Un arquitecto espa?ol firma el rascacielos m¨¢s alto de ?frica (y no est¨¢ en Wakanda)
El estudio de Rafael de La-Hoz trabaja en la Tour Mohamed VI, proclamada como la de mayor altura del continente. ?Ser¨¢n los rascacielos africanos objetos inocentes, basados en met¨¢foras figurativas e inspirados por utop¨ªas afrofuturistas como la de la ciudad de Marvel?
En noviembre pasado comenzaron las obras de la Tour Mohammed VI, tambi¨¦n llamada Torre Bank of Africa, en Rabat (Marruecos). Proyectado por los espa?oles Rafael de La-Hoz arquitectos, en colaboraci¨®n con la firma marroqu¨ª CHB Cabinet Hakim Benjelloun, el edificio es pr¨¢cticamente silueta pura. Una suerte de misil bal¨ªstico de vidrio de 250 metros de altura, anunciado como "el rascacielos m¨¢s alto de ?frica".
Desde el propio estudio de De La-Hoz definen el edificio menos como ente habitable y m¨¢s como artefacto tecnol¨®gico y simb¨®lico: "[¡] La superficie de 4.700 m2 de paneles solares supone una revoluci¨®n en el concepto de la edificaci¨®n en altura en una ciudad que lucha por ponerse a la cabeza del continente africano". Si tenemos en cuenta que la mayor parte de los anteriores rascacielos africanos se levantaron en Sud¨¢frica, y que la keniana Britam Tower (de 195 metros de altura) es tambi¨¦n obra de un arquitecto sudafricano de ascendencia boer, no es descabellado pensar que la Tour Mohammed VI ser¨¢ oficiosamente el primer rascacielos de ?frica. Al fin y al cabo, hasta hace muy poco y hablando en t¨¦rminos de desarrollo t¨¦cnico, Sud¨¢frica era m¨¢s bien un cant¨®n europeo en el continente africano.
Viendo las im¨¢genes del proyecto de De La-Hoz y Benjelloun, se aprecia que la carga simb¨®lica es perfectamente consciente, porque el edificio parece emparentado con la tecnooptimista arquitectura googie americana de los a?os cincuenta, pero tambi¨¦n, y quiz¨¢ esto sea m¨¢s importante, con el afrofuturismo de la ficticia Wakanda [de los c¨®mics de Marvel, en la que habita el superh¨¦roe Black Panther].
Wakanda: la ilusi¨®n de una ?frica libre como arma comercial
Cuando, en enero, la Academia de Artes y Ciencias Cinematogr¨¢ficas anunci¨® las nominaciones a los Oscar, es muy probable que el equipo completo de Black Panther las recibiese dando saltos de alegr¨ªa. La cinta dirigida por Ryan Coogler hab¨ªa recibido ni m¨¢s ni menos que siete candidaturas, incluida la de mejor pel¨ªcula. El asunto fue recibido en peri¨®dicos, revistas y blogs ¡ªy no solo en los de cine¡ª como una suerte de pin¨¢culo de la relevancia cultural: no solo se trataba del primer filme de superh¨¦roes en optar al m¨¢ximo galard¨®n del cine de Hollywood; es que, adem¨¢s, era una producci¨®n casi completamente negra que hac¨ªa una aproximaci¨®n a la narrativa africana o afrodescendiente como nunca se hab¨ªa visto antes en una pantalla grande. Desde la total autonom¨ªa. Negros eran h¨¦roes y villanos, negros eran directores y guionistas, negras eran la dise?adora de vestuario y la dise?adora de producci¨®n y la inmensa mayor¨ªa del elenco.
