El experto en mosquitos que fotografi¨® la Espa?a de la miseria
Un libro rescata las im¨¢genes in¨¦ditas tomadas por Juan Gil Collado, un cient¨ªfico represaliado por el franquismo
V¨ªctor Garc¨ªa Gil recuerda cuando, de ni?o, su abuelo le mostraba su colecci¨®n de fotograf¨ªas antiguas. ¡°Para m¨ª era como ver las pel¨ªculas de Tarz¨¢n de Johnny Weissmuller¡±, rememora. Su abuelo era Juan Gil Collado, un cient¨ªfico que recorri¨® la Espa?a de la miseria en busca del que entonces era el enemigo p¨²blico n¨²mero uno de muchos espa?oles: los insectos. El entom¨®logo peregrin¨® por las regiones m¨¢s pobres del pa¨ªs pertrechado con una c¨¢mara y fotografi¨® a los labradores azotados por el mosquito de la malaria, a los ni?os con piojos, a los ga?anes con pulgas, a los pastores con sarna. Gil Collado, nacido en Martos (Ja¨¦n) en 1901, falleci¨® en 1986. Su nieto ha custodiado su legado en silencio durante m¨¢s de 30 a?os.
Las im¨¢genes in¨¦ditas del cient¨ªfico aparecen ahora en un libro, La dignidad de un entom¨®logo (ediciones Doce Calles), escrito por el propio V¨ªctor Garc¨ªa Gil y por Alberto Gomis, catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad de Alcal¨¢. ¡°Las condiciones miserables de vida de sus habitantes, su aislamiento y la afecci¨®n de todo tipo de enfermedades impresionaron al cient¨ªfico¡±, narran los autores sobre uno de los primeros viajes de Gil Collado a La Cava, una peque?a poblaci¨®n de arroceros en el Delta del Ebro, en Tarragona, hacia 1925.
El padre de Juan era amanuense: escrib¨ªa al dictado de las personas analfabetas de Martos. Su madre era ama de casa. En 1901, ocho de cada diez habitantes de Ja¨¦n no sab¨ªan leer ni escribir o no ten¨ªan estudios. Cuando el ni?o ten¨ªa dos a?os, sin embargo, la familia se traslad¨® a la capital. All¨ª, en el verano de 1916, Gil Collado ingres¨® en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid. La malaria, entonces m¨¢s conocida como paludismo, se erradic¨® de Espa?a en 1964, pero a comienzos del siglo se cebaba con los habitantes de Extremadura, Andaluc¨ªa, Murcia y Catalu?a. La localidad barcelonesa de Prat del Llobregat estaba tan afectada que fue bautizada como ¡°el pueblo de las fiebres¡±. Solo en Sevilla, con una poblaci¨®n de 275.000 personas, se registraban m¨¢s de 16.000 casos de malaria y una docena de muertes cada a?o.
En medio de ese apocalipsis, en 1923, Gil Collado fue fichado por el Ministerio del Estado para una misi¨®n con escolta militar por el protectorado espa?ol en Marruecos. Su objetivo era experimentar el efecto de unas algas sobre las larvas de los mosquitos que transmiten la malaria. Dos a?os antes hab¨ªa ocurrido el Desastre de Annual, la estrepitosa derrota espa?ola ante las tropas de la resistencia bereber. Murieron unos 13.000 militares espa?oles tras las controvertidas decisiones de los altos mandos apoyadas por el rey Alfonso XIII.
Al volver de Marruecos, Gil Collado fue contratado por el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. All¨ª se convirti¨® en uno de los mayores expertos mundiales en los mosquitos de la malaria. En 1925 se cas¨® con Carmen Fern¨¢ndez, hija del jefe de personal de la F¨¢brica Gal, la empresa productora del jab¨®n Heno de Pravia. ¡°Su coqueter¨ªa rozaba el esnobismo, cuando pocos meses antes de su matrimonio [Gil Collado] viaj¨® a Par¨ªs, de donde vino imbuido de las ¨²ltimas tendencias de los cosmopolitas dandis parisinos¡±, explican Gomis y Garc¨ªa Gil. En Francia, el cient¨ªfico adopt¨® del actor Maurice Chevalier un sombrero de tipo canotier y un elegante bast¨®n. ¡°Su aspecto, m¨¢s que sofisticado, le pareci¨® rid¨ªculo y estrafalario a su prometida, quien le conmin¨® a guardar el sombrerito y el bast¨®n en un armario y olvidarse de sacarlos, si quer¨ªa pasear con ella por la calle¡±, cuentan con sorna los autores. No obstante, el cient¨ªfico sigui¨® vistiendo traje y pajarita el resto de su vida.
