Tribunicios: los partidos que gestionan la indignaci¨®n de la gente
En Roma los Tribunos de la Plebe se supon¨ªan portavoces de los deseos, y de la indignaci¨®n de los de m¨¢s abajo
Conocemos poco la democracia porque es muy joven a¨²n. All¨¢ donde presume de ser m¨¢s vieja no alcanza los dos siglos. Las verdades de las ciencias naturales se establecen sobre una capacidad de observaci¨®n de conductas repetidas de modo uniforme durante enormes periodos de tiempo. Las verdades de las ciencias humanas no cuentan con tal sedimento de seguridad. En realidad vamos pensando los fen¨®menos casi a medida que se producen y con el inconveniente a?adido de que nuestro pensamiento los modifica.
De la Rep¨²blica romana conocemos la instituci¨®n de los Tribunos de la Plebe. Esto interes¨® pronto a nuestras figuras de la teor¨ªa pol¨ªtica moderna, a Montesquieu por ejemplo, el m¨¢s fino de los investigadores sobre esa primitiva politeia. Sin ser para nada una democracia como las que conocemos, Roma tuvo una forma de rep¨²blica aristocr¨¢tica en la que tales cargos se supon¨ªan portavoces de los deseos y, sobre todo, de la indignaci¨®n de los de m¨¢s abajo. Eran, como lo fueron los Gracos, defensores del pueblo y transmisores de sus pensamientos. De ah¨ª que ahora, cuando el fen¨®meno que se nos presenta en las democracias actuales es el populismo, se haya decidido llamar ¡°partidos tribunicios¡± a un tipo peculiar de actores pol¨ªticos. Son partidos tribunicios aquellos que recogen la indignaci¨®n de la gente que se cree no atendida por los partidos con poder de gesti¨®n. El temor de mucha gente en nuestras sociedades es ser poco o nada interesante. Valer poco y contar menos. Lo peculiar de estos partidos tribunicios es precisamente que lo que gestionan es esa indignaci¨®n; le dan forma, aunque no puedan darle objetivos. Los partidos tribunicios crecen deprisa. Marcan una agenda imposible de resolver y obtienen apoyo con independencia del voto anterior. Por ejemplo, grandes zonas que eran caladero de voto seguro para los comunistas franceses est¨¢n ahora en manos de Marine Le Pen. El voto ha cambiado de un extremo a otro del espectro. Es tambi¨¦n as¨ª la presentaci¨®n de esos contendientes: reniegan de que izquierda o derecha sean polos significativos y aducen que s¨®lo ellos representan una nueva geograf¨ªa pol¨ªtica.
Este tipo de agrupaciones est¨¢n proliferando en todas las democracias, sobre todo calculando la fuerza de los miedos globales: el paro, la inmigraci¨®n, la p¨¦rdida de protagonismo nacional, la debilitaci¨®n de las clases medias. Tienen sus enemigos naturales, epistemol¨®gicamente hablando, en los puntos de vista que se desarrollan con exigencia de una mirada global: el ecologismo, el feminismo. Porque tales agrupaciones tribunicias no pueden siquiera concebir varios de los problemas elementales a los que nos enfrentamos. Si normalmente una democracia reh¨²sa conocer a las claras que su marco nacional es insuficiente para resolver sus desaf¨ªos, en el caso de los partidos tribunicios se organiza una verdadera carrera hacia el pasado. All¨ª lo que se desea es que nada de lo que conforma nuestro presente haya sucedido: predican y quieren que el mundo se pare. La globalizaci¨®n est¨¢ sometiendo a nuestro mundo a tensiones nuevas que exigir¨ªan liderazgos inteligentes. Pero, por el contrario, se siente el latido del miedo y la negra nostalgia azuza la carrera hacia atr¨¢s. Nadie puede sensatamente creer que el mundo va a pararse, pero puede querer que pase. Asia, China, ?frica existen. Am¨¦rica Latina existe y no va a parar su movimiento un muro, una muralla trumpiana, que impida su subida. Las migraciones forman parte del mundo hipercomunicado. Las mujeres como individuos existen. No van a dejar de serlo para recuperar su antigua obediencia. El cambio clim¨¢tico como consecuencia de la acci¨®n humana existe: no va a revertir comiendo jam¨®n y yendo a los toros.
La democracia multiplica los actores, no los modos ni las soluciones. Hace nueve b¨ªblicos a?os St¨¦phane Hessel aconsej¨® a la ciudadan¨ªa que se indignara. Su libro bati¨® marcas de ventas y rese?as. Est¨¢bamos soportando m¨¢s de lo razonable a unos pol¨ªticos de corto alcance y unos financieros de largas u?as. En efecto, la indignaci¨®n comenzaba a palparse. Lo que nunca se sabe es d¨®nde acaba y a qu¨¦ va a servir de combustible. El voto indignado a veces concurre adonde le indignan todav¨ªa m¨¢s, aunque no sea con los mejores argumentos. La adrenalina parece soluci¨®n bastante. De ah¨ª los cambios asombrosos y los saltos a los extremos. Cuando la gente tiene el voto como una de sus propiedades valiosas, tiene tambi¨¦n la tentaci¨®n de usarlo para hacer estallar el enfado.
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