Aquel colegio c¨®mplice
Entre visitas al apartamento del profesor, el mismo que organizaba los campamentos de verano, fueron pasando los a?os. Nadie hizo nada. Solo ¨¦l
QUERIDO E IRRESPONSABLE colegio: hubiese querido escribirte para darte las gracias, m¨¢s de 30 a?os despu¨¦s, pero necesito ser franco contigo. La verdad es como el agua subterr¨¢nea, que trata de buscar un hueco para salir al exterior. Ese hueco lo ha abierto la novela que he publicado antes de dirigirte esta carta. Porque la escritura nos ayuda a ir se?alando las m¨¢scaras con las que nos vamos protegiendo a?o a a?o. Ahora es el momento de dejar caer la tuya. Solo la ca¨ªda de las apariencias ¡ªesas que te importaban tanto¡ª nos permite aprender algo de valor.
Ten¨ªas la obligaci¨®n de educarnos, y, sin duda, lo intentaste a tu modo, tratando de inculcarnos lo que t¨² considerabas valores ejemplares. Al mismo tiempo, contratabas a un pederasta en tu plantilla. Desde luego, era el m¨¢s moderno de los profesores, la mayor¨ªa religiosos de tu congregaci¨®n. ?l no lo era. Hab¨ªamos cumplido 12 a?os. Y nos hablaba con altiva normalidad de algunos tab¨²es de entonces: la masturbaci¨®n, por ejemplo, o el franquismo. Luego, despu¨¦s de clase, nos invitaba a tomar un refresco que, con el tiempo, se convirti¨® en una cerveza o un gin-tonic, ya en su casa, en formato de fiesta. Quiz¨¢ te llegaban rumores al respecto.
Al ser el profesor m¨¢s avanzado, el m¨¢s proclive a los nuevos m¨¦todos, le permitiste organizar los campamentos de verano, adonde ¡ªconfiando en el colegio¡ª nos enviaban nuestros padres. Entre su casa y las tiendas de campa?a, el profesor obten¨ªa madrigueras propicias para atraer a sus alumnos favoritos. Quiz¨¢ esto ¨²ltimo no lo supieras. Hasta que yo mismo me encargu¨¦ de advert¨ªrtelo.
Recuerdo la ma?ana en la que habl¨¦ con el director del colegio, antes de terminar el ¨²ltimo curso que pas¨¦ entre tus aulas. No quise marcharme sin decirte la verdad por primera vez, una verdad compartida hasta el momento solo con algunas v¨ªctimas que hab¨ªan guardado entre telara?as su secreto.
El director fue muy cordial y comprensivo. Me asegur¨® que tomar¨ªa medidas y yo me fui tan tranquilo hacia el resto de mi vida, liberado por fin de tu influencia. En efecto, seg¨²n supe, los campamentos fueron cancelados temporalmente. Sin embargo, el profesor continu¨® en ejercicio y as¨ª fue durante a?os, a pesar de las advertencias que, an¨®nimas o no, te fueron llegando. Incluso los campamentos volvieron a organizarse. Y el campo de caza continu¨® intacto.
Es obvio que priorizaste proteger tu buen nombre, evitar el esc¨¢ndalo (a saber con cu¨¢l te amenazar¨ªa el profesor). Es obvio que preferiste enmascarar tu realidad para seguir justificando tu existencia, tus ingresos, tu inmaculada misi¨®n. Y as¨ª te convertiste en el c¨®mplice interesado del mal maestro, en lugar de cumplir con tu deber de cuidar y educar a tus alumnos.
Dec¨ªa Emilio Lled¨®: ¡°Igual que se cultiva la tierra, el maestro cultiva las mentes. Lo que hace es impedir que caigan en esas mentes semillas est¨¦riles que no den ni libertad ni posibilidad¡±. Con esa libertad te escribo. Con esa posibilidad te muestro las semillas que sembraste. Para que ahora las veas en tus manos, tal como fueron. Para que ning¨²n colegio vuelva a cultivarlas tan mal como t¨² lo hiciste.?
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