Poco a poco Gil Collado se fue sumergiendo en los ambientes de los intelectuales republicanos de Madrid. El 12 de marzo de 1930 firm¨®, junto a otras personalidades, un manifiesto de Acci¨®n Republicana encabezado por Manuel Aza?a, que se public¨® en varios peri¨®dicos pese a la censura. ¡°Nuestro designio es aunar los esfuerzos de todos para restaurar en Espa?a la libertad mediante la Rep¨²blica. Nada m¨¢s. Nada menos¡±, pregonaban.
El entom¨®logo celebr¨® el 14 de abril de 1931 la proclamaci¨®n de la Segunda Rep¨²blica, que ve¨ªa como ¡°la oportunidad que Espa?a necesitaba para despegar en educaci¨®n¡± y ¡°mejorar una sanidad p¨²blica deficitaria, propia de un pa¨ªs pobre y subdesarrollado¡±, seg¨²n subrayan los autores. Sin embargo, cuando no hab¨ªa transcurrido ni un mes asisti¨® ¡°horrorizado¡± a la quema de iglesias y conventos en ciudades de toda Espa?a. En Madrid, grupos incontrolados incendiaron las bibliotecas de la residencia de jesuitas y del Instituto Cat¨®lico de Arte e Industrias, aniquilando primeras ediciones de las obras de Lope de Vega, Quevedo y Calder¨®n de la Barca.
En el invierno de 1932 Gil Collado se embarc¨® en otra expedici¨®n, esta vez a la isla de Fernando Poo, en la Guinea Espa?ola, pero de nuevo para estudiar los insectos transmisores de enfermedades. Se llev¨® un salacot y un rev¨®lver, que no le sirvi¨® para defenderse de su principal enemigo: un mosquito que le transmiti¨® la malaria. Su compa?era de viaje, la brillante cient¨ªfica Trinidad Guti¨¦rrez Sarasibar, falleci¨® poco despu¨¦s, aparentemente por otra misteriosa enfermedad tropical.
En la isla de Guinea, Gil Collado comi¨® lagarto, ranas, saltamontes y hormigas fritas. Para prevenir la picadura de las moscas tsets¨¦, que inoculan unos par¨¢sitos que inflaman el cerebro y provocan la llamada enfermedad del sue?o, ¡°los nativos sugirieron a los cient¨ªficos dejarse acompa?ar por ellos pues, seg¨²n su creencia, la mosca prefer¨ªa a la gente de color¡±, cuentan Gomis y Garc¨ªa Gil.
De vuelta a Madrid, Gil Collado fue uno de los protagonistas del Congreso Internacional de Entomolog¨ªa, organizado en la capital en septiembre de 1935 con delegaciones de medio mundo. La revista Blanco y Negro lo explic¨® mejor que nadie. "Para el vulgo resulta casi una chifladura el hecho de que se re¨²nan hombres doctos y sesudos, provenientes de muy diversas naciones, para hablar, discutir y comunicarse sus estudios acerca de la vida y costumbres de los insectos¡±, se?alaban. Pero, a?ad¨ªa la revista, ¡°esos benem¨¦ritos entom¨®logos trabajan abnegada y silenciosamente en beneficio de la gran familia humana, as¨ª para librarla de terribles enfermedades producidas por insectos, como para facilitarle medios de preservar su riqueza frutal y forestal contra el estrago devastador de legiones de bichitos¡±.
