Nunca hab¨ªa lucido una marquesina de ne¨®n tan esplendorosa en plena Gran V¨ªa madrile?a, con las enormes letras doradas que formaban el nombre de Kamasi Washington sobre un fondo rojo encarnizado. Y tampoco era f¨¢cil recordar un p¨²blico tan rejuvenecido como el que asisti¨® anoche en el Teatro Coliseum a una ceremonia jazz¨ªstica de elevado octanaje. El enorme saxofonista angelino atesora la sabidur¨ªa de varias generaciones y hasta preserva sobre el escenario el magisterio de los mayores a trav¨¦s de su padre, Rickey Washington, al que por segundo a?o consecutivo le cantamos el Cumplea?os feliz en Madrid. Pero la mirada de Kamasi ha acertado con esa codiciada y misteriosa tecla de la transversalidad. Conociendo a Coltrane comprenderemos mejor la sintaxis de Washington, pero ese grandull¨®n de la t¨²nica y la melena afro es capaz de volarle la cabeza a cualquier oyente que se le ponga por medio, casi con independencia de su bagaje.
Al saxofonista a¨²n le queda un peque?o trecho para los 40, pero lo realizado hasta la fecha siempre apuntala su romance con la hip¨¦rbole. De ah¨ª que fuera tan esperado su paso por este Ciclo 1906: m¨²sica para una inmensa minor¨ªa. Todo en Kamasi aviva los diagn¨®sticos fervorosos: la duraci¨®n de sus ¨¢lbumes (debut¨® con el triple The epic y el reciente Heaven & Earth ronda las dos horas y media), la diversidad de influencias, la eficacia de sus solos...
Abri¨® boca el californiano con Street fighter mas, un artefacto de 18 minutos que desarrolla a partir de un fraseo angelical, pero para el que termina disparando semifusas como quien se afana en liberarse de una posesi¨®n diab¨®lica. Y ciment¨® su marm¨®reo poder¨ªo esc¨¦nico haci¨¦ndose escoltar por dos bater¨ªas abrumadores, Tony Austin y Robert Miller, capaces incluso de rubricar un solo de diez minutos a cuatro manos sin que se divisara un solo gesto implorando clemencia desde el patio de butacas.
Su reconocimiento abrumador, entre todos los p¨²blicos y por cualquier latitud, certifica que en m¨²sica a¨²n existen los triunfos merecidos.
Las excelencias de sus acompa?antes no hacen sino agrandar la aureola de nuestro nuevo sumo sacerdote. El teclista Brandon Coleman no solo es capaz de rubricar la preciosa Giant feelings (otros 18 minutos), sino que alterna su Hohner en modo Stevie Wonder con otros teclados que evocaban una avalancha gal¨¢ctica. Su solo final para The space travelers lullaby alcanz¨® un virtuosismo inalcanzable. Y llegados a Truth, esa emocionante reivindicaci¨®n de la diversidad (hasta cinco melod¨ªas superpuestas) que se ha erigido en una de las composiciones seminales de Washington, se vali¨® del vocoder para canturrear un motivo que nos vuelve a remitir a Wonder; en este caso el de Es una historia, aquella pieza chapurreada en castellano para el hist¨®rico Songs in the key of life (1976).
Pero la aut¨¦ntica voz cantante es la que asume Patrice Quinn, int¨¦rprete espigada, volc¨¢nica y de movimientos sinuosos que durante Journey hace sobrevolar el esp¨ªritu de Return to Forever, la banda primigenia de Chick Corea. Y es curioso, s¨ª, que Kamasi Washington haya logrado patentar un discurso tan contempor¨¢neo a partir de patrones que nos sit¨²an entre los ¨²ltimos a?os sesenta y los primeros setenta, siguiendo la gloriosa estela de Miles Davis y aquel Bitches brew.
De hecho, Miles Mosley, el soberano contrabajista de la formaci¨®n, se llama as¨ª como homenaje al trompetista de Illinois. Y, por aquello de cerrar el c¨ªrculo, el octeto complet¨® las dos horas de concierto con su celebrada versi¨®n de Fists of fury, el tema central para aquella pel¨ªcula protagonizada en 1972 por Bruce Lee. ¡°Nuestro tiempo como v¨ªctimas ha terminado / Ya no pediremos justicia, sino que nos vengaremos¡±, bramaba Patrice en el ¨¦xtasis final. No es el caso, por fortuna, de Kamasi Washington. Su reconocimiento abrumador, entre todos los p¨²blicos y por cualquier latitud, certifica que en m¨²sica a¨²n existen los triunfos merecidos.
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