Dos sillas de ruedas
Raquel tiene 20 a?os y una enfermedad rara. Su historia me impresion¨® por muchas razones: una de ellas es su paralelismo con la de una amiga
CONOZCO MUCHAS HISTORIAS. Las que he vivido, las que he le¨ªdo, las que me han contado. A menudo, personas a quienes nunca he visto me cuentan sus historias. Todas me gustan, todas me interesan, pero apenas logro escribir sobre unas pocas, y ni siquiera sabr¨ªa explicar muy bien por qu¨¦. S¨®lo s¨¦ que, a veces, al tropezarme con una situaci¨®n, un escenario, unos personajes, se produce una misteriosa conexi¨®n en mi cabeza. Un filamento se ilumina, un bot¨®n se abrocha, una hebra se expande sin motivo, para conectarse con otras y comenzar as¨ª a tejer otra cosa. Eso fue lo que me sucedi¨® con la historia de Raquel.
Raquel vive en Madrid. Tiene 20 a?os y una enfermedad rara, que la condena a vivir en una silla de ruedas. Yo tengo una vieja, querida amiga, que est¨¢ en la misma situaci¨®n, aunque una enfermedad igual de rara la sent¨® en una silla cuando hab¨ªa disfrutado ya de la mitad de su vida. Raquel vive en Madrid, en un piso de renta antigua situado en una corrala, cerca del viaducto. Mi amiga se fue a vivir a Barcelona para recibir tratamiento en una cl¨ªnica especializada, y desde hace a?os quiere volver a Madrid, pero no puede. Raquel vive en un piso alto, el que ten¨ªa su familia cuando contrajo una enfermedad sin nombre, y nunca sale a la calle, porque en las corralas no hay ascensores. Mi amiga busca en Madrid desde hace a?os un piso bajo, accesible, pero no lo encuentra. No porque no existan, sino porque los precios, los alquileres, son exorbitantes. Es una exiliada econ¨®mica, como otros amigos que han tenido que abandonar su ciudad al jubilarse, porque no pod¨ªan pagar el alquiler con sus pensiones. La familia de Raquel tiene muchos menos recursos econ¨®micos que mi amiga. Si para una es dificil¨ªsimo encontrar una vivienda adaptada, para la otra es directa, definitivamente imposible renunciar a la renta antigua de la vivienda que ocupan. Por eso no se han mudado a un piso bajo.
En Barcelona, donde vive en un edificio con ascensores, sin escaleras, mi amiga puede salir a la calle, moverse por la ciudad en su silla el¨¦ctrica. En Madrid, Raquel s¨®lo dispone de una puerta para conectarse con el exterior. Est¨¢ haciendo una carrera en la UNED, una universidad p¨²blica donde las matr¨ªculas para estudiantes discapacitados son gratuitas. En los primeros cursos, su familia pagaba a unos enfermeros para que la bajaran de su casa al portal a pulso, eso que en nuestra infancia llam¨¢bamos la sillita de la reina, pero les sal¨ªa tan caro que Raquel crey¨® que no iba a poder terminar la carrera. Cuando lo coment¨® con su tutor, se abri¨® una nueva posibilidad. Ahora, un profesor, o una profesora, de la UNED va hasta su casa para examinarla. Le lleva todos los materiales que necesite, se queda con ella y comprueba que hace el examen en las mismas condiciones que el resto del alumnado. Cualquier consultor o asesor econ¨®mico se llevar¨ªa las manos a la cabeza al calcular los costes que implica la carrera de Raquel, la necesidad de conformar tribunales lo suficientemente grandes como para suplir las ausencias de los miembros que se desplazan a domicilio para examinar a muchos ¨²nicos alumnos, muchas ¨²nicas alumnas que no pueden ir al examen por su propio pie. Pero s¨®lo gracias a ese derroche, a ese chiringuito, que dir¨ªan algunos, Raquel puede seguir estudiando.
Su historia me impresion¨® por muchas razones. En primer lugar, evidentemente, por su paralelismo con la historia de mi amiga, esa quimera de los pisos bajos, accesibles, en Madrid, uno m¨¢s entre los frutos de la brutal especulaci¨®n inmobiliaria que naci¨® de la pol¨ªtica municipal de urbanismo salvaje que se practic¨® durante d¨¦cadas, y que volver¨¢ ahora, m¨¢s salvaje, y feroz, y desatada que nunca. Pero tambi¨¦n por su car¨¢cter ejemplar del valor de los servicios p¨²blicos, los que se pagan con el dinero de todos, los que mejoran la vida de quienes los necesitan.
Parece que la educaci¨®n, la sanidad, la dependencia p¨²blica, son s¨®lo ep¨ªgrafes para que los candidatos discutan en los debates televisivos, cifras descarnadas, millones de euros desconectados de la suerte de las personas, pero no es as¨ª.
La pr¨®xima vez que oigan hablar de ineficiencia, de derroche, de chiringuitos, acu¨¦rdense de Raquel.?
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