El Congreso Internacional de Entomolog¨ªa fue el fin de una ¨¦poca. Sus actas nunca fueron publicadas. El estallido de la Guerra Civil hizo que insignes entom¨®logos espa?oles ¡ªcomo Ignacio Bol¨ªvar, un experto en saltamontes que hab¨ªa dirigido el Museo Nacional de Ciencias Naturales¡ª huyeran de Espa?a por su compromiso con la Rep¨²blica. Otros, como el parasit¨®logo Sad¨ª de Buen, fueron fusilados. Tras la contienda, una comisi¨®n franquista examin¨® las actas del congreso y ¡°procedi¨® a expurgar los trabajos cuya autor¨ªa se deb¨ªa a personas de las que se dudaba su adscripci¨®n al nuevo r¨¦gimen¡±, seg¨²n recuerdan Gomis y Garc¨ªa Gil. Juan Gil Collado, tras un arresto domiciliario, fue apartado de su plaza en el museo.
¡°A los excesos y cr¨ªmenes cometidos en los primeros meses de la guerra en la ciudad por los grupos m¨¢s radicales del bando republicano, dirigidos contra miembros de la Iglesia, personas de ideolog¨ªa conservadora o militares retirados, y cuyas v¨ªctimas inocentes fueron elevadas a la condici¨®n de m¨¢rtires por las nuevas autoridades, iba a suceder ahora un prolongado periodo en el que nuevas v¨ªctimas inocentes ver¨ªan sus vidas truncadas¡±, lamentan los autores de La dignidad de un entom¨®logo. Gil Collado y su familia se convirtieron en ¡°refugiados de guerra, sin hogar, sin un trabajo estable y sin recursos¡±.
El Tribunal Especial para la Represi¨®n de la Masoner¨ªa y del Comunismo juzg¨® al entom¨®logo por su ef¨ªmero contacto con una logia mas¨®nica. Los jueces le exigieron que confesara los nombres de otros masones. Gil Collado, con una arriesgada iron¨ªa, respondi¨® citando al presidente estadounidense Theodore Roosevelt, al primer ministro brit¨¢nico Winston Churchill y al neurocient¨ªfico Santiago Ram¨®n y Cajal, ganador del Premio Nobel. El tribunal le conden¨® en 1945 a ¡°una sanci¨®n de inhabilitaci¨®n absoluta perpetua para el ejercicio de cualquier cargo del Estado¡±.
Gil Collado vivi¨® ¡°el exilio interior¡±, se?alan su nieto y Gomis. Sin embargo, su ¨¦xito en una empresa privada, la vasca Insecticidas C¨®ndor, le permiti¨® rehabilitarse como cient¨ªfico y ganar el pan para su familia. ¡°Tras la guerra, mis abuelos se convirtieron en unos indigentes. Sus tres hijos se educaron en las condiciones m¨¢s asilvestradas, de aqu¨ª para all¨¢, incluso estuvieron sin escolarizar durante tres a?os¡±, explica Garc¨ªa Gil. Los tres hijos, pese a todo, salieron adelante. Muy adelante.
El hijo mayor, Luis Gil Fern¨¢ndez, es fil¨®logo griego y traductor de las obras de Plat¨®n y S¨®focles. Gan¨® el Premio Nacional de Historia en 2007. El hijo peque?o, Juan, fue pionero del estudio del lat¨ªn medieval en Espa?a y desde 2011 ocupa el sill¨®n de la Real Academia Espa?ola que qued¨® vacante tras la muerte de Miguel Delibes. La hija mediana, Carmen, muri¨® el a?o pasado tras una triunfante carrera cient¨ªfica investigando virus de animales y humanos. Fue la primera mujer en lograr una beca de la Fundaci¨®n Juan March para ir a la Universidad de Cambridge, donde conoci¨® a su marido, el f¨ªsico Federico Garc¨ªa Moliner, ganador del Premio Pr¨ªncipe de Asturias de Investigaci¨®n en 1992. V¨ªctor Garc¨ªa Gil, el coautor de La dignidad de un entom¨®logo, es el hijo de ambos.
Juan Gil Collado falleci¨® por un c¨¢ncer el 26 de agosto de 1986 y, adem¨¢s de una colecci¨®n de fotograf¨ªas, leg¨® a su nieto una ense?anza para toda la vida. ¡°Mi abuelo me educ¨® en la idea de la reconciliaci¨®n. Ni ¨¦l ni su familia conocieron el rencor y mucho menos se lo inocularon a sus hijos y nietos. Fueron espa?oles que se negaron a odiar a otros espa?oles¡±.