Una primavera agostada
La dimisi¨®n de Buteflika no significa el fin de la crisis en Argelia, sino que plantea en toda su dimensi¨®n la gran inc¨®gnita: qu¨¦ derrotero acabar¨¢ tomando el pulso al poder de la calle. Una comparativa con la grave crisis de los noventa arroja algunas pistas
Argel, primeros a?os noventa. Bajo un enjambre de parab¨®licas para captar Canal Plus, que los piadosos llaman Blis (Sat¨¢n en ¨¢rabe), miles de hittistes, j¨®venes ociosos apoyados en las paredes (de hit, muro), asisten al in¨¦dito espect¨¢culo de la democracia. Unas 40 formaciones ¡ªmuchas de ellas denominadas partidos-taxi, porque sus l¨ªderes y militantes cabr¨ªan holgadamente en uno¡ª concurren a las urnas. El Frente Isl¨¢mico de Salvaci¨®n (FIS), primer partido islamista legal en el mundo ¨¢rabe, logra el 54% de los votos en los comicios locales de 1990, y en la primera ronda de las generales, en diciembre de 1991, el 47%.
Todo lo dem¨¢s es sabido: el Ej¨¦rcito al mando, los tanques en la calle y la dimisi¨®n forzada del presidente Chadli Benyedid para evitar, en enero de 1992, la rev¨¢lida de los barbudos, esos que afablemente promet¨ªan a los periodistas extranjeros que el gas para Europa no correr¨ªa peligro ganara quien ganase. Una Europa, por cierto, aquiescente: ante el golpe de Estado y ante la proscripci¨®n del FIS y de sus l¨ªderes.
Salvo la d¨¦cada de guerra sucia entre islamistas y fuerzas de seguridad que sigui¨®, poco o nada ha cambiado, ni siquiera el trampantojo de la democracia. Los hittistes son hoy los harraga, los j¨®venes que se echan al mar en una patera. La falta de expectativas sigue siendo la misma, o mayor, tras d¨¦cadas de latrocinio de un partido-Estado, el FLN, dedicado a esquilmar en beneficio de su camarilla los ingresos por hidrocarburos o por la privatizaci¨®n de tierras p¨²blicas. M¨¢s inmutable es el papel del Ej¨¦rcito como ¨¢rbitro de la situaci¨®n, atrapada entre el b¨²nker del poder y el clamor de la calle. Y qu¨¦ decir de la oposici¨®n, jibarizada por el r¨¦gimen: al margen de la inc¨®gnita islamista, hoy tendr¨ªa cabida en un taxi.
La lucha entre poderes f¨¢cticos se recrudece: veteranos de guerra, oficiales, apparatchiks del FLN y oligarcas, retroaliment¨¢ndose. El espantajo de la violencia como amenaza, pero tambi¨¦n como vacuna. La explosi¨®n demogr¨¢fica, la masificaci¨®n precaria de las urbes y sus j¨®venes sin arraigo, la corrupci¨®n, el desempleo; los radicales cantos de sirena en las mezquitas, primordial forma de pol¨ªtica social.
Argelia vivi¨® su primavera?en los noventa, tras la sangrienta revuelta del pan de 1988; como en el resto de los pa¨ªses ¨¢rabes, termin¨® agostada. Muchos esperan una reedici¨®n de las de 2011, pero bastar¨ªa acaso con dilucidar qu¨¦ porf¨ªa es m¨¢s leg¨ªtima, el anhelo ciudadano de un Estado de derecho o la imperiosa estabilidad del pa¨ªs, que el r¨¦gimen pretende hacer coincidir con la suya. Valga como respuesta, de momento, la advertencia prof¨¦tica de Camus en Cr¨®nicas argelinas: ¡°En Argelia es suficiente con la sangre para separar a los hombres. No a?adamos encima la estupidez y la ceguera¡±.
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