Aprender de sexo leyendo novelas cl¨¢sicas, por Amos Oz
Se lee como una memoria personal del escritor israel¨ª, fallecido a finales del a?o pasado. ?De qu¨¦ est¨¢ hecha una manzana? re¨²ne los ¨²ltimos pensamientos del autor de Tierra de chacales, sacados de las conversaciones que mantuvo con su editora Shira Hadad. En este extracto de uno de sus cap¨ªtulos aborda su relaci¨®n con las mujeres
MI EDUCACI?N ER?TICA empez¨® leyendo libros: Madame Bovary, Anna Karenina, a Jane Austen, Virginia Woolf, Emily Bront?. Tras leer muchas novelas sobre la vida espiritual de las protagonistas, con m¨ªnimas alusiones veladas y censuradas a su vida carnal, llegu¨¦ a un punto ¡ªpasa algo parecido al aprender a conducir¡ª en que ya estaba casi preparado para el examen te¨®rico. Para el examen pr¨¢ctico a¨²n me quedaba un buen trecho. Pero de pronto lo comprend¨ª. Lo comprend¨ª, y para eso me ayud¨® el fant¨¢stico regalo que recib¨ª de mi madre: la imaginaci¨®n. Al leer aquellos libros, empec¨¦ a preguntarme si, en el fondo, yo pod¨ªa ser Emma Bovary: piensa, ponte en su piel, m¨¦tete debajo del vestido de Anna Karenina; no debajo del vestido como yo desear¨ªa, sino en sentido espiritual. De aquellas novelas aprend¨ª cosas que ni sab¨ªa ni imaginaba sobre las mujeres, y, como ocurre a veces al leer buena literatura, se pone de manifiesto que los chinos no son tan diferentes de nosotros como pens¨¢bamos, que las personas de la Edad Media no son tan distintas a nosotros, y que ni siquiera las mujeres eran tan distintas a m¨ª como pensaba hasta entonces. El gran extraterrestre empez¨® a ser menos extraterrestre, menos asustadizo y furibundo, y hasta un pel¨ªn parecido a m¨ª. Eso me emocion¨® tanto¡ Fue una catarsis.
El odio nacido de la envidia, la humillaci¨®n y la desesperanza empez¨® a desvanecerse, la ira empez¨® a disiparse. Poco a poco, en medio de la espesa niebla, empezaron a apreciarse algunos contornos; por ejemplo, ?por qu¨¦ ellas no ¡°daban¡±? Ahora ya sab¨ªa que no era por crueldad o ego¨ªsmo. ?Qu¨¦ les asustaba? ?Qu¨¦ les resultaba repulsivo? Nunca me hab¨ªan dicho lo que les resultaba repulsivo ni lo que les asustaba, y por supuesto nunca me hab¨ªan dicho lo que les agradaba, lo que las fascinaba, lo que las atra¨ªa. Y es que, desde la muerte de mi madre, en realidad desde mucho antes de su muerte, ninguna mujer hab¨ªa hablado nunca conmigo. Ninguna mujer ni ninguna ni?a. Jam¨¢s. Se lo deb¨ªa todo a los libros que le¨ªa.
Lo poco que consegu¨ª adivinar sobre la sexualidad femenina por las novelas me llen¨® de una mezcla de respeto y envidia
Y lo que aprend¨ª de los libros produjo en m¨ª una transformaci¨®n. Poco a poco me fui llenando de envidia, de una especie de envidia vaga y difusa, hacia la sexualidad femenina, porque comprend¨ª que era incomparablemente m¨¢s rica y compleja que mi sexualidad, pese a que no tengo ning¨²n derecho a hablar en nombre del sexo masculino. Aprend¨ª que, al parecer, es m¨¢s complejo estimularlas a ellas que a m¨ª, que es m¨¢s complejo satisfacerlas a ellas que a m¨ª. Lo poco que consegu¨ª adivinar sobre la sexualidad femenina por las novelas que le¨ªa me llen¨® de una mezcla de respeto y envidia, pero ya no era amargura, ni tampoco odio ni ira. Como un hombre del Daesh que, de pronto, comprende que tiene algo que aprender de la civilizaci¨®n que constantemente ha querido destruir. Y que incluso tiene algo que admirar. De pronto comprende que en varios sentidos el enemigo se parece a ¨¦l, y que incluso es m¨¢s avanzado que ¨¦l, y que merece compasi¨®n, afecto e incluso respeto. As¨ª que la pregunta ya no era, como durante toda mi infancia, ¡°?por qu¨¦ ellas no dan?¡±. Desde ese momento, la pregunta era c¨®mo hacer que las mujeres quisieran compartir conmigo esa gran felicidad que me resultaba inaccesible. Ten¨ªa tantas ganas de aprender; contaba quince a?os y ten¨ªa tantas ganas de que me lo explicasen. Quer¨ªa saber. Incluso quer¨ªa participar. ?Comprendes lo que estoy diciendo? Quer¨ªa que me hiciesen part¨ªcipe. No solo que me llevasen a la cama. Quer¨ªa algo m¨¢s: que me hiciesen part¨ªcipe de sus secretos. Quer¨ªa tener los dos papeles al mismo tiempo: ser tanto yo como ella en la cama, o sobre las agujas de pino en el monte por la noche.
