Los consejos de los triunfadores no nos sirven para nada
A creadores, famosos y expertos se les piden pistas para quienes est¨¢n empezando. Recurren a t¨®picos que no funcionan
Vivimos en la era gloriosa de los podcast, de la conversaci¨®n p¨²blica y del inter¨¦s sin l¨ªmites por ¨¢reas nicho del campo acad¨¦mico. Este es un momento magn¨ªfico para ser un intelectual y tener amplia proyecci¨®n p¨²blica, salvo por una cosa: esa parte de cualquier entrevista que tiene que ver con los ¡°consejos¡±. Y es que cuando se considera que alguien tiene un gran conocimiento y despierta el inter¨¦s del p¨²blico, puedes apostar a que se le pedir¨¢ que d¨¦ pistas sobre c¨®mo otros pueden seguir sus pasos. Y puedes tambi¨¦n apostar a que esas pistas o sugerencias ser¨¢n in¨²tiles.
En una entrevista reciente, la novelista Margaret Atwood respond¨ªa a esta inevitable petici¨®n con el tan predecible consejo de que se debe escribir cada d¨ªa. M¨¢s adelante ¡ªquiz¨¢ porque en esa misma conversaci¨®n hab¨ªa reconocido que ella no lo hac¨ªa¡ª a?ad¨ªa: ¡°Yo no lo hago, pero deben hacerlo. Si est¨¢s empezando, es algo bueno¡±.
Luego continuaba (sospecho que se dio cuenta de lo poco sabio que era su mensaje): ¡°Pero lo m¨¢s importante es que nadie va a ver lo que has escrito hasta que t¨² se lo des. Por eso no debes estar cohibido cuando escribes. Es algo entre la p¨¢gina y t¨². Y si no te gusta, la papelera est¨¢ ah¨ª¡±.
Puesto que ¡°no sentirse cohibido¡± es un consejo bastante in¨²til para alguien que se siente as¨ª, lo que realmente vino a decir Atwood es: ¡°Debes estar listo para tirar a la basura lo que escribes¡±. Que viene a ser lo mismo que ¡°practica¡±. Si le pides a alguien consejo sobre c¨®mo ser escritor y te dice ¡°escribe¡±, parece complicado o¨ªr esto sin sorna. Atwood es una escritora brillante y exitosa. Posee gran sabidur¨ªa fruto de toda una vida haciendo frente casi a diario a la batalla contra la p¨¢gina en blanco. Con su respuesta trat¨® de darle al entrevistador lo que le ped¨ªa, ser ¨²til, ?por qu¨¦ sus palabras suenan huecas y t¨®picas?
En una entrevista, Margaret Atwood ?respond¨ªa que un escritor principiante debe escribir todos los d¨ªas
Entiendo a Atwood. Cuando mis alumnos llegan a mi despacho pidiendo consejos y estrategias para ser fil¨®sofos, me retuerzo anticipadamente por la estupidez que estoy a punto de soltar. Mi consejo no es malo en el sentido de que les llevar¨¢ por mal camino, pero s¨ª lo es porque no les llevar¨¢ a ning¨²n sitio. Es como si, justo antes de dar el consejo, pulsase un bot¨®n que succionase toda la parte importante y terminara diciendo b¨¢sicamente una nader¨ªa.
Este problema no aqueja a toda forma de ayuda verbal. Hay que hacer una distinci¨®n entre ¡°consejo¡±, ¡°instrucciones¡± y ¡°coaching¡±. Das instrucciones a alguien para que alcance una meta que es un instrumento para conseguir otro objetivo ulterior (que no conoces). As¨ª es como alguien puede dirigirse a una biblioteca siguiendo tus direcciones si quer¨ªa llegar all¨ª; o como logra cargar un cartucho de tinta en una impresora, etc¨¦tera. Por el contrario, el coaching ¡ªo entrenamiento entendido en un sentido amplio¡ª tiene que ver con un trabajo transformador de gu¨ªa hacia algo con valor intr¨ªnseco, como una victoria deportiva, intelectual o incluso social.
Las instrucciones hacen que seas mejor en algo que t¨² independientemente valoras, mientras que el coaching puede mejorar tu capacidad para evaluar ¡ªte da pistas sobre qu¨¦ es importante, ya sea en el plano intelectual, f¨ªsico o emocional¡ª. Este entrenamiento adopta muchas formas (ense?ar filosof¨ªa puede ser una de ellas, y creo que mi terapeuta tambi¨¦n es un determinado tipo de entrenador), pero siempre implica invertir tiempo de manera que se genere una historia educativa com¨²n. El coaching o entrenamiento siempre es personal.
Al usar la palabra ¡°consejo¡± se trata de combinar lo impersonal con lo transformador. Son como ¡°instrucciones para la autotransformaci¨®n¡±. El novelista principiante no se acerca a Atwood en busca de instrucciones sobre c¨®mo utilizar un procesador de texto, y tampoco est¨¢ pidiendo que Atwood sea su coach literaria. Quiere lo que le podr¨ªa dar esta ¨²ltima, pero transmitido como si fueran instrucciones. Eso no existe. De ah¨ª que quien ofrece un consejo se vea condenado a repetir cosas que suenan sensatas y que ha escuchado a otra gente: pensamientos tan descafeinados que no queda nada.
