Elogio de la conversaci¨®n
Entre los muchos logros de Internet figura el cruce inmediato de mensajes entre personas distantes. Parad¨®jicamente, eso ha herido la comunicaci¨®n verbal, entendida como el intercambio directo de ideas.
CONVERSAR ES un arte en peligro de extinci¨®n? Decir que s¨ª ser¨ªa, cuando menos, controvertido, pues hoy todo a nuestro alrededor est¨¢ montado de tal manera que nos llegan sin cesar oportunidades de interactuar tanto con amigos como con desconocidos. La conectividad digital permite intercambiar mensajes sin l¨ªmite, de modo que vivimos en la ilusi¨®n de estar inmersos en una suerte de charla infinita. Puede que la pregunta inicial no parezca tan desatinada si nos paramos a pensar en qu¨¦ se entiende por conversaci¨®n y, en especial, qu¨¦ se espera de sus participantes: la expresi¨®n de argumentos, por un lado, y la escucha atenta, por el otro. En nuestro actual entorno hipertecnificado, ambas acciones constituyen todo un reto. Lo primero exige ciertas dosis de soledad previa para que quien hable haya tenido la posibilidad de elaborar algo genuinamente propio; lo segundo, prestar atenci¨®n. O, dicho de otro modo, remar a contracorriente en el caudaloso r¨ªo de est¨ªmulos e interrupciones por el que navegamos a diario. Y, adem¨¢s, dialogar no es un intercambio de mon¨®logos. Afirmaba Jean de La Bruy¨¨re que el talento de la conversaci¨®n no consiste tanto en mostrar mucho como en hacer que los dem¨¢s encuentren.
Nuestras vidas se basan en interacciones, y la comunicaci¨®n verbal es la herramienta m¨¢s a mano para producirlas. Nadie discutir¨¢ la m¨¢xima aristot¨¦lica de que el ser humano es un animal social inclinado a exteriorizar opiniones y sentimientos. Por lo tanto, el silencio impuesto conlleva pesadumbre y, cuando un ser querido deja de dirigirnos la palabra, experimentamos dolor. El escritor Henry Fielding, en su ensayo de 1743 dedicado a la conversaci¨®n, la defini¨® como el intercambio de ideas mediante el cual se examina la verdad y en el que cada cuesti¨®n se analiza desde distintos puntos de vista, de manera que el conocimiento se comparte. La historia ha conocido momentos estelares de este arte desde que Plat¨®n se?alara que es la forma m¨¢s elevada del conocimiento. Muchos siglos despu¨¦s se empez¨® a percibir la relaci¨®n directa entre estabilidad pol¨ªtica y el mundo conversacional, aquel que David Hume describi¨® como el de la conversaci¨®n respetuosa en la que se da y se recibe en aras de un goce mutuo. Para mantener un intercambio ling¨¹¨ªstico aut¨¦ntico se deben dejar a un lado la vanidad, la intransigencia y el orgullo; as¨ª pues, la ant¨ªtesis de la charla es la polarizaci¨®n enconada.
La conversaci¨®n, tal como se ha desarrollado tradicionalmente a lo largo de la historia, tiene un denominador com¨²n: el cara a cara, el aqu¨ª y el ahora. Y esa necesidad de comunicarnos mir¨¢ndonos a los ojos es lo que la omnipresencia de las pantallas ha empezado a difuminar, hasta el punto de que hay quien ha llegado a creer que, con esos suced¨¢neos de coloquios mediados por un dispositivo, nada se pierde en el camino. La pantalla, cabe recordarlo, no solo es una superficie que transmite contenidos, sino tambi¨¦n, en su segunda acepci¨®n, una separaci¨®n, barrera o protecci¨®n que se interpone entre los individuos. Por eso investigadores como Sherry Turkle, profesora de Estudios Sociales de Ciencia y Tecnolog¨ªa del MIT, alertan de la crisis de empat¨ªa que fomentan los aparatos electr¨®nicos, pues nos privan de ver las emociones que afloran cuando dos personas se explican frente a frente y en tiempo real. Conversar, adem¨¢s, es la manera m¨¢s eficaz de crear v¨ªnculos afectivos. Turkle apunta en En defensa de la conversaci¨®n (?tico Bolsillo) que cada vez esperamos m¨¢s de la tecnolog¨ªa y menos de las personas que nos rodean, a las que hemos arrebatado buena parte de nuestra atenci¨®n para desviarla a contenidos alojados en otra parte. ¡°Hemos sacrificado la conversaci¨®n por la mera conexi¨®n¡±, a?ade, y cita estudios cient¨ªficos que demuestran que la mera presencia de un tel¨¦fono en la mesa, aun desconectado, desvirt¨²a la atenci¨®n de todos los presentes. Otro dato preocupante: cuanto m¨¢s tiempo pasan conectados los ni?os, menor es su capacidad para identificar sentimientos ajenos.
Cuanto m¨¢s tiempo pasan conectados los ni?os, menor es su capacidad para identificar sentimientos ajenos
Tal es nuestra confianza depositada en la tecnolog¨ªa para llenar los silencios, combatir el aburrimiento y expresarnos sin el temor a sentirnos juzgados que la industria se afana en desarrollar inteligencia artificial a fin de que hablemos con objetos en lugar de con personas. Los robots conversacionales son ya una realidad. Hoy en d¨ªa es posible reunir todos los mensajes y comentarios de un usuario en la Red para que, una vez muerto, se puedan recrear sus patrones de conversaci¨®n, de modo que podamos seguir chateando con ¨¦l. Aunque esto, como vaticin¨® Alan Turing, no dejar¨¢ de ser un juego de imitaci¨®n. La tecnolog¨ªa es un medio extraordinario, pero nada es capaz, avisa Turkle, de sustituir una comunicaci¨®n en persona y los beneficios que reporta. El soci¨®logo Georg Simmel, ya a principios del siglo pasado, calific¨® la conversaci¨®n de ant¨ªdoto contra la presi¨®n y el estr¨¦s que causaba la vida moderna. En fecha reciente, un estudio de la Universidad de Chicago ha probado que la tertulia fortuita entre dos extra?os en un tren o en una sala de espera hace de ese momento una experiencia m¨¢s agradable. Tal vez, se?alan sus autores, sobrevaloramos el deseo de intimidad en un planeta cada vez m¨¢s poblado. No entender los beneficios de la interacci¨®n social deriva forzosamente en soledad, empobrecimiento y falta de empat¨ªa.
Marta Reb¨®n es traductora, fot¨®grafa y cr¨ªtica literaria.
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