Copos de ma¨ªz y pseudociencia pop
El doctor Harvey Kellogg patent¨® sus Corn Flakes en 1895. Seg¨²n ¨¦l, su receta serv¨ªa para hacer la digesti¨®n y tambi¨¦n para acabar con la costumbre masturbatoria
Andy Warhol, en su intento de mercantilizar la cultura, sorprendi¨® al mundo mostrando una lata de sopa como obra de arte. A partir de aquel momento, el valor est¨¦tico ser¨ªa una nueva propiedad de la mercanc¨ªa.
Con esto, la l¨®gica mercantil alcanza un nuevo nivel, siendo as¨ª que los art¨ªculos m¨¢s cotidianos, aquellos que forman parte del imaginario popular, quedan elevados a la categor¨ªa de obras de arte. Las cajas de esponjas Brillo, el ketchup de la marca Heinz o las latas de sopa Campbell son ejemplos de lo que sucede cuando la mercanc¨ªa se convierte en expresi¨®n art¨ªstica. Las cajas de copos de ma¨ªz de Kellogg?s correr¨¢n la misma suerte, pasando a ser otro de los prototipos warholianos. De ellas toca hablar hoy o -mejor dicho- de su contenido y de su inventor, un m¨¦dico de Michigan con perilla y bigote que siempre vest¨ªa de blanco y que respond¨ªa al nombre de John Harvey Kellogg.
Cuando era un veintea?ero reci¨¦n licenciado en medicina, en uno de sus viajes por Europa, el doctor John Harvey Kellogg descubri¨® las virtudes del yogur. La longevidad de los campesinos b¨²lgaros lo llev¨® a prestar atenci¨®n a la fermentaci¨®n bacteriana de la leche y, por consiguiente, a todo lo relativo a la salud intestinal. Para el doctor Harvey Kellogg, el vigor era una cuesti¨®n de ¡°ca?er¨ªas¡±. Descubri¨® que mantenerse en un estado ¨®ptimo era asunto de dos factores.
El primero de ellos ten¨ªa que ver con la alimentaci¨®n y el segundo factor estaba en relaci¨®n con la abstinencia sexual, ya que, para el doctor Harvey Kellogg, la energ¨ªa del cuerpo se desperdiciaba en actos impuros. Con tales par¨¢metros, el doctor Harvey Kellogg patent¨® sus famosos copos de ma¨ªz Corn Flakes en el a?o 1895. El preparado de los citados copos fue descubierto por casualidad, o como se llame eso, al cocer los granos de ma¨ªz y luego hornearlos tras convertirlos en papilla. Seg¨²n ¨¦l, la dieta blanca de su receta no s¨®lo ayudaba a la digesti¨®n, sino que aplacaba la libido y, con ello, la fea costumbre masturbatoria. Condicionado por la fe religiosa, el doctor Harvey Kellogg convertir¨ªa la ciencia en un dogma mercantil utilizando el viejo truco de enga?arse a s¨ª mismo y, de esta manera, anestesiar la raz¨®n.
El consuelo ¨ªntimo que conseguir¨ªa el doctor con sus terapias, tuvo en sus tiempos un alto riesgo de infamia colectiva. En el balneario que fund¨® y que bautizar¨ªa con el nombre de Sanitarium, separaba a los g¨¦neros llegando incluso a separar a parejas casadas, ya que, seg¨²n hemos visto, para ¨¦l, todo lo relativo al acto sexual convert¨ªa al ser humano en un esclavo.
A los chicos y chicas m¨¢s j¨®venes se les vendaba las manos y se les obligaba a ponerse cinturones de castidad, dejando las llaves a su recaudo. Seg¨²n el doctor Harvey Kellogg, el remedio contra el onanismo era la circuncisi¨®n, pues, con la extirpaci¨®n quir¨²rgica de la piel que cubre la punta del pene, el ¨®rgano masculino queda insensibilizado ante los est¨ªmulos. Dicha operaci¨®n ten¨ªa que ser llevada a cabo por un cirujano sin administrar anestesia. De esta manera, el dolor tendr¨ªa un efecto saludable cuando el paciente lo identificara como castigo.
A pesar de tales pr¨¢cticas, sus terapias gozaron de mucho ¨¦xito en su tiempo, convirtiendo el tema de la salud en una mercanc¨ªa m¨¢s. Su centro estuvo repleto de pacientes hasta que la crisis de 1929 los expuls¨® del para¨ªso puritano, dejando al descubierto los cimientos del capitalismo. Parafraseando a Einstein, podemos poner que el doctor Harvey Kellogg se encontr¨® con Dios tras la puerta que la ciencia logr¨® abrir, lo que sucedi¨® es que el dios del doctor era puritano y castrador.
Tal vez por eso, Andy Warhol, que tambi¨¦n practicaba una ¨¦tica puritana en lo que respecta a su dios, que no era otro que el trabajo en serie, convirti¨® las cajas de cereales Kellogg?s en un icono pop. Porque cuando la ciencia se convierte en dogma y el arte en mercanc¨ªa, al final, ambas cosas caben en una caja de cereales.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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