueron aquellas mujeres africanas casadas con franceses y que se encargaron de la gesti¨®n de sus negocios y bienes. Tambi¨¦n hay familias burguesas senegalesas, muchos de cuyos miembros emigraron cuando la capital de Senegal se traslad¨® de Saint Louis a Dakar en 1958, y que a¨²n hoy no residen en la ciudad, pero que est¨¢n cada vez m¨¢s sensibilizados con la salvaguarda patrimonial y la necesidad de invertir en la isla. Existen tambi¨¦n nuevos compradores, muchos de ellos extranjeros, la mayor¨ªa franceses, que ven en la ciudad una oportunidad para hacer negocio en el sector del turismo.
Pero, volviendo a los moradores: sus historias resumen y ejemplifican las principales problem¨¢ticas y particularidades de la conservaci¨®n del patrimonio edificado privado en la isla, y su gran complejidad.
La vida por dentro
Ubicada en el barrio de Sindon¨¦, al sur de la isla, existe una bella casa de una sola altura y considerada de alto valor arquitect¨®nico. Las viviendas de este tipo son conocidas como ¡°portuguesas¡± porque eran las preferidas de los marineros de esta nacionalidad que faenaban en las costas de Ndar a la hora de elegir alojamiento. Esta, en concreto, fue propiedad del escritor Alioune Diop, fundador de la importante revista Pr¨¦sence Africaine.? Hoy vive aqu¨ª la sobrina del intelectual y su marido, tambi¨¦n pariente pr¨®ximo y que creci¨® a apenas 500 metros. La propiedad fue fraccionada en dos hace un par de d¨¦cadas debido a la divisi¨®n de la herencia con otro familiar, hoy ausente, pero que alquila su parte.
Esta propiedad es parada obligatorio en los recorridos tur¨ªsticos porque, aunque se conserva yalla baaxna ¡ªlo que podr¨ªa traducirse como ¡°gracias a Dios¡± seg¨²n el jefe de familia¡ª, est¨¢ en bastante buen estado. El costurero Malick Dieye, su esposa e hijos mantienen casi intacta la estructura original aunque no los materiales por una cuesti¨®n econ¨®mica, y solo la cocina fue modificada de lugar, sac¨¢ndola del interior al patio, como se suele hacer en las familias de etnia wolof.
El umbral del portal¨®n anuncia la grandeza que luci¨® la actual casa de Khoudia y su familia. Se trata de otra finca situada en la calle paralela al Quai Henri Jay, tambi¨¦n en el sur de la isla. La fachada, clasificada como de inter¨¦s arquitect¨®nico medio, nunca ha sido alterada desde su construcci¨®n, en el siglo XIX, algo que se percibe a primera vista. En el interior se halla la joven Khoudia, que cocina bajo una parra. Ella es la encargada de alimentar a las ocho personas que viven all¨ª: sus padres y hermanos y hermanas. Esta joven es la ¨²nica que no ha ido a la universidad, por eso le toca.
La casa de Amadou Wade, donde nacieron su bisabuelo, su abuelo y su madre, nunca recibi¨® ayuda para su mantenimiento. Sus escasos ingresos, fruto de una pensi¨®n por discapacidad tras haber regentado una empresa de pescado, son destinados a la educaci¨®n de sus hijos: uno es profesor de matem¨¢ticas en un colegio y los otros estudian Derecho y Filolog¨ªa inglesa en la Universidad Virtual de Senegal (UVS). El ¨²ltimo que llega a comer, Papa Samba, acaba de terminar Derecho en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y est¨¢ de misi¨®n en Saint Louis para hacer de observador electoral reclutado por el Instituto Gor¨¦e. ¡°Nos han hecho una estimaci¨®n de rehabilitaci¨®n de la casa de 50 millones de francos CFA (cerca de 75.000 euros), lo que no podemos asumir¡± explica la madre, Anta Tall. ¡°Adem¨¢s, hay varios herederos y ponerlos de acuerdo ser¨ªa muy dif¨ªcil¡±.
No es el mismo contexto el de la barraca de madera que se encuentra en la orilla occidental de la isla: tampoco la misma acogida. El jefe de familia deplora el trato que se le da en Espa?a a los africanos ¡ªentre ellos su hijo mayor¡ª y no quiere ni ver europeos cerca. El otro hombre de la casa pregunta si lo que interesa es la pobreza en la que viven. Efectivamente, el escenario es otro: la suya es una de las viviendas hechas con las maderas de las cajas que transportaban los ra¨ªles de la v¨ªa de tren que un¨ªa Dakar y Saint Louis. Las conocidas como barraques funcionaban como habitaciones para los obreros de esa ruta de transporte hacia 1885. Una vez llegados a destino final, los habit¨¢culos de madera se quedaron y hoy son elementos patrimoniales imprescindibles en la ciudad, pese a su dif¨ªcil estado de conservaci¨®n.
