Moria, una Babel contempor¨¢nea y vergonzosa
M¨¢s de 5.000 sirios, afganos, iraqu¨ªes, palestinos, kurdos, libios, paquistan¨ªes, sudaneses, somal¨ªes y congole?os contin¨²an en Lesbos, como supervivientes de un diluvio en forma de bombas y balas
Cuenta la leyenda que tras el diluvio universal, y para evitar la dispersi¨®n de los supervivientes, se inici¨® la construcci¨®n de una gran edificaci¨®n, la torre de Babel, con aspiraciones de alcanzar el mism¨ªsimo cielo. Molesto ante la idea de que hombres y mujeres consiguieran el prop¨®sito de llegar el para¨ªso antes de tiempo, decidi¨® Dios crear distintos idiomas para que los que all¨ª conviv¨ªan se confundieran y no pudieran seguir colaborando entre s¨ª, cercenando sus ansias de libertad, a la que la Biblia, en el Apocalipsis, llama soberbia y lascivia.
El destino es caprichoso, y la historia, un continuo d¨¦j¨¤ vu que ha querido que una nueva Babel, llamada Moria, se levante hoy en Lesbos (Grecia), la isla que vio nacer a Safo, icono l¨¦sbico c¨¦lebre por sus odas y peticiones a Afrodita, diosa del sexo. Un lugar que pondr¨ªa los pelos como escarpias al mism¨ªsimo profeta Isa¨ªas. En esta Babel contempor¨¢nea y vergonzosa que mandaron construir los dioses terrenales para evitar una nueva dispersi¨®n, malviven m¨¢s de 5.000 almas, supervivientes de un diluvio en forma de bombas y balas. Familias como la suya, como la m¨ªa, que para intentar proteger sus vidas tuvieron la osad¨ªa, la soberbia, de buscar en esta isla del Egeo una Europa que les protegiera.
Sirios, afganos, iraqu¨ªes, palestinos, kurdos, libios, paquistan¨ªes, sudaneses, somal¨ªes y congole?os, conviven en un lugar al que ese otro Babel, mucho mas espacioso y confortable, con vistas al East River, denomina ¡°asentamiento temporal para refugiados¡±, y que a ojos de cualquiera, se parece demasiado a otro tipo de asentamientos que trae terribles recuerdos y cre¨ªamos desterrados de la faz de la tierra. El lugar es un aut¨¦ntico crisol de razas, religiones y vestimentas que a esta hora del atardecer, reci¨¦n terminado el ayuno diario del Ramad¨¢n, desprende innumerables olores que provienen de cocinas improvisadas junto a tiendas y barracones.
Los rostros de los hombres se adivinan por la luz que desprenden m¨®viles que emiten sonidos y voces en m¨²ltiples idiomas, mientras que el de las mujeres es iluminado por el fuego de los hornillos o las bombillas que alumbran sus hogares de pl¨¢stico.
Mustaf¨¢, un joven sirio de or¨ªgen kurdo que la providencia ha puesto delante de nosotros, se ofrece a ayudarnos en nuestra b¨²squeda de testimonios de ni?os y ni?as v¨ªctimas de la guerra. Antes de empezar, nos invita a la tienda de Amal, su novia, una joven somal¨ª que vive con su hermana y sus dos sobrinos. Apenas tienen unas mantas y unos enseres que lograron traer en su huida de la violencia de la milicia terrorista Al Shabab, pero nos acogen con entusiasmo y nos invitan a compartir con ellos la cena.
Aunque los muros y una enorme alambrada de afiladas cuchillas rodea todo el per¨ªmetro del campo, un boquete en uno de los laterales permite a la gente entrar y salir sin tener que pasar por el puesto de seguridad donde la polic¨ªa controla, b¨¢sicamente, la entrada de extra?os, sobre todo, de aquellos que pretendan ver con sus propios ojos lo que sus habitantes llevan denunciando desde hace a?os: las inhumanas condiciones de vida, la desesperaci¨®n que produce saber que la promesa de la temporalidad y el derecho al reasentamiento son una triste falacia.
Mustaf¨¢ nos invita a colarnos por el boquete, para el es algo de lo m¨¢s normal, para nosotros, un claro incumplimiento de la ley cuyas posibles consecuencias preferimos obviar. El miedo a la desobediencia da paso a esa placentera sensaci¨®n que provocan los actos subversivos, y una vez dentro de Babel, nos vamos adentrando por el laberinto de calles y barrios improvisados que componen este micromundo, sucio y destartalado, pero de una humanidad ¡ªla que desprenden sus habitantes¡ª que me resulta bella y reconfortante.
El lugar es un aut¨¦ntico crisol de razas, religiones y vestimentas que a esta hora del atardecer, reci¨¦n terminado el ayuno diario del Ramad¨¢n, desprende innumerables olores
Al saludo de salam aleikum se abren todas las puertas, como si fuera una llave m¨¢gica, y una vez dentro, sentados sobre colchones y almohadas que esconden sue?os y pesadillas, vamos escuchando las historias de ni?os y ni?as, de sus padres y sus madres, y de curiosos que se asoman y se sientan con nosotros emocionados ante la presencia de gente extranjera que quiere saber de ellos. Los testimonios de la mayor¨ªa har¨ªan palidecer al mejor de los guionistas de cine de terror, y sin embargo, no se atisba en este lugar el m¨¢s m¨ªnimo sentimiento de resentimiento o de odio, solo el deseo de olvidar y recuperar unas vidas que han sido maltratadas y golpeadas.
De momento, sienten que sus hijos e hijas est¨¢n seguros, y aunque este lugar tiene muy poco que ver con aquello que imaginaron cuando emprendieron un largo y peligroso viaje, siguen so?ando con que esa Europa de la que tanto han o¨ªdo hablar, les brinde la oportunidad de empezar de nuevo. Quiz¨¢, un d¨ªa, alg¨²n Dios entienda que el para¨ªso de esta gente no est¨¢ en su cielo, sino en la tierra, y que en los ojos y las almas de estas personas no habita la soberbia, ni siquiera el odio o un rencor que estar¨ªan m¨¢s que justificados, sino un infinito deseo de paz que todos nosotros deber¨ªamos ayudar a alcanzar.
No hacerlo, nos convierte en c¨®mplices de un grav¨ªsimo pecado a ojos, no ya de un ser divino, sino de seres humanos exactamente igual que nosotros.
Jorge Mart¨ªnez es publicista.
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