En realidad, y rascando bajo el disfraz de drama shakesperiano afrotecnol¨®gico, Black Panther no es mucho m¨¢s que un artefacto cuidadosamente manufacturado por Marvel y Disney para el consumo del p¨²blico negro. Su relevancia cultural es enorme, pero no tanto por lo que cuenta o c¨®mo lo cuenta, que es agresivamente convencional, sino por lo que significa como objeto corporativo. Es decir, que las grandes compa?¨ªas de entretenimiento se han dado cuenta de la relevancia de la poblaci¨®n negra, que tiene ya el suficiente poder adquisitivo como para gastarse el dinero en sus productos. Ya no son marginales; ahora son consumidores. Y lo que quieren consumir, como todo el mundo, es ilusi¨®n. Y su ilusi¨®n es la de una ?frica libre que entiende y apunta al futuro. Es decir: Wakanda.
La arquitectura del ?frica que pudo ser es la del ?frica que ser¨¢
Acu?ado por el escritor estadounidense Mark Dery en 1993, el t¨¦rmino "afrofuturismo" sirve para englobar, de un modo u otro, las caracter¨ªsticas comunes que hab¨ªan aparecido desde mediados de los a?os cincuenta en ciertos sectores de la ciencia ficci¨®n, la m¨²sica y el arte afroamericanos. Con el tiempo, la definici¨®n fue depur¨¢ndose hasta ajustarse a la que escribi¨® Mark Bould en 2007: "[¡] Ficci¨®n especulativa que trata temas y preocupaciones afroamericanas en el contexto de la tecnocultura del siglo XX". Le¨ªda as¨ª, parece hecha a medida de la Wakanda de Black Panther, lo cual es perfectamente l¨®gico porque se considera al superh¨¦roe creado por Stan Lee y Jack Kirby en 1966 como uno de los pioneros del afrofuturismo.
Quiz¨¢ lo m¨¢s relevante de la definici¨®n de Bould sean las dos primeras palabras: ficci¨®n especulativa. En efecto, la realidad africana y afroamericana ha estado hist¨®ricamente distanciada de la tecnolog¨ªa. La colonizaci¨®n y la esclavitud coloc¨® a los negros de Am¨¦rica como ciudadanos de segunda y todo el continente africano como ep¨ªtome del tercer mundo. La alta tecnolog¨ªa era un deseo pr¨¢cticamente inalcanzable para la mayor¨ªa de los ciudadanos. Era, a todos los efectos, ciencia ficci¨®n. No es de extra?ar, entonces, que la utop¨ªa aut¨¢rquica e hipertecnificada que es Wakanda sea poco menos que una afrofuturista tierra prometida.
?Y c¨®mo es, f¨ªsicamente, esa tierra? Pues tan africana como na¨ªf. Al final, Black Panther no gan¨® el Oscar a mejor pel¨ªcula pero s¨ª se llev¨® el de banda sonora, vestuario y, abundando en lo que nos interesa, el de dise?o de producci¨®n. La Wakanda que la dise?adora Hannah Beachler y el decorador Jay Hart proponen es un para¨ªso panafricano. Esta aproximaci¨®n es ingenua pero tambi¨¦n dudosa; ?frica no es un pa¨ªs, es un continente inmenso con enormes diferencias entre sus ¨¢reas y regiones. Considerar que todo lo que hay al sur del S¨¢hara puede formar parte de una misma amalgama cultural tiene que ver con una mentalidad occidental perezosa y exotizante, a la que no escapa Beachler, por muy negra que sea y mucha investigaci¨®n que haya realizado (y la ha realizado).
Por otro lado, ?frica no es un pa¨ªs pero Wakanda tampoco lo es, solo es una ficci¨®n esperanzadora. Lo cual legitimar¨ªa que los edificios de su tecn¨®polis imaginaria beban de referencias tan diversas como las presuntuosas curvaturas de la arquitectura de Zaha Hadid por un lado como de las caba?as Massai por otro.
De hecho, uno de los ejemplos m¨¢s c¨¢ndidos de esta aproximaci¨®n son un par de rascacielos que aparecen en uno de los planos generales de la ciudad. De planta circular, acabados presumiblemente en adobe y coronados por una cubierta de paja, no son un verdadero rascacielos, son la caricatura a escala aumentada de una caba?a de barro. Es absurdo, no responde a la l¨®gica de la edificaci¨®n en altura y ning¨²n rascacielos del mundo real se guiar¨ªa por esta met¨¢fora figurativa tan obvia.