Y pasaron unos a?os m¨¢s hasta que aprend¨ª que todo lo que cre¨ªa haber descubierto a los quince a?os sobre la sexualidad femenina solo era una media verdad. Que el diapas¨®n de la sexualidad femenina puede ser mucho m¨¢s parecido al diapas¨®n de la sexualidad masculina de lo que yo pensaba por aquel entonces, cuando le¨ª Madame Bovary y Anna Karenina. Esos libros los escribieron hombres, hombres que sab¨ªan del tema, es cierto, pero hombres al fin y al cabo, hombres del siglo XIX que tambi¨¦n eran rehenes del clich¨¦ sobre la relaci¨®n entre femineidad y delicadeza o fragilidad. Tambi¨¦n las diferencias que descubr¨ª entonces entre sexualidad femenina y sexualidad masculina son cambiantes. Unas veces, como la diferencia entre un tambor y un viol¨ªn, pero otras veces, un dueto de tambores o un dueto de violines. Unas veces de una forma y otras veces de otra. Y no es que una mujer sea as¨ª y otra mujer no sea as¨ª. Aprend¨ª que lo que cre¨ªa haber aprendido a los diecis¨¦is a?os de los libros que hab¨ªa le¨ªdo en Hulda era cierto, importante y nuevo, pero que eso no era todo. Con los a?os aprend¨ª otras cosas sobre las mujeres, cosas que Anna Karenina y Emma Bovary no te ense?an, ni siquiera Jane Austen o Virginia Woolf. Pero aquellos libros fueron el primer nivel, y sin ¨¦l no habr¨ªa recibido mi primer bautismo de miel, ni habr¨ªa llegado con los a?os a hacer un m¨¢ster y un doctorado. No voy a repetir esto, est¨¢ escrito en Una historia de amor y oscuridad. Pero, como dijo la hermana mayor de un amigo m¨ªo de Jerusal¨¦n, la que me pill¨® intentando espiarla a los doce a?os: ¡°Am¨®s, si aprendieses a pedir, no tendr¨ªas que espiar m¨¢s¡±. Con los a?os aprend¨ª que tambi¨¦n eso es una media verdad. Muchas veces es as¨ª, pero no siempre.
Aprend¨ª una cosa m¨¢s¡ Ag¨¢rrate a la silla. Aprend¨ª que el tama?o s¨ª importa. El tama?o de la imaginaci¨®n er¨®tica. El tama?o de la empat¨ªa. Esa fue una de las cosas m¨¢s maravillosas que me han ocurrido en la vida, el descubrimiento de que en capacidad de invenci¨®n, de innovaci¨®n¡, la m¨ªa era mucho m¨¢s grande que la de esos chicos que met¨ªan goles. Ni te imaginas c¨®mo, de pronto, esos nubarrones que me angustiaron durante la infancia empezaron a disiparse, por fin el sol brillaba para m¨ª: ¡°La m¨ªa era m¨¢s grande¡±.
Qu¨¦ momento tan formidable. No fue un momento. Fue un proceso. Casi por casualidad descubr¨ª ese secreto, que la caja fuerte a veces se abre simplemente con las palabras apropiadas. No solo con palabras. Puede que haga falta una melod¨ªa. Comprend¨ª que la melod¨ªa que excita a una mujer es completamente distinta que la melod¨ªa que estimula a otra. Y tambi¨¦n eso es una media verdad, porque la melod¨ªa que la estimul¨® ayer no tiene por qu¨¦ ser la que la estimule tambi¨¦n esta noche.?
Siruela publica ?De qu¨¦ est¨¢ hecha una manzana?, seis conversaciones sobre escritura, amor, remordimientos y otros placeres, el 10 de abril.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.