Los enemigos que no lo son
Los independentistas tratan a Espa?a, y a la parte mayor de Catalu?a, como a un combatiente. Dejan de lado las reglas, las leyes, la verdad, los miramientos.
HACE ALGO de tiempo, Puigdemont, Torra o uno de los suyos, tanto da, expres¨® con claridad este sentimiento, con estas o parecidas palabras: ¡°El Estado espa?ol es el enemigo¡±. (Y puede que dijera ¡°Espa?a¡± en esta ocasi¨®n.) Se arm¨® un poco de esc¨¢ndalo, ef¨ªmero como son hoy los esc¨¢ndalos, y me suena que el autor de la frase, o alguien cercano, trat¨® de matizar con la boca peque?a: ¡°Queremos mucho a los espa?oles, hablamos tambi¨¦n castellano, etc¡±. La primera manifestaci¨®n es desde luego la que ha prevalecido, y no es raro o¨ªrla de nuevo en labios de otros dirigentes secesionistas o de sus paniaguados de radio y televisi¨®n. Pese al moment¨¢neo esc¨¢ndalo, tengo la impresi¨®n de que casi nadie se tom¨® en serio la declaraci¨®n, o ¡ªmejor¡ª no se la tom¨® al pie de la letra. A estas alturas, sin embargo, no cabe duda de que se quiso decir lo que se dijo. Los independentistas tratan no s¨®lo a Espa?a, sino a la parte mayor de Catalu?a que no comulga con ellos, como a enemigos. Cuando hay una guerra, para los combatientes todo vale. Se dejan de lado las reglas, las leyes, la verdad, los miramientos; la palabra que se da a ese enemigo carece de valor y el que la da no se siente vinculado a ella; es m¨¢s, considera su deber patri¨®tico enga?ar por cualquier medio, tender trampas, utilizar argucias, falsear los hechos, negar lo evidente con desfachatez, incumplir los pactos acordados, ser sibilino y taimado, asegurar que ofrece di¨¢logo e ir a parlamentar con un pu?al oculto, aprovecharse de la ingenuidad ajena para sacar ventaja y herir mejor. Todo est¨¢ permitido: la mentira constante, el infundio, la amenaza, el chantaje, la calumnia, la fabricaci¨®n de pruebas falsas, la absoluta manipulaci¨®n.
Cuanto he enumerado lleva d¨¢ndose ya mucho tiempo en el ¡°bando¡± secesionista. Orquestadas campa?as de desprestigio, demonizaci¨®n del ¡°Estado espa?ol¡±, vetos y zancadillas a pol¨ªticos que no son de su cuerda, presentaci¨®n del pa¨ªs como falsa democracia cuando no como r¨¦gimen franquista, negaci¨®n de la independencia de su justicia, acusaciones de ¡°opresor¡±, de ¡°castigar las ideas¡± y abolir la libertad de expresi¨®n, comparaciones con la Turqu¨ªa totalitaria de Erdogan a la que tanto se asemeja, curiosamente, el proyecto de Rep¨²blica Catalana concebido y parcialmente ejecutado por ese ¡°bando¡±. Lo ¨²nico que por fortuna falta es la guerra propiamente dicha, y espero que nunca se le ocurra a nadie iniciarla. Pero, en todo lo dem¨¢s, Espa?a y m¨¢s de la mitad de los catalanes son tratados como enemigos. Contra ellos todo es aceptable.
Cuando alguien te declara enemigo suyo y te tiene por tal, lo m¨¢s frecuente es que ese alguien pase a serlo tuyo tambi¨¦n. Pero ?qu¨¦ sucede si uno no quiere abrir hostilidades contra quien se las ha abierto? Es raro, y aun as¨ª se da, y creo que se da en este caso. Con las muchas excepciones que se quieran, ni Espa?a ni los espa?oles consideran a Catalu?a ¡°enemiga¡±, ni siquiera a la porci¨®n que les ha puesto la proa. Tal vez por eso hay todav¨ªa pol¨ªticos o Gobiernos que se acercan con buenas intenciones y ¨¢nimo conciliador a quienes no tienen la menor voluntad de conciliaci¨®n. Si yo no siento animadversi¨®n hacia quien me la profesa, me cuesta mucho jugar sucio contra ¨¦l, hacerlo objeto de mis difamaciones, da?arlo a ultranza, con m¨¦todos l¨ªcitos o no. No es s¨®lo que no desee asimilarme a ¨¦l; es que ¡°no me sale¡± mostrarle la misma inquina que me muestra ¨¦l a m¨ª. Es infrecuente, ya digo, pero no pocos de ustedes habr¨¢n vivido situaciones as¨ª en el ¨¢mbito personal (en los divorcios surgen s¨²bitos y desenfrenados odios). Yo s¨ª, a buen seguro. He tenido casos de malevolencia mutua, en los cuales mi enemigo me torpedeaba y yo hac¨ªa otro tanto con ¨¦l. No obstante, en otros, el enemigo me ha hostigado con encono y tes¨®n y yo no he respondido de igual forma. Porque hab¨ªa habido una vieja amistad; porque ve¨ªa a la otra parte m¨¢s d¨¦bil; porque la aversi¨®n era sorprendente e inmotivada e incomprensible; por lo que fuera. El aborrecimiento era unilateral. Y si se trataba de un antiguo amigo tornado enemigo, dej¨¦ de favorecerlo, claro; pero no me afan¨¦ en perjudicarlo.
Lo habitual es que la beligerancia de uno engendre la del otro, antes o despu¨¦s. Que el segundo estalle por hartazgo, por orgullo o por encabronamiento bien provocado. Pero si no es as¨ª y se aguanta el chaparr¨®n, y no se responde con las mismas armas, ?qu¨¦ hacer? Yo me apart¨¦, me alej¨¦, me puse a tiro lo menos posible. Eso no es factible en lo que se refiere a la Catalu?a hostil: no lo es alejarse de los propios conciudadanos, hacer o¨ªdos sordos a sus belicosos representantes oficiales y tirar adelante sin aqu¨¦llos. Tampoco es deseable. S¨®lo cabe asumir con tristeza que, aunque alguien no sea tu enemigo, t¨² s¨ª lo eres de ¨¦l, y que por tanto ¨¦l carecer¨¢ de escr¨²pulos hacia ti. Sabi¨¦ndolo, hay que dialogar o simular el di¨¢logo, sin hacer concesiones para contentar o aplacar, y exigiendo contrapartidas inmediatas y concretas. Y esperar con paciencia a que amainen sus tormentas de acero, hasta que un d¨ªa por fin escampe, por la fuerza de las urnas o por agotamiento.
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