M¨®naco, un culebr¨®n tranquilo
La familia Grimaldi adopta un perfil m¨¢s discreto tras d¨¦cadas de tragedia y glamour, y siglos de convulsiones
Si las peripecias de M¨®naco y su familia reinante, los Grimaldi, han sido un aut¨¦ntico culebr¨®n a lo largo de la historia, el culebr¨®n ha entrado hoy en una fase de sosiego, casi de aburrimiento. M¨¢s de siete siglos de haza?as y humillaciones, glamour y tragedia, han dejado paso a una etapa m¨¢s sosegada. S¨ª, los noviazgos, bodas, partos y separaciones de las generaciones j¨®venes todav¨ªa son portada de la prensa rosa; las tribulaciones de un viejo pr¨ªncipe alcoh¨®lico aportan a¨²n la imprescindible nota de tensi¨®n; la fascinaci¨®n por este clan cuyos antepasados asaltaron la rocaen 1297 no ha desaparecido. Pero ya nada es lo mismo.
?¡°Es una cuesti¨®n de generaciones. Ahora toca la generaci¨®n de los que se casan. Es el momento de la alegr¨ªa y la felicidad. El periodo bueno¡±, explica St¨¦phane Bern, gran especialista en los royals, divulgador de la historia en televisi¨®n, consejero del presidente Emmanuel Macron y buen conocedor de los Grimaldi. ¡°Va por fases. Alguien escribi¨® una vez que M¨®naco es ¡®una sonrisa, un d¨®lar, una l¨¢grima, un d¨®lar¡¯. Ocurra lo que ocurra, interesa¡±.
Para quien por primera vez visita M¨®naco, el shock es inevitable. La jungla de autopistas, t¨²neles y calles, y la angostura de las aceras. La mezcla de lenguas, ruso y franc¨¦s. Y de estilos arquitect¨®nicos: villas art d¨¦co en promiscuidad con rascacielos brutalistas. Las obras por doquier y los edificios que se encaraman por la monta?a e invaden el mar, donde no se deja de ganar espacio. Y un aire de cart¨®n piedra. Pese a los contextos alejados, recuerda a Las Vegas, otra capital de juego: ambas suscitan en el visitante una sensaci¨®n de claustrofobia ¡ªen medio del desierto una; encajonada entre el mar y los acantilados la otra¡ª y de irrealidad.
La misma sensaci¨®n de irrealidad envuelve al visitante cuando, como ocurri¨® hace unos d¨ªas, se cruza por primera vez en M¨®naco con la princesa Carolina y su hija Carlota. Personas de carne y hueso y al mismo tiempo personajes del feuilleton, por usar la palabra de St¨¦phane Bern: follet¨ªn, telenovela o culebr¨®n.
Un viernes por la tarde, escuchaban con atenci¨®n a los pensadores convocados para los Encuentros filos¨®ficos que organiza Carlota Casiraghi. Por la noche, conversaban en un c¨®ctel con los fil¨®sofos, mientras fumaban sus cigarrillos electr¨®nicos, sin colas de invitados para saludarlas ni cortesanos rode¨¢ndolas, todo bastante d¨¦contract¨¦.
Carolina y Carlota son la prueba de que los Grimaldi siguen vendiendo papel. ¡°?Ha visto usted esta semana? Carlota en todas las portadas¡±, dice Bern, en alusi¨®n a la boda, el 1 de junio, de Carlota Casiraghi con el productor Dimitri Rassam, hijo de la actriz Carole Bouquet. ¡°Desde hace tiempo, M¨®naco ha intentado casarse, no con el Gotha, sino con Anuario de los Espect¨¢culos¡¡±
El espect¨¢culo irrumpi¨® en M¨®naco cuando Grace Kelly se cas¨® con Rainiero III en 1956 e inaugur¨® una ¨¦poca, la de las historias las casas reales y principescas como pel¨ªcula de Hollywood con sus happy endings y sus tragedias, como las muertes en accidente de Grace en 1982 y de Stefano Casiraghi, el padre de Carlota, en 1990.
El espect¨¢culo hab¨ªa llegado antes, a finales del siglo XIX, cuando Carlos III, que dio al nombre al barrio de Monte-Carlo, trajo el tren, el turismo, el juego, la ¨®pera y las estrellas como Sarah Bernhardt. Despu¨¦s, como explica el bi¨®grafo Jean des Cars en La saga de los Grimaldi, lleg¨® ¡°el pr¨ªncipe sabio, Alberto I, navegador, explorador y defensor inesperado del capit¨¢n Dreyfuss [injustamente condenado en Francia por ser jud¨ªo]¡±. Y m¨¢s tarde ¡°el pr¨ªncipe soldado Luis II, marcado por las campa?as coloniales de ultramar¡±, y despu¨¦s Rainiero, ¡°el patr¨®n¡±, el hombre que choc¨® con De Gaulle y el que trajo a la roca el desarrollismo en su versi¨®n m¨¢s opulenta, el Hong Kong-sur-la-Mediterran¨¦e.
¡°Alberto II ha puesto el pa¨ªs en orden de batalla para responder al desaf¨ªo del cambio clim¨¢tico y a un desaf¨ªo para M¨®naco, que es la explosi¨®n de la poblaci¨®n. Todo el mundo quiere vivir en M¨®naco. Por razones clim¨¢ticas. O de clima fiscal¡±, explica Bern. ¡°En todo caso, los no franceses¡±, precisa. ?Fin del follet¨ªn? ¡°M¨®naco sigue haciendo so?ar, aunque no a las mismas personas¡±, responde. ¡°Ya no est¨¢n los grandes duques de Rusia, sino los oligarcas rusos. Ya no est¨¢ la jet-set internacional sino los jugadores de f¨²tbol y los campeones de autom¨®vil. Ha sabido renovar la clientela. Lo de la monarqu¨ªa de opereta ha desparecido. Ahora se habla de un pa¨ªs que trabaja, que hace negocios¡±. Un culebr¨®n tranquilo, finalmente, sin nervio ni emoci¨®n, m¨¢s telefilme de sobremesa que melodrama hollywoodiano.
Desde la fascinaci¨®n a la irritaci¨®n
M¨®naco interesa en Francia, donde el Principado es "es una monarqu¨ªa de sustituci¨®n", explica el especialista en royals St¨¦phane Bern, m¨¢s pr¨®xima y accesible que la brit¨¢nica.
Pero la fascinaci¨®n que genera esta instituci¨®n se mezcla con la irritaci¨®n. Porque los residentes que no sean franceses no pagan impuesto sobre la renta, aunque desde 2009 Monaco est¨¢ fuera de la lista de "para¨ªsos fiscales no cooperativos" de la OCDE. O por los esc¨¢ndalos que se le asocian, como el reciente Monacogate, sobre la presunta corrupci¨®n que implicaba dirigentes del club de f¨²tbol AS Monaco, y que cost¨® el cargo a un colaborador del pr¨ªncipe Alberto II, jefe de Estado desde la muerte de su padre, Rainiero III, en 2005 y de la familia Grimaldi.
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