Los ¡®panas¡¯ que vienen
La r¨¢pida y masiva migraci¨®n venezolana comienza a sacudir a algunas sociedades latinoamericanas. ?Est¨¢n preparadas para ser pa¨ªses de acogida?
Al comienzo, hace unos tres a?os, las decenas ¡ªo tal vez cientos¡ª de venezolanos que llegaban a Lima, o a otras ciudades del Per¨², generaban curiosidad, cierto asombro y frecuentes raptos de gentileza. A los peruanos, que no somos tan tropicales como ellos, nos llamaban la atenci¨®n su acento, su calidez, sus maneras decorosas y que comenzaran a vender en estas calles tan devotamente culinarias las deliciosas arepas.
Hoy esas escenas callejeras, que no sobresaltaban demasiado ni al Estado ni a los ciudadanos, se han transformado en dram¨¢ticos tumultos fronterizos, en colas interminables en las aduanas o en los sitios donde los migrantes venezolanos tienen que regularizar su situaci¨®n. Hombres j¨®venes, mujeres embarazadas, ni?os, ancianos, personas con discapacidad conforman una marea humana que busca la salvaci¨®n.
Hay cerca de 600.000 venezolanos en el Per¨², m¨¢s de un mill¨®n en Colombia, unos 200.000 en Ecuador, alrededor de 100.000 en Brasil, tal vez 200.000 en Chile y m¨¢s de 100.000 en Argentina. En relaci¨®n con el conjunto de la poblaci¨®n de estos pa¨ªses no constituyen una cifra a¨²n significativa (en tierras peruanas son el 1,2% de la poblaci¨®n econ¨®micamente activa), pero su presencia se siente, se escucha, se palpa en el d¨ªa a d¨ªa.
Y ha comenzado a alarmar a no pocas personas y en ciertos casos a desatar un sentimiento que, al menos en tierras peruanas, era relativamente desconocido: la xenofobia. Los hijos de este pa¨ªs andino, amaz¨®nico, coste?o, pluricultural y amable de pronto vimos c¨®mo nos sal¨ªa de alg¨²n rinc¨®n de las entra?as una desconfianza algo parecida al desprecio. Un impulso por cargarle al extra?o males que ya se conoc¨ªan.
Como los robos, los asaltos, los secuestros. No los inventaron los venezolanos, por supuesto, pero bast¨® que algunos de ellos se vieran involucrados en estos hechos violentos para que la tentaci¨®n de estigmatizarlos rondara. A pesar de que, probadamente, su incidencia en el aumento de los delitos no ha sido significativa, corre el rumor en algunos barrios ¡ªde Lima y otras ciudades¡ª de que ellos son los culpables.
De pronto vimos c¨®mo nos sal¨ªa de alg¨²n rinc¨®n de las entra?as una desconfianza algo parecida al desprecio
O de que vinieron a agravar las cosas. Uno de los ¨²ltimos episodios relacionados con este revoltijo social, algo inesperado para las sociedades latinoamericanas, ha sido la expulsi¨®n de algunos venezolanos que delinquieron a su pa¨ªs de origen en aviones, como ocurri¨® en el Per¨² hace algunas semanas. Simult¨¢neamente, se ha puesto ya restricciones para la entrada de quienes huyen, como pueden, del caos bolivariano.
En el Per¨² ya se les pide pasaporte y visa humanitaria, aun cuando se sabe que conseguir el citado documento de viaje puede resultar m¨¢s dif¨ªcil que sacar a Nicol¨¢s Maduro del poder. En Ecuador, tambi¨¦n se opt¨® por exigirles pasaporte, pero un tribunal de Quito logr¨® neutralizar la medida. En los pa¨ªses a donde llegan los venezolanos, se cavila entre abrir las puertas cuidadosamente o cerrarlas con candado.
No estamos acostumbrados a estas situaciones, triste y simplemente. Al Per¨² y otras rep¨²blicas llegaron migrantes desde siempre. Para reemplazar a los esclavos afrodescendientes liberados de las haciendas llegaron chinos cool¨ªes, en el siglo XIX, en un episodio poco feliz de nuestra naciente rep¨²blica. Por esa ¨¦poca tambi¨¦n llegaron franceses, ingleses e italianos premunidos de mayores recursos y en clave de libertad.
