Mentiras de obligado cumplimiento
Abandonada la antigua pretensi¨®n de constituir una simple versi¨®n de los acontecimientos, o una narraci¨®n con pretensiones de veracidad, el relato se ha convertido en el objeto (ideol¨®gico) del deseo para muchos
Habr¨ªa que encontrar al que tuvo la desafortunada idea para que purgara por sus pecados (a la manera en que Woody Allen en su magn¨ªfica Desmontando a Harry condenaba a las penas eternas del infierno a quien invent¨® los muebles de metacrilato). Porque se dir¨ªa que alguien decidi¨®, hace ya un tiempo, que hab¨ªa que dejar de hablar de explicaci¨®n para, en su lugar, hacerlo de relato. La sustituci¨®n no era banal ni ven¨ªa exenta de consecuencias. Lejos de ello, la idea de relato tra¨ªa consigo incorporada una carga insoslayable de connotaciones que la allegaban al relativismo y a la ficci¨®n, connotaciones que han terminado por adquirir carta de naturaleza y que han dado lugar a consecuencias de desigual importancia.
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As¨ª, por poner un ejemplo menor, tomado de la vida cotidiana, cualquiera que, aunque sea por equivocaci¨®n, haya tenido la oportunidad de ver en televisi¨®n a esos personajillos que pueblan los habitualmente denominados ¡°programas del coraz¨®n¡± habr¨¢ comprobado la desenvoltura con la que expelen frases como ¡°yo he venido aqu¨ª a contar mi verdad¡±, ¡°esa es tu verdad, pero yo tengo la m¨ªa¡±, y similares. Junto con dicha desenvoltura, lo m¨¢s significativo es que semejante tipo de frases no suele provocar ninguna respuesta cr¨ªtica o, como m¨ªnimo, puntualizadora en ninguno de los all¨ª presentes, ya acostumbrados a ellas. Parece haber ido cuajando una unanimidad absoluta, no solo en que la expectativa de alcanzar algo parecido a una verdad objetiva carece por completo de sentido, sino tambi¨¦n en que cada cual tiene el derecho a elaborar un relato propio de lo que le ha sucedido en la forma que se le antoje (casi siempre la m¨¢s favorable a sus intereses, claro est¨¢).
En realidad, el relato, en la acepci¨®n del t¨¦rmino que ha terminado por generalizarse en casi todos los ¨¢mbitos de nuestra sociedad, viene a constituir, en s¨ªntesis, una versi¨®n de los hechos que, aunque pueda contener elementos de apariencia explicativa, apunta en una direcci¨®n distinta a la de la explicaci¨®n propiamente dicha. As¨ª, cuando alguien, pongamos por caso, describe los antecedentes de una situaci¨®n presente en t¨¦rminos de persistente y prolongada humillaci¨®n, explotaci¨®n, opresi¨®n o cualquier otro vocablo equivalente, resulta obvio lo que pretende: est¨¢ colocando tales premisas para convertir en poco menos que inevitable o incluso justificada una respuesta que legitime acabar con el orden presuntamente provocador de todo ello.
Lo que caracteriza a las fake news no es tanto su ostentosa falsedad como la fuerza con la que se imponen
No cabe llamarse a enga?o al respecto. En esa manera de emplear el t¨¦rmino relato hoy com¨²nmente aceptada importa mucho menos la explicaci¨®n (que remite a causas) que la interpretaci¨®n (que se vincula con el sentido, siempre tan l¨¢bil). No es casual por ello que quienes ven con m¨¢s simpat¨ªa este empleo del t¨¦rmino hayan recibido con indisimulable alegr¨ªa el paralelo auge de otro concepto que, en la pr¨¢ctica del discurso, les sirve de refuerzo. Me refiero al de resemantizaci¨®n. Nada que objetar, por descontado, al proceso de reasignaci¨®n de significados, que es cosa que se viene produciendo a lo largo de la historia desde siempre. Lo preocupante tiene lugar cuando la operaci¨®n sirve no ya para reinterpretar las palabras, sino para reinterpretar el pasado, incurriendo en el anacronismo flagrante de pretender que los conceptos funcionaran en el pret¨¦rito con el contenido que hoy le atribuimos (dando lugar a una versi¨®n del pasado por lo general maniquea hasta la caricatura) y condenando los que no nos agradan en la actualidad por lo que significaban tiempo atr¨¢s. A la vista de lo anterior, se empezar¨¢ a comprender que si el asunto del relato tiene una importancia relativa, tirando a escasa, cuando de las cuitas de famosos y famosas de tres al cuarto se trata, la cosa empieza a resultar m¨¢s preocupante, por las consecuencias a que da lugar, cuando ese mismo recurso es adoptado por dirigentes pol¨ªticos, por las maquinarias de los partidos y ya no digamos por Gobiernos como herramienta privilegiada y eficaz para imponer en la ciudadan¨ªa su versi¨®n de los hechos y la subsiguiente justificaci¨®n de sus propuestas.