El problema aqu¨ª es el desencaje de forma y contenido. El conocimiento instrumental afecta a temas universales. Siempre que tengamos ¡°x¡±, dar¨¢ ¡°y¡±. Esto yo lo puedo transmitir a otro sin que exista entre nosotros una conexi¨®n s¨®lida. En cambio, en la informaci¨®n destinada a quien quiere convertirse en algo, interviene siempre el punto particular del camino en que este se encuentra, entre la total ignorancia y la casi perfecci¨®n. ?Cu¨¢les son sus debilidades? ?En qu¨¦ destaca? ?Qu¨¦ empujoncitos le ayudar¨ªan? Solo alguien que conozca bien a la persona puede saberlo. Una carrera a la que otros aspiran est¨¢ repleta de correcciones min¨²sculas, v¨ªas muertas, retrocesos, reorientaciones y ruido de fondo. Es tan idiosincr¨¢sica, ¨²nica y particular como el propio ser humano.
Cuando los usuarios no se est¨¢n peleando en Twitter, se explican unos a otros con alegr¨ªa y esmero c¨®mo vivir
Supongamos que Atwood nos hiciese un relato detallado de c¨®mo lleg¨® a ser quien es y pormenorizase qu¨¦ fue especialmente formativo. Ning¨²n aspirante a escritor intentar¨ªa utilizarlo como patr¨®n. Porque si hay algo que con toda seguridad Atwood no hizo, por ejemplo, cuando se mud¨® a Berl¨ªn o acept¨® un empleo de profesora de gram¨¢tica, fue seguir los pasos de otro. Al parecer, la moraleja de la historia de cualquier persona que haya destacado es que no intentaba replicar la de otra. Una de las paradojas de los consejos es que aquellas personas a las que con m¨¢s probabilidad se les pedir¨¢ son quienes tienen menos probabilidades de haber seguido el de otros. Sus proyectos para ¡°llegar a ser¡± son los m¨¢s singulares.
Ser¨ªa estupendo que la informaci¨®n capaz de transformar los valores de una persona se pudiese transmitir con tanta facilidad como las indicaciones para llegar a un sitio. En un mundo as¨ª, las personas podr¨ªan ser de grand¨ªsima ayuda invirtiendo poco en los otros. El mito del consejo reside en la posibilidad de transformarnos unos a otros con un contacto superficial. Por eso no sorprende que haya tanto intercambio de consejos en las redes sociales. Cuando los usuarios no se est¨¢n peleando en Twitter, se explican unos a otros con alegr¨ªa y esmero c¨®mo vivir. En ese contexto, los consejos son como una ch¨¢chara trivial o pegamento social: hacen que la gente sienta que se llevan bien unos con otros sin tener que estar unidos bajo un clima com¨²n.
Seguramente no haya nada malo en esto siempre que no contamine los espacios en los que la asistencia real es posible. Yo no tengo consejos ni trucos que dar a mis alumnos sobre c¨®mo convertirse en fil¨®sofos. Mi conocimiento est¨¢ en el esfuerzo de la argumentaci¨®n filos¨®fica; en leer viejos libros, extraer premisas y desmenuzarlas. Puedo ayudar a alguien a mejorar en el oficio ense?¨¢ndole a hacer m¨¢s de esto y menos de aquello. No puedo ayudarle a ser fil¨®sofo sin ser su profesora de filosof¨ªa, de la misma manera que no puedo dar un masaje sin tocar a una persona. La verdadera ayuda exige contacto. Quienes mueven los dedos fingiendo tener poderes m¨¢gicos, en realidad no nos llevan a ninguna parte.
La verdadera ayuda exige contacto. No obstante, vale la pena se?alar que no todo contacto tiene que adoptar una forma bidireccional. Atwood puede ser de mucha utilidad a j¨®venes y personas confusas a las que nunca ha conocido, porque puede que ellas s¨ª la hayan conocido a ella. Ese es mi caso. En su novela Ojo de gato hay una imagen que lleva acompa?¨¢ndome casi 30 a?os: la de la ni?a que se arranca la piel de la planta de los pies para sobrellevar su soledad y su alienaci¨®n. Es la imagen del reconocimiento de la propia diferencia y del castigo que alguien se autoinflige por ello, y al mismo tiempo, del sufrimiento como un juego que se juega con uno mismo, haci¨¦ndose as¨ª due?o del dolor. Cuando era adolescente, la relacion¨¦ con la historia de la sirenita, que sufre de manera similar por su humanidad, y con mi propia sensaci¨®n de que el proceso de autocreaci¨®n implicaba una buena dosis de violencia contra m¨ª misma. Imagino que seguir¨¦ descifrando esa imagen toda mi vida, aprendiendo de ella por el camino.
Agnes Callard es profesora de filosof¨ªa en la Universidad de Chicago. Este texto ha sido publicado originalmente en The Point Magazine. Traducci¨®n de Newsclips.
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