Un jard¨ªn para redimir al hombre digital
La espera incierta y el lento crecimiento de las plantas engendran un sentido especial del tiempo, radicalmente distinto de la aceleraci¨®n de las pantallas
Desde que trabajo en el jard¨ªn percibo el tiempo de manera distinta. Transcurre mucho m¨¢s lentamente. Se dilata. Me parece que falta casi una eternidad hasta que llegue la pr¨®xima primavera. La pr¨®xima hojarasca oto?al se distancia hasta una lejan¨ªa inconcebible. Incluso el verano me parece infinitamente lejano. El invierno se me hace ya eterno. El trabajo en el jard¨ªn invernal lo prolonga. Jam¨¢s me result¨® tan largo el invierno como en mi primer a?o de jardinero. Sufr¨ª mucho a causa del fr¨ªo y la helada persistente, pero no por m¨ª, sino sobre todo por las flores de invierno, que manten¨ªan su floraci¨®n incluso con la nieve y en plena helada persistente. Mi mayor preocupaci¨®n eran las flores, y por eso les brindaba mi asistencia. El jard¨ªn me aleja un paso m¨¢s de mi ego. No tengo hijos, pero con el jard¨ªn voy aprendiendo lentamente qu¨¦ significa brindar asistencia, preocuparse por otros. El jard¨ªn se ha convertido en un lugar del amor.
El tiempo del jard¨ªn es un tiempo de lo distinto. El jard¨ªn tiene su propio tiempo, sobre el que yo no puedo disponer. Cada planta tiene su propio tiempo espec¨ªfico. En el jard¨ªn se entrecruzan muchos tiempos espec¨ªficos. Los azafranes de oto?o y los azafranes de primavera parecen similares, pero tienen un sentido del tiempo totalmente distinto. Es asombroso c¨®mo cada planta tiene una conciencia del tiempo muy marcada, quiz¨¢ incluso m¨¢s que el hombre, que hoy de alguna manera se ha vuelto atemporal, pobre de tiempo. El jard¨ªn posibilita una intensa experiencia temporal. Durante mi trabajo en el jard¨ªn me he enriquecido de tiempo. El jard¨ªn para el que se trabaja devuelve mucho. Me da ser y tiempo. La espera incierta, la paciencia necesaria, el lento crecimiento, engendran un sentido especial del tiempo. En Cr¨ªtica de la raz¨®n pura, Kant describe el conocimiento como una actividad remunerada. Seg¨²n Kant, el conocimiento trabaja por una ¡°ganancia realmente nueva¡±. En la primera edici¨®n de Cr¨ªtica de la raz¨®n pura, Kant habla de ¡°cultivo¡± en lugar de ¡°ganancia¡±. ?Qu¨¦ motivo pudo haber tenido Kant para reemplazar ¡°cultivo¡± por ¡°ganancia¡± en la segunda edici¨®n?
Acaso ¡°cultivo¡± le recordara demasiado a Kant la amenazadora fuerza del elemento, la tierra, la incertidumbre y la imprevisibilidad inmanentes a ella, la resistencia, el poder de la naturaleza, que habr¨ªan incomodado sensiblemente el sentimiento de autonom¨ªa y libertad del sujeto kantiano. El asalariado urbanita podr¨¢ desempe?ar su trabajo independientemente del cambio de las estaciones, pero eso le resulta imposible al campesino, que est¨¢ sujeto a su ritmo. Posiblemente el sujeto kantiano no conozca la espera ni la paciencia, que Kant rebaja a ¡°virtudes femeninas¡±, pero que son necesarias en vista del lento crecimiento de aquello que fue encomendado a la tierra. Quiz¨¢ a Kant le resultara insoportable la incertidumbre a la que queda expuesto el campesino.
