?Ser¨¢ buena persona el cocinero?
Sobre los artistas hay un foco y una lupa: hoy se estudian sus trayectorias de manera exhaustiva, en busca de episodios escandalosos, condenables y feos
LA OBRA DE Baretti, de cuyo crimen habl¨¦ la semana pasada, no es la de un grande de la literatura, y su nombre s¨®lo aparece en los diccionarios italianos e ingleses. Pero el hecho de que matara a un hombre no ha impedido a nadie acercarse a su Viaje de Londres a G¨¦nova y disfrutarlo, desde 1770. Otro tanto sucede con los cuadros de Caravaggio o las esculturas de Cellini, quienes tambi¨¦n se llevaron por delante a alg¨²n individuo. Se lee Vida de este capit¨¢n, de Alonso de Contreras, y eso que ah¨ª ¨¦l mismo relata su historia desaforada, con unos cuantos homicidios, el primero cometido a los once a?os, si mal no recuerdo. Claro que ¨¦l no era un literato, sino un soldado que dio cuenta de sus andanzas por escrito. Christopher Marlowe, el coet¨¢neo de Shakespeare y de casi igual talento, fue violento y delictivo hasta que lo acuchillaron a los veintinueve de edad. Ser¨ªa penoso que, en funci¨®n de su turbia biograf¨ªa, sus extraordinarios dramas fueran proscritos, incluidos Tamerl¨¢n el Grande y Doctor Fausto. De todos estos fantasmas hace ya mucho tiempo.
A menudo se dice ¡ªuna vieja superstici¨®n¡ª que los artistas tienen un lado oscuro, y se los pinta como a seres m¨¢s bien desagradables o pesad¨ªsimos: atormentados, iracundos, hist¨¦ricos, engre¨ªdos, desp¨®ticos, abusivos. Se les suele achacar una vanidad excesiva que a veces los lleva a creerse por encima de las leyes y de las dem¨¢s personas, y a permitirse actitudes y acciones que a cualquier otro se le reprobar¨ªan. Yo creo que los artistas no se diferencian apenas del resto, de los funcionarios, los zapateros y los relojeros, los profesores, los jueces y los m¨¦dicos. El problema es que sobre ellos hay un foco y una lupa: hoy se estudian sus trayectorias de manera exhaustiva, por lo general en busca de aspectos y episodios escandalosos, condenables y feos. Y cuando se rasca se descubre, desde luego, porque no ha habido mujer ni hombre que hayan pasado por el mundo sin tacha, sin incurrir en alguna indignidad o bajeza a lo largo de sus d¨ªas. Lo mismo el escritor que el zapatero, el pintor que el relojero, el juez que el m¨²sico. La cuesti¨®n es que nadie se dedica a indagar en la vida de un juez o un relojero. Durante siglos los artistas eran en realidad artesanos, cuando no menestrales, y hasta sus nombres eran desconocidos, no digamos sus actos. Plantearse, como pasa ahora, si debemos seguir admirando su arte cuando sabemos que algunos fueron todo menos ejemplares, es tan rid¨ªculo como preguntarnos si podemos visitar catedrales o palacios ignorando si fueron buenas personas quienes los planearon y construyeron. O si nos es l¨ªcito contemplar un fresco sin tener ni idea de si quien lo ejecut¨® fue un rufi¨¢n o un ciudadano probo. Tampoco averiguamos las virtudes o vicios del art¨ªfice de nuestras ropas o nuestro calzado, ni del chef que ha preparado los platos del restaurante. Nos los comemos sin m¨¢s, sin que nos importe nada si el cocinero trata bien a su mujer o es buen padre.
En cambio, con los artistas¡ Cada cual es muy due?o de reaccionar como le parezca ante lo que sabe. Hoy hay quienes han decidido no volver a ver pel¨ªculas de Woody Allen, por las sospechas que pesan sobre ¨¦l ¡ªjam¨¢s probadas¡ª. Hay emisoras que han desterrado de su programaci¨®n cualquier canci¨®n de Michael Jackson, y admiradores que han destruido sus discos. Kevin Spacey a¨²n no ha sido declarado culpable por ning¨²n jurado, pero hace tiempo que se lo ha expulsado y vetado en las pantallas. Uno es libre de ver y o¨ªr lo que quiera, por los motivos que sean. Ya he contado otras veces que mi abuela Lola, muy cat¨®lica, se negaba a ver nada de Chaplin porque se hab¨ªa divorciado muchas veces. Respeto esas decisiones, naturalmente, pero las entiendo mal. Una cosa es la persona y otra su obra, que no por fuerza est¨¢ te?ida por las peores pasiones de aqu¨¦lla. Tengo una lista mental de individuos a los que nunca estrechar¨ªa la mano, por lo que s¨¦ de ellos, por lo que han dicho o hecho. Si viviera, no saludar¨ªa a Michael ?J?ackson, quiz¨¢, pero no me privo de escuchar sus magn¨ªficas canciones. No me abstengo de ver El pianista o La semilla del diablo, de Polanski, y eso que a ¨¦l se lo conden¨® en un juicio. Rehuir¨ªa al antisemita C¨¦line en un hipot¨¦tico m¨¢s all¨¢ en el que nos junt¨¢ramos todos, pero eso no me obliga a mantener cerrado su Viaje al fin de la noche. Que Heidegger tuviera tentaciones nazis me resultar¨ªa engorroso si hubiera de tratarlo, pero no por eso voy a perderme lo que expuso en El ser y el tiempo. Pero en fin, all¨¢ cada cual con sus man¨ªas y sus elecciones. Lo que no es admisible es que se intente borrar de la faz de la tierra ¡ªque se trate de impedir que otros elijan¡ª la obra de quienes son o fueron ¡°malos ciudadanos¡±. Llegar¨¢ un d¨ªa en que Amazon se avergonzar¨¢ de haber secuestrado A Rainy Day in New York, la ¨²ltima pel¨ªcula de Allen, de haberle impuesto la brutal censura de la inexistencia. No por su contenido, sino por su autor¨ªa. Y habr¨¢ quienes se averg¨¹encen de haber prohibido a Spacey y a Jackson sin veredicto. Quiz¨¢ haya que esperar a que haga tanto tiempo de ellos como de Baretti, Caravaggio, Contreras y Marlowe. Esta ¨¦poca tan ¡°virtuosa¡± se ver¨¢ entonces, me temo, como un bald¨®n de intransigencia y precipitada injusticia.?
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