Solitarios en el Prado
LA IDEA era invitar a 10 personajes de distinto y distinguido pedigr¨ª, colarlos en el Prado y dejarlos solos con su obra favorita ¡ªde noche y con el museo desierto¡ª, y que luego contaran la experiencia. La intenci¨®n final: contrastar esa forma inhabitual de contemplar el arte, solitaria y serena, con el ruido y la furia del tumulto contempor¨¢neo en los museos. Unos lloraron, otras se extasiaron, todos disfrutaron. En un tiempo de prisa y multitud, este es el resultado de aquellas noches tranquilas.
MARIO VARGAS LLOSA concluy¨® ¡ªestaremos atentos¡ª que detr¨¢s de El jard¨ªn de las delicias hab¨ªa un posible libro. Al marcharse de aquel Prado nocturno y solitario tras pasar la velada con El Bosco y tomar notas como un poseso, confes¨® que la experiencia ya nunca se le iba a olvidar.
Llu¨ªs Pasqual se tumb¨® en el suelo para extasiarse mejor ante el Cristo crucificado de Vel¨¢zquez y luego, con la ayuda de una lupa antigua, busc¨® el rastro de sangre en el harapo del crucificado. Las gentes del teatro a veces nos hacen dudar si son m¨¢s del teatro que de la vida misma, y Llu¨ªs Pasqual interactu¨® de tal forma con el Salvador moribundo que la duda qued¨® en esto: aquello, o era una interpretaci¨®n magistral digna de premio, o todo era verdad y entonces este hombre transido (Pasqual, no el Cristo) tiene que dejar la escena e ingresar ya en un monasterio del C¨ªster.
Alberto Coraz¨®n llor¨® delante de Saturno porque tal es el poder omn¨ªmodo de Goya. No sabemos si a este visitante de tirantes eternos y bigote anacr¨®nico y desarmante le habr¨ªa gustado ser Goya, pero uno se lo imagina perfectamente pintando pinturas negras en los techos de su casa, rodeado de su m¨²sica, de su vino, de su mujer y de sus v¨¦rtigos, que aquella noche en el Prado debieron de resultar insostenibles.
Norman Foster, todo un lord que ejerce de tal incluso cuando te est¨¢ preguntando la hora, pareci¨® una esfinge inamovible en su intento de desentra?ar sin ¨¦xito los arcanos de El triunfo de la Muerte, porque el genio llamado Bruegel el Viejo no permite m¨¢s que eso, el intento de penetrar en su mundo.
La Virgen y su hijo, el Cristo descendido ¡ªmisma diagonal pict¨®rica, mismo tormento¡ª bramaban su calvario aquella noche, cuando Cristina Iglesias se plant¨® recta como una sequoia delante de ellos dos en la obra maestra de Van der Weyden.
Goya de nuevo, el Goya de la Villa y Corte, lejos de sus monstruos, salud¨® desde la serenidad de los duques de Osuna y sus hijos a Manuela Carmena, alcaldesa roja¡ y rota (fractura de peron¨¦) de esa misma Villa y Corte.
David Broncano, el buf¨®n de palacio, del palacio del share, aquel chico esp¨ªdico que hac¨ªa entrevistas a pie de calle para la radio y hoy triunfa en la televisi¨®n porque ya alcanz¨® el secreto del ¨¦xito supremo en el caso de un humorista ¡ªda un poco igual ya lo que digas: es m¨¢s bien el c¨®mo lo dices¡ª, eligi¨® un bodeg¨®n de Luis Egidio Mel¨¦ndez, ni m¨¢s ni menos que Bodeg¨®n con salm¨®n, lim¨®n y recipientes, que ya es elegir, sobre todo en el caso de un Broncano. ¡°No sab¨ªa qu¨¦ coger y me lo ech¨¦ a suertes, sali¨® Luis Egidio¡±, asegur¨®. ¡°Es que no era qui¨¦n para elegir un cuadro del Prado de entre todos los que hay¡±, a?adi¨®. ¡°?Y qu¨¦ m¨¢s decir del Prado? ?F¨ªjate qu¨¦ z¨®calos, qu¨¦ maderas!¡±, zanj¨®. Luis Egidio, que ya es llamarse, rindi¨® al buf¨®n cat¨®dico que, microauriculares en ristre escuchando el Solo pienso en ti de C¨¢novas, Rodrigo, Adolfo y Guzm¨¢n, se pas¨® tanto rato contemplando aquel pedazo de salm¨®n y el brillo de aquellos cazos que pareci¨® querer quedarse a vivir en aquella sala del Prado, a la saz¨®n la 88. Los vigilantes no le dejaron. Aunque luego le pidieron hacerse fotos con ellos.
Ter, esa youtuber de pelo azul y pasi¨®n furiosa, analista punki del arte cl¨¢sico y arquitecta titulada por si alguien le busca las cosquillas, lleg¨® aquella noche al Prado con pantalones color butano y un deseo irrefrenable de meterse en El lavatorio de Tintoretto, su elegido. Lo primero, lo siguiente y lo ¨²ltimo que hizo fue mirar el cuadro. Esta constataci¨®n puede parecer una evidencia tendente a la idiotez, pero no lo es tanto en una ¨¦poca en la que el visitante de museos ya casi no lo hace. Mirar los cuadros, queremos decir. Es preferible mirar la pantalla del m¨®vil y a trav¨¦s de ¨¦l los cuadros. O ni siquiera. Se puede estar delante de Tintoretto y estar mirando a ver d¨®nde vamos a ir a tomar el aperitivo. Ter mir¨® el cuadro. Y despu¨¦s habl¨® de ¨¦l. Y despu¨¦s escribi¨® un texto corto y certero sobre la perspectiva y sus magias.
La silueta alargada y los ojos al acecho de Eugenia Silva cabalgaron por las salas desiertas del museo hasta dar con el tesoro elegido: Nacimiento de san Juan Bautista, de Artemisia Gentileschi. Entonces pudo arrancar la comuni¨®n pagana entre la supermodelo del siglo XXI ¡ªuna concienciada mujer de su tiempo¡ª y la pintora italiana ¡ªsin duda, muy a su pesar, una mujer del suyo¡ª. Solo hay tres pintoras expuestas en el Prado. Seguro que eso jug¨® en favor de la elecci¨®n de Eugenia Silva, que en un principio pareci¨® entroncar con una indisimulada militancia feminista. Pero cuando ella contemplaba el cuadro y torc¨ªa el rostro con la barbilla apoyada en los nudillos de sus dedos, all¨ª, en la sala silenciosa, Artemisia no era una mujer, sino una artista llena de poder, sensibilidad, genio. Y eso s¨ª que es feminismo.
No sospechaba Ana Bel¨¦n que a?os despu¨¦s, en su reencuentro con el general Torrijos y el resto de los fusilados en las playas de M¨¢laga a manos del absolutismo de Fernando VII, iba a descubrir un detalle que hasta esa noche se le hab¨ªa escapado. Una mano en la parte inferior del cuadro. Sola. Casi imperceptible. Sobre la arena. Junto a los cuerpos de los muertos. ?Un mensaje oculto? ?El capricho de un artista? Antonio Gisbert lo sabr¨¢ en su tumba. En cuanto a Ana Bel¨¦n, se march¨® aquella noche rumbo a su coche, seguro que rumiando la idea de c¨®mo se debe de sentir alguien cuando sabe que va a morir por un ideal. Una cosa est¨¢ clara: de esos ya no quedan. Y casi mejor as¨ª.?