Las incomodidades de viajar a la Luna
As¨ª com¨ªan, beb¨ªan y hac¨ªan sus necesidades los astronautas que pisaron el sat¨¦lite
Comparado con las c¨¢psulas utilizadas anteriormente (las Mercury y Gemini), los Apolo resultaban casi palaciegos. Al menos, los astronautas pod¨ªan soltarse los cinturones de seguridad, flotar por la cabina e incluso dar alguna voltereta. Tan solo cuatro a?os antes, los dos ocupantes del Gemini 6 hab¨ªan tenido que sufrir 15 d¨ªas encerrados en un cub¨ªculo del tama?o de un coche peque?o ¨Cun Smart, por ejemplo- sin poder abandonar sus asientos. Ni para comer, ni para dormir, ni siquiera para atender a sus necesidades fisiol¨®gicas.
Los men¨²s tambi¨¦n hab¨ªan mejorado. Lejos ya la ¨¦poca de la comida envasada en tubos como pasta de dientes, los astronautas del Apolo dispon¨ªan de una variedad de platos seleccionados a medida de sus gustos.
Para ahorrar peso, toda la comida a bordo iba en forma deshidratada y envasada al vac¨ªo. O cortada en porciones que pudieran tomarse en una cucharada. Pavo en salsa, coctel de gambas (el favorito de Aldrin), espaguetis, pastel de chocolate...
Otra cosa eran los espartanos men¨²s para consumir una vez en la Luna: Sopa de pollo, estofado, fruta seca y varias clases de zumos. Y por si los astronautas quer¨ªan ¡°picar¡± algo entre horas, ten¨ªan a su disposici¨®n pan y ensalada de jam¨®n (esta s¨ª, en tubo para esparcirla f¨¢cilmente sobre la tostada).
Todos los platos iban en bolsas de pl¨¢stico provistas de una boquilla donde ajustar el ca?o de una pistola dispensadora de agua. Fr¨ªa o caliente, a gusto. El contenido ten¨ªa que mezclarse durante tres minutos y, a continuaci¨®n, cortar un extremo de la bolsa y sorberlo directamente por la boca.
A bordo del Apolo no se embarcaba agua potable. Toda la que consum¨ªan los astronautas era un subproducto de las pilas de combustible en las que se generaba electricidad haciendo reaccionar hidr¨®geno y ox¨ªgeno. El resultado era una l¨ªquido tan inocuo como ins¨ªpido, pr¨®ximo al agua destilada pero, eso s¨ª, lleno de burbujas de gas.
Se prob¨® todo lo imaginable para eliminar las molestas burbujas: presionar las bolsas de pl¨¢stico para confinarlas en un extremo, centrifugarlas, utilizar filtros... Todo fue in¨²til. Los astronautas sufrieron de gases en el est¨®mago durante todo el viaje. Solo m¨¢s adelante se encontr¨® una soluci¨®n, mediante unos catalizadores de plata y paladio que absorb¨ªan los gases con bastante eficacia.
Preparar e ingerir la comida era una tarea relativamente r¨¢pida; el proceso opuesto, no. Todos los astronautas, sin excepci¨®n, odiaban el sistema de eliminaci¨®n de residuos, en especial, los s¨®lidos. Ir de vientre en ingravidez pod¨ªa suponer tres cuartos de hora de preparaciones: abrir el culote del mono de vuelo, seleccionar una bolsa de pl¨¢stico adhesiva, adaptarla a las nalgas y utilizarla confiando en que hubiese quedado bien sujeta, cosa que no siempre suced¨ªa.
Es legendario el episodio de los tripulantes del Apolo 10, quienes mientras sobrevolaban la cara oculta descubrieron una masa flotante de inconfundible aspecto. Tras una breve inspecci¨®n ocular ninguno de los tres acept¨® su paternidad. Aparte de la repugnancia que provocaba, un residuo as¨ª resultaba peligroso porque pod¨ªa acabar pegado en el panel de mandos o escabullirse en cualquier rinc¨®n de los equipos de la nave.
Una vez utilizada, los astronautas deb¨ªan echar una pastilla germicida en cada bolsa de heces y amasar bien su contenido. Otro procedimiento poco popular. El paquete se guardaba en un caj¨®n herm¨¦tico, en la confianza de que su contenido no fermentase y produjese gases que pod¨ªan reventarlo. Si esto suced¨ªa, el compartimento dispon¨ªa de un sencillo sistema de alarma: una v¨¢lvula que se abr¨ªa al superar la presi¨®n cierto l¨ªmite y esparc¨ªa el olor por toda la cabina.
El manejo de la orina era m¨¢s simple. Una manguera provista de un adaptador intercambiable para cada astronauta. El l¨ªquido se expulsaba directamente al exterior a trav¨¦s de una v¨¢lvula y un tubo de descarga. Como en el espacio la orina pod¨ªa congelarse y obstruir la tobera de salida, esta iba calefactada. Y para garantizar un buen flujo del calor, estaba recubierta con el mejor conductor disponible: una fina capa de oro.
Otro peligro muy real eran los v¨®mitos. Aproximadamente la mitad de los astronautas sufr¨ªan n¨¢useas y mareos durante sus primeras horas en el espacio, con los restos de su ¨²ltima comida flotando en el interior del est¨®mago. Las arcadas pod¨ªan sobrevenir de repente. La cosa pod¨ªa ser grave puesto que durante el lanzamiento y fases iniciales del vuelo, era obligatorio llevar puesto el casco ¡°de pecera¡±.
La ingravidez puede jugar otras malas pasadas. El sudor, por ejemplo. En ausencia de peso, se acumula sobre la piel, sin llegar a evaporarse del todo. Durante el programa Gemini, varios astronautas tuvieron que hacer grandes esfuerzos para evolucionar por el espacio, lo que result¨® en arritmias, estr¨¦s e intensa sudoraci¨®n. En el caso de Eugene Cernan, copiloto del Gemini 9, el sudor se acumul¨® en los ojos y empa?¨® el visor de tal forma que hubo de regresar al interior de la nave a tientas.
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