La Europa rota
Vuelve con fuerza la llamada a la grandeza de los pueblos
El fil¨®sofo alem¨¢n R¨¹diger Safranski le pone una fecha concreta, en su libro sobre el romanticismo, al arranque de ese movimiento que iba a transformar radicalmente la relaci¨®n del individuo con la realidad. Fue exactamente el 17 de mayo de 1769, el d¨ªa en el que Johann Gottfried Herder, que entonces predicaba en la catedral de Riga, decide lanzarse a la mar. No sabe muy bien hacia d¨®nde se dirige, quiere cambiar de aires, explorar terrenos desconocidos. El barco viaja a Nantes, luego en 1771 Herder se encuentra con Goethe en Estrasburgo y en 1776 se instala en Weimar. Para entonces, lo importante ya ha ocurrido. Sucedi¨® durante el trayecto, al hilo del rumor de las aguas: Herder se propone ah¨ª buscar un lenguaje que se ajuste ¡°a la misteriosa movilidad de la vida¡±. Al diablo con las reglas l¨®gicas, inamovibles y abstractas, de lo que se trata es de mirar las cosas a mi manera. Lo explica F¨¦lix de Az¨²a al referirse a los artistas de aquel movimiento en uno de los ensayos de Volver la mirada: ¡°El rom¨¢ntico descubre que su alma es un paisaje cambiante, pero al tiempo ve que los paisajes naturalesno son sino expresiones del alma¡±.
Unos a?os m¨¢s tarde estalla la Revoluci¨®n Francesa y buena parte de los rom¨¢nticos de entonces la reciben, dice Safranski, como la ¡°luz del d¨ªa¡±, como ¡°una aurora¡±. Es hija de la Ilustraci¨®n, de los avances de la raz¨®n, quiere liberar a la gente de los lazos religiosos y de los servilismos del Antiguo R¨¦gimen y conquistar un presente en el que todos los ciudadanos sean iguales. Tuvo que haber por esos a?os una ¨¦poca en que convivieron, m¨¢s o menos amigablemente, cuantos defend¨ªan la luz de la raz¨®n con los que se ve¨ªan tentados por explorar el lado oscuro de la vida. El propio Herder es amigo de la democracia y, aunque empieza ya a hablar del Volkgeist, de ese esp¨ªritu que diferencia a unos pueblos de otros, se proclama cosmopolita.
La ruptura viene m¨¢s tarde. Cuando Napole¨®n avanza por Europa para imponer a sangre y fuego los valores de la Revoluci¨®n, buena parte de los rom¨¢nticos dan un giro brusco en Alemania y vuelven a apuntar a los misterios y a la religi¨®n, a las viejas tradiciones, a la lengua propia. Johann Gottlieb Fichte es uno de los m¨¢s entusiastas a la hora de transformar a la patria en el verdadero sujeto de la libertad, a ese pueblo que reivindica sus fuertes lazos comunitarios y que reniega de la universalidad que representa Francia. Uno de los bardos del nuevo movimiento patri¨®tico, Ernst Moritz Arndt, lo tiene muy claro: ¡°Quiero el odio contra los franceses, no solo en el transcurso de esta guerra, lo quiero por largo tiempo, lo quiero para siempre¡±, dice. Prusia le planta cara a Napole¨®n. ¡°Que brille este odio como la religi¨®n del pueblo alem¨¢n, como un delirio sagrado en todos los corazones¡±, remata.
Este tipo de exaltaciones identitarias est¨¢n volviendo a las sociedades occidentales, que les dieron la espalda despu¨¦s de la II Guerra Mundial. Es cierto que el alma de Europa siempre ha estado rota entre el reclamo de las luces de la raz¨®n y la fascinaci¨®n por esa corriente que se precipita en lo desconocido. Precisamente para que el individuo pudiera rastrear en lo oscuro, a su manera, se han ido construyendo unas instituciones s¨®lidas para canalizar la vida pol¨ªtica. Para asegurar las libertades, nada mejor que la democracia: elecciones para poder sustituir a los que est¨¢n en el poder si una mayor¨ªa lo quiere, unas reglas de juego claras, el imperio de la ley. Ahora regresan los discursos que reclaman la grandeza del pueblo, de cada pueblo (frente a los otros): Europa est¨¢ en peligro.
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