M¨¢s tarde, entre los siglos XIX y XX, llegaron ¨¢rabes, japoneses. Luego, espa?oles que hu¨ªan de la sangrienta Guerra Civil, o europeos que ven¨ªan para salvarse del espanto de la II Guerra Mundial. A todos ellos le debemos lo que somos, lo que comemos, algunas instituciones (los italianos fueron clave en la creaci¨®n de compa?¨ªas de bomberos en el Per¨²). No hemos sido nunca extra?os al natural devenir migratorio de la especie.
Pero la actual ola migratoria tiene dos caracter¨ªsticas inusuales: es abrupta y masiva. En solo un d¨ªa pueden ingresar 2.000 venezolanos o m¨¢s. No ocurri¨® como con otras migraciones ¡ªla de los cubanos a varios pa¨ªses o la de los peruanos y bolivianos a Chile y Argentina¡ª, que fueron de flujo lento, progresivo. Sin mucho dolor si se quiere. No. Esta migraci¨®n, adem¨¢s de ser m¨¢s grande que las habituales, es veloz y desesperada.
De nuestros pa¨ªses, hace pocos a?os, la gente se quer¨ªa ir, sobre todo a Europa o a Estados Unidos, para vivir el american dream o el sue?o del progreso en el mundo desarrollado. Ahora resulta que tenemos ac¨¢ a nuestros propios hermanos de la Patria Grande, huyendo de un r¨¦gimen impresentable, y no sabemos bien qu¨¦ hacer. Tendemos a verlos como extra?os, cuando son tan parecidos a nosotros, tan latinoamericanos.
Todo pa¨ªs, como es obvio, tiene derecho a regular el flujo migratorio que recibe, pero a la vez debe respetar los derechos de los migrantes con celo e inteligencia. Los pa¨ªses de esta regi¨®n lo est¨¢n intentando, con m¨¢s o menos fortuna, con modos distintos de los europeos probablemente; pero no hemos podido evitar que tambi¨¦n instintos b¨¢sicos salten como resortes desde sociedades que ya ten¨ªan bastantes problemas.
En el Per¨² ya se les pide pasaporte y visa humanitaria, aun cuando se sabe que conseguirlo es m¨¢s dif¨ªcil que sacar a Maduro del poder
La xenofilia, que es lo contrario de la xenofobia, no nos la ense?aron, acaso porque juzgamos que no era necesaria. La hab¨ªamos aprendido en la pr¨¢ctica, al querer al forastero entre abrazos y manjares, pero cuando irrumpen los venezolanos en masa aparecemos desarmados, incluso a nivel pol¨ªtico, porque desde varios gobiernos, o grupos pol¨ªticos, insistimos m¨¢s en tumbar al r¨¦gimen que en edificar el di¨¢logo.
No hay democracia en Venezuela, esa es una crud¨ªsima realidad. Y el caos econ¨®mico es supremo. Hasta el punto de que hoy los venezolanos encabezan la lista de solicitantes de asilo, por encima de sirios y afganos, como ha reportado ACNUR. Por lo mismo, es urgente unir las hebras de la ayuda humanitaria, la negociaci¨®n pol¨ªtica, las estrategias diplom¨¢ticas. Y sobre todo poner en el centro a las v¨ªctimas, no al deseo de poder.
Los panas (amigos, en jerga venezolana) que vienen son un desaf¨ªo para las autoridades, para los ciudadanos, para la imaginaci¨®n por ¨²ltimo. Porque no puede ser que la ¨²nica soluci¨®n que avizoremos para ellos sea echarlos al incendio de una intervenci¨®n extranjera, o a la contumaz intransigencia de un proyecto pol¨ªtico fracasado por hipotecarse, por en¨¦sima vez, a las fauces enga?osas del petr¨®leo.
Ramiro Escobar La Cruz es periodista y profesor de la Pontificia Universidad Cat¨®lica del Per¨², de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Tambi¨¦n colabora regularmente con Planeta Futuro
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