En apenas 50 metros cuadrados convive una familia de tres generaciones compuesta por lo menos de dos hombres, siete mujeres, ocho ni?os y tres beb¨¦s (en Senegal hay una superstici¨®n que impide contar a las personas), todos aglomerados en seis peque?as habitaciones. Mareme Mbaye naci¨® y creci¨® all¨ª, pero no sabe que su casa es Patrimonio de la Humanidad: ¡°s¨ª la isla, eso lo s¨¦, pero pens¨¦ que eran solo las casas coloniales¡±, se excusa. Ella, sus hijas y sus nueras consiguen buena parte del presupuesto familiar lavando la ropa de familias vecinas. La otra parte proviene de un pescador y de las remesas del descontento hijo en Espa?a. ¡°Mi padre era marab¨² y vino a la ciudad procedente de la zona de Gandiol, donde tenemos un terreno, pero nuestra familia est¨¢ anclada a Saint Louis y no quiere irse¡±, dice Mbaye.
La matriarca de Lodo, un inmueble en el norte de la isla, se llama Fatou Seck y es quien manda en un hogar de hombres. Pese a que la composici¨®n de esta familia es at¨ªpica, se trata a su vez de una historia com¨²n ¡ªpero poco contada¡ª en la ciudad. El marido, un tal Ndiaye, nunca estuvo presente en su vida ni en la de sus hijos: reside en Dakar y se desentendi¨® de la responsabilidad de sus dos v¨¢stagos, que siempre han dependido de su madre. Esta es una trabajadora: ha pasado toda la vida acomodando turistas en hoteles y hoy, ya retirada, vende bocadillos a la hora del recreo frente a su casa para sacar adelante a sus hijos y a sus tres nietos.
La fachada de esta vivienda debe permanecer intacta seg¨²n el Plan de Salvaguarda y Puesta en Valor (PSMV) y, como toda obra que se pase en la isla, debe ser objeto de demanda y autorizaci¨®n de los servicios t¨¦cnicos municipales a riesgo de que una brigada de gendarmer¨ªa paralice la intervenci¨®n. Abdourazakh, el hijo mayor, dice que lo saben, ¡°pero no del todo¡± en alusi¨®n al cambio reciente de una ventana original por una de aluminio que rompe toda la est¨¦tica exterior. La vivienda original ha sido dividida en dos para compartirla con otra de las herederas: una prima de su madre y sus tres hijos. Para reorganizarse, han tenido que hacer un anexo con los medios que han podido. ¡°Si mi madre tuviese dinero no rehabilitar¨ªa la casa original¡±, asegura Abdourazakh. ¡°Preferir¨ªa salir de la isla, comprarse un terreno y hacer una casa a su gusto, sin tener que seguir unas normas que no responden a la moda actual¡±.
El n¨²mero 42 de la calle Khalifa Ababacar SY es una doble parada en los circuitos patrimoniales de Saint Louis: por un lado, el de la arquitectura colonial; por otro, el religioso. Marietou Dieng gobierna hoy un hogar que es ejemplo de la adaptaci¨®n cultural que han hecho los senegaleses a las preferencias habitacionales de los colonos franceses. Estos situaban la vivienda en el primer piso, donde se cruzaban las corrientes de aire del r¨ªo y del mar, y dejaban los bajos de las casas para actividades de comercio. Los balcones exteriores serv¨ªan de expositor para las mujeres que, con sus mejores galas, se asomaban para ponerse al d¨ªa de la vida de la calle. En la cultura senegalesa, las ventanas se cierran, la vida es interior y alrededor de un patio, por lo que se vuelve al bajo: ¡°cerca de la tierra, tocando suelo¡±. Paralelamente, su casa es tambi¨¦n objeto de visita por ser la morada saintlouisienne a finales del siglo XIX de El Hadj Malick Sy, imam de la cofrad¨ªa suf¨ª tidjane que ¨¦l contribuy¨® a expandir en Senegal y en ?frica subsahariana. Esas ¡°otras herencias¡± que dificultan (y enriquecen) la historia patrimonial de la ciudad.
Fuera de circuitos, pero tambi¨¦n gran ejemplo de ese conflicto de fuerzas a favor del patrimonio colonial contra otras religiosas en Saint Louis es la edificaci¨®n de la calle A. Fall. All¨ª, una antigua vivienda mestiza aparece partida en dos: en una de las partes reside una familia de clase media y en la otra existe una daara donde casi cien ni?os talib¨¦s viven y aprenden el Cor¨¢n diariamente guiados por un marab¨². En el medio, un enorme baobab intenta, quiz¨¢, conciliar ambos mundos.
Mucho m¨¢s lejos simb¨®licamente que en metros, la casa de hu¨¦spedes de Marie Caroline Camara, Au fil du Fleuve, es un oasis de tranquilidad y armon¨ªa est¨¦tica. Se trata de una rehabilitaci¨®n impecable de otra de esas viviendas mestizas, que son una versi¨®n renovada de la tradicional casa de galer¨ªas de preferencia de los franceses. Estos hac¨ªan vida en el exterior, mientras que la adaptaci¨®n arquitectural de las signares, a caballo entre dos mundos, mantiene los elementos del sistema de arcadas del piso de abajo y de galer¨ªas del de arriba, pero los orienta, no ya a la calle, sino a un patio interior, s¨ªmbolo de la vida africana, y con una escalera externa que los une. De madre francesa y padre de Saint Louis, Camara se instal¨® en la isla en 2007 y compr¨® este inmueble, lo rehabilit¨® e hizo de ¨¦l su negocio. ¡°El patrimonio no puede ser cosa de viejos y de tubabs (extranjeros blancos): no es nostalgia colonial, es crear valor de lo existente y seguir la historia¡±, sentencia.
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