Utilizo deliberadamente el t¨¦rmino ¡°herramienta¡± para subrayar el car¨¢cter instrumental ¡ªesto es, dependiente de intereses pr¨¢cticos y no de una desinteresada voluntad de verdad¡ª de este empe?o narrativista. Ello se hace evidente en expresiones, habituales en el lenguaje pol¨ªtico, como ¡°relato ilusionante¡± o ¡°relato de ¨¦xito¡±, entre otras, muy frecuentes en boca de los profesionales de comunicaci¨®n de la cosa, en las que queda claro que de lo que se trata con semejante tipo de relatos no es en absoluto de aportar conocimiento, sino de persuadir a los dem¨¢s de las bondades de la propia acci¨®n. Aunque tal vez no sea este ¨²ltimo objetivo, obscenamente publicitario, el que deber¨ªa preocuparnos m¨¢s en relaci¨®n con el generalizado recurso al relato, tan caracter¨ªstico de nuestros d¨ªas.
Se dir¨ªa que alguien decidi¨® que hab¨ªa que dejar de hablar de explicaci¨®n para, en su lugar, hacerlo de relato
Y es que, abandonada la antigua pretensi¨®n de constituir una simple versi¨®n de los acontecimientos, una descripci¨®n posible o incluso una narraci¨®n con pretensiones de veracidad, el relato de nuevo cu?o se ha convertido en el objeto (ideol¨®gico) del deseo para muchos. Este relato, del que se han apropiado la sociolog¨ªa y la ciencia pol¨ªtica modernas, es utilizado ahora para designar algo m¨¢s (mucho m¨¢s, en realidad) que una narraci¨®n ordenada y novelada de los hechos: constituye una narraci¨®n que tiene una inequ¨ªvoca finalidad pol¨ªtica, a saber, la de fijar como innegables en el imaginario colectivo unos determinados hechos, precisamente aquellos que mejor sirven para justificar la posici¨®n de dominio de un determinado sector o grupo. Precisamente por ello, no cabe considerar como una casualidad que se hable tanto de relato en tiempos en los que tambi¨¦n se habla mucho de posverdad y de fake news, en cierto modo, categor¨ªas complementarias.
Porque es a la luz de esta pretensi¨®n de hegemon¨ªa doctrinal como todas estas categor¨ªas se deben analizar y no desde la perspectiva epistemol¨®gica, que alguien podr¨ªa considerar, ingenuamente, como la m¨¢s adecuada al efecto. As¨ª, lo que caracteriza a las llamadas fake news no es tanto su ostentosa falsedad, asunto con el que a menudo nos distraemos, como la fuerza con la que se imponen, la rotundidad con la que consiguen instalarse en el debate p¨²blico como datos incontrovertibles, hasta el extremo de que incluso quienes las rechazan prefieren evitar hacerlo en voz alta por el enorme coste pol¨ªtico que un tal atrevimiento les supondr¨ªa (en Catalu?a pr¨¢cticamente nadie osa dudar ante un micr¨®fono o por escrito de esos inveros¨ªmiles mil heridos por las cargas policiales del 1 de octubre que no dejaron rastro hospitalario alguno).
En realidad, si queremos plantear el asunto en t¨¦rminos de pregunta por la novedad que aporta, habr¨ªa que responder que lo que de nuevo tiene este uso del concepto de relato tan frecuente en nuestros d¨ªas no es propiamente el contenido del mismo, ya conocido de antiguo. Lo nuevo reside en que, por formular la respuesta en la jerga filos¨®fica que nos resulta m¨¢s propia, haya dejado de constituir una categor¨ªa epistemol¨®gica, relacionada con el conocimiento, para convertirse en ontol¨®gica y, sobre todo, pol¨ªtica. Estamos, pues, ante un relato que, de alcanzar la hegemon¨ªa, dibuja el marco no solo de lo que hay, sino, mucho m¨¢s importante, de lo que nos es dado pensar y, sobre todo, del sentido que debe adoptar nuestro obrar. Un relato, por formularlo de manera sint¨¦tica, de obligado cumplimiento.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea de la Universidad de Barcelona.
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