El tiempo del jard¨ªn es un tiempo de lo distinto. El jard¨ªn tiene su propio tiempo, sobre el que yo no puedo disponer. Cada planta tiene su propio tiempo espec¨ªfico
En su obra Amor y conocimiento, Max Scheler se?ala que, ¡°de una forma extra?a y misteriosa¡±, san Agust¨ªn atribuye a las plantas la necesidad ¡°de que los hombres las contemplen, como si gracias a un conocimiento de su ser al que el amor gu¨ªa ellas experimentaran algo an¨¢logo a la redenci¨®n¡±. El conocimiento no es una ganancia, o al menos no es mi ganancia, ni es mi redenci¨®n, sino la redenci¨®n de lo distinto. El conocimiento es amor. La mirada amorosa, el conocimiento al que el amor gu¨ªa, redime a la flor de su carencia ontol¨®gica. El jard¨ªn es, por tanto, un lugar de redenci¨®n?(¡)
Me gustan mucho las flores que aman la sombra. Byung-Chul significa ¡°luz clara¡±. Pero sin sombra la luz ya no es luz. Sin luz no hay sombra. Luz y sombra van juntas. La sombra da forma a la luz. Las sombras son sus hermosos contornos.
El nombre en lat¨ªn de la dedalera es Digitalis. La palabra digital se refiere al dedo, en lat¨ªn digitus, t¨¦rmino con el que tambi¨¦n est¨¢ emparentada etimol¨®gicamente la palabra ¨ªndice, que designa el dedo que se emplea sobre todo para contar. La cultura digital hace que en cierto modo el hombre se atrofie hasta convertirse en un peque?o ser con car¨¢cter de dedo. La cultura digital se basa en el dedo que numera, mientras que la historia es una narraci¨®n que se cuenta. La historia no numera. Numerar es una categor¨ªa poshist¨®rica. Ni los tuits ni las informaciones componen una narraci¨®n. Tampoco el timeline narra una biograf¨ªa, la historia de una vida. Es aditivo y no narrativo. El hombre digital maneja los dedos en el sentido de que constantemente est¨¢ numerando y calculando. Lo digital absolutiza el n¨²mero y la numeraci¨®n.
Hoy la cultura se basa en el dedo que numera, mientras que la historia es una narraci¨®n que se cuenta
Tambi¨¦n lo que m¨¢s se hace con los amigos de Facebook es numerarlos. Pero la amistad es una narraci¨®n. La ¨¦poca digital totaliza lo aditivo, el numerar y lo numerable. Incluso los afectos se cuentan en forma de likes. Lo narrativo pierde enormemente relevancia. Hoy todo se hace numerable para poder traducirlo al lenguaje del rendimiento y la eficiencia. Adem¨¢s, el n¨²mero hace que todo sea comparable. Lo ¨²nico numerable es el rendimiento y la eficiencia. As¨ª es como hoy todo lo que no es numerable deja de ser. Pero ser es un narrar y no un numerar. El numerar carece de lenguaje, que es historia y recuerdo. (¡)
Hoy tenemos mucho que decir, mucho que comunicar, porque somos alguien. Hemos perdido el h¨¢bito tanto del silencio como de callarnos. Mi jard¨ªn es un lugar del silencio. En el jard¨ªn yo creo silencio. Estoy a la escucha, como Hiperi¨®n:
Todo mi ser enmudece y se pone a la escucha cuando la tierna ola de aire revolotea por mi pecho. Perdido en el vasto azul, a menudo lanzo mi mirada fuera, hacia el ¨¦ter, y la adentro en el mar sagrado, sintiendo que un esp¨ªritu af¨ªn me abre sus brazos, como si el dolor de la soledad se desvaneciera en la vida de la divinidad. Ser uno con todo: esa es la vida de la divinidad y ese es el cielo del hombre.
La digitalizaci¨®n aumenta el ruido de la comunicaci¨®n. No solo acaba con el silencio, sino tambi¨¦n con lo t¨¢ctil, con lo material, con los aromas, con los colores fragantes, sobre todo con la gravedad de la tierra. La palabra humano viene de humus, tierra. La tierra es nuestro espacio de resonancia, que nos llena de dicha. Cuando abandonamos la tierra nos abandona la dicha.
Byung-Chul Han es un fil¨®sofo y ensayista surcoreano que imparte clases en la Universidad de las Artes de Berl¨ªn. Autor, entre otras obras, de ¡®La sociedad de la transparencia¡¯, este art¨ªculo es un extracto del libro ¡®Loa a la tierra¡¯, que publica en espa?ol la editorial Herder el 15 de marzo. Traducci¨®n de Alberto Ciria.
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