?O quiz¨¢ s¨ª?
El rascacielos como s¨ªmbolo
Los rascacielos nacieron en Chicago a finales del XIX como consecuencia de una necesidad econ¨®mica (el elevado precio del suelo en el centro de la ciudad) y gracias a dos desarrollos tecnol¨®gicos (la estructura met¨¢lica y el ascensor). Si el suelo era tan caro, la ¨²nica manera de aprovecharlo era multiplicarlo en plantas, una encima de la otra. Ahora bien, para poder construir esas plantas era necesaria una estructura lo suficientemente ligera como para liberar espacio y lo suficientemente resistente para aguantar los empujes horizontales del viento, adem¨¢s de un ascensor que permitiese subir a dichas plantas c¨®modamente. Destilado a esa esencia, el rascacielos deber¨ªa ser un ejemplo de funcionalidad sobre forma: una planta tipo flexible que pueda ser adaptada a distintos programas y repetida en altura tantas veces como sea posible. No hay m¨¢s. Fin.
Tras el advenimiento del movimiento moderno, la mayor¨ªa de los rascacielos del mundo se ajustaron a este modelo de supuesta honestidad constructiva y formal. Supuesta porque, en realidad y casi desde el principio, los rascacielos fueron m¨¢s s¨ªmbolo que edificio. Si algo puede ser "lo m¨¢s alto", siempre va a intentar serlo. Durante casi un siglo, la carrera por levantar el rascacielos de mayor altura se limit¨® a Estados Unidos porque es donde estaba el dinero para construirlos. Sin embargo, en las ¨²ltimas d¨¦cadas, el fen¨®meno se ha desplazado a Asia y a Oriente Medio, que es donde est¨¢ ahora el capital.
Al margen de las esbelt¨ªsimas y rid¨ªculamente caras excepciones de Manhattan, los rascacielos m¨¢s altos y los m¨¢s espectaculares se levantan en Dub¨¢i, en Shangh¨¢i o en Beijing. Efectivamente, espectaculares, porque los rascacielos contempor¨¢neos ya solo son espect¨¢culo, solo son imagen y silueta.
Como una superproducci¨®n de Marvel y Disney, son un perfecto artefacto corporativo, y su primera funci¨®n no es ser habitado sino ser contemplado y entendido como s¨ªmbolo. Por eso, los renders que Hannah Beachler propone para Wakanda son el rascacielos contempor¨¢neo perfecto, porque su naturaleza intr¨ªnseca es la de ser solo imagen en una pantalla, nunca construidos y nunca habitados. Puede que sean el modelo de rascacielos africano contempor¨¢neo perfecto, pese a su total ingenuidad. Optimista y libre.
La Tour Mohammed VI es tan marroqu¨ª como africana como perteneciente a un futuro simb¨®lico. Porque Marruecos, pese a la cercan¨ªa con el viejo continente, no es un cant¨®n cultural europeo, pero tampoco es una utop¨ªa autosuficiente como Wakanda. No ha permanecido inmaculado a la colonizaci¨®n y sus ra¨ªces son isl¨¢micas y magreb¨ªes, no subsaharianas. Ahora bien, si ?frica va a entrar ¡ªy lo va a hacer¡ª en la carrera del rascacielos, lo m¨¢s probable es que lo haga mediante t¨®tems corporativos alejados del "estilo internacional" que propon¨ªa el movimiento moderno. Ser¨¢n objetos algo inocentes, a veces basados en met¨¢foras figurativas no demasiado sofisticadas, y muy a menudo apelando a un esp¨ªritu de euforia futurista. Intentando as¨ª acortar los plazos entre la ciencia ficci¨®n y la realidad de la arquitectura africana, y de ?frica como continente desarrollado.
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