La costumbre del ciego
En un naufragio en el canal de Sicilia apareci¨® el cad¨¢ver de un ni?o de 14 a?os con algo duro cosido a la chaqueta. Eran sus calificaciones escolares.
YA SE SABE que la Red otorga a las noticias una vida c¨ªclica e infinita, lo cual puede ser una ventaja o un castigo. En esta ocasi¨®n, el agitado oc¨¦ano de Internet ha llevado hasta mi ordenador una historia sobrecogedora. Y de mares se trata, precisamente; de olas enemigas que arrastran cad¨¢veres. Acabo de leer, porque me lo han reenviado, un reportaje de Dar¨ªo Menor en el diario Ideal?(b¨²squenlo, es muy bello: basta con teclear ¡°La forense que trata¡ Ideal¡±). Se public¨® el 20 de enero, pero el texto est¨¢ teniendo una segunda vida.
Dar¨ªo, corresponsal en Roma, habla de un libro que ha publicado una forense italiana, Cristina Cattaneo, que se dedica a intentar descubrir la identidad de los inmigrantes ahogados en el canal de Sicilia, para poder honrar a los muertos con la dignidad de sus nombres, cuando menos. Este meticuloso empe?o ya es en s¨ª mismo muy conmovedor, pero el inter¨¦s de la noticia queda eclipsado por el protagonismo de uno de los casos que cuenta la forense. Fue durante un naufragio en abril de 2015, una de las cat¨¢strofes mayores, porque murieron m¨¢s de mil personas. Quinientas veintiocho v¨ªctimas llegaron a las manos de Cattaneo y su equipo, y entre ellas estaba el cuerpecito desmedrado de un ni?o de Mal¨ª de 14 a?os vestido con chaqueta, chaleco, camisa y vaqueros. Al levantar el liviano cad¨¢ver advirtieron que llevaba algo pesado y duro cuidadosamente cosido en la chaqueta. Era un peque?o taco de papeles: sus boletines de notas escolares. Matem¨¢ticas, f¨ªsica¡ Todo con magn¨ªficas calificaciones, por supuesto. Cuando decidi¨® emprender el ¨¦pico, aterrador, quiz¨¢ suicida viaje de m¨¢s de 3.000 kil¨®metros hacia la Tierra Prometida, este chaval de Mal¨ª s¨®lo llev¨® consigo ese tesoro: la prueba de su esfuerzo y su rendimiento escolar, la demostraci¨®n de que era un chico bueno y aplicado. Quiz¨¢ pens¨® que esos boletines val¨ªan m¨¢s que un pasaporte. Puede que hasta imaginara que, al ver sus impecables notas, las autoridades de la rica Tierra Prometida incluso le ayudar¨ªan a seguir estudiando. Se ahog¨® con su esperanza amorosamente cosida al pecho.
Es uno de los casos m¨¢s sobrecogedores que conozco de fe en la educaci¨®n y en el valor del conocimiento. Recuerdo ahora a la gran Malala, a la que los talibanes metieron un tiro en la cabeza por reclamar su derecho al estudio. Por seguir empe?ada en ir a la escuela. ¡°El l¨¢piz es m¨¢s poderoso que la espada¡±, dijo Malala ante la ONU, parafraseando al autor ingl¨¦s Edward Bulwer-Lytton. S¨ª, la educaci¨®n y el conocimiento son piedras angulares de la cultura occidental, y las democracias se llenan la boca de grandes proclamas en defensa de ello. Pero parece que no todos los l¨¢pices valen lo mismo; o quiz¨¢ son m¨¢s fuertes que la espada, pero no que el dinero.
La historia del buen estudiante de Mal¨ª ya se convirti¨® en viral en Italia hace alg¨²n tiempo, y ahora lleva camino de hacer lo mismo en nuestro pa¨ªs y qui¨¦n sabe si en el mundo entero. Porque tiene un filo de autenticidad y de inmediatez que nos acongoja. Si estudias, ser¨¢s recompensado; si te aplicas, te ir¨¢ bien. Reconocemos esas palabras mentirosas, esas promesas imposibles en la inocente credulidad del ni?o de Mal¨ª. Es como si todos le hubi¨¦ramos enga?ado.
Embotados como estamos ante el horror constante (es una instintiva defensa psicol¨®gica), no podemos ni pensar en los miles de inmigrantes y de refugiados muertos, en los desplazados, en los desaparecidos. Ni?os, ancianos, hombres y mujeres. Una marea negra de ahogados an¨®nimos llamando a las puertas del castillo europeo. S¨®lo en casos as¨ª, tan personalizados, tan elocuentes, se activan nuestras neuronas espejo y podemos volver a sentir al otro y recordar su tragedia. A veces tengo la sensaci¨®n de que la verdadera vida s¨®lo llega a atisbarse en los rincones, en las menudencias, en un movimiento apenas intuido por el rabillo del ojo, en un destello que se cuela por una fisura. Nuestro buen estudiante de Mal¨ª es ese repentino chispazo. Muri¨® hace cuatro a?os y ahora su fulgor nos deslumbra. Pero enseguida volver¨¢ a apagarse porque, por desgracia, creo que hemos tirado la toalla. No sabemos c¨®mo arreglar el infierno y preferimos adquirir la costumbre del ciego.?
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