?Y qu¨¦ dir¨ªa Dante?: diario de una mochilera refugiada
La periodista venezolana Melanny Hern¨¢ndez publica su primer libro, en el que relata c¨®mo pas¨® de ser viajera a obtener la condici¨®n de asilada en Italia. Este es el primer cap¨ªtulo
Era m¨¢s bien un port¨®n. El n¨²mero 23 de la v¨ªa Teofilo Patini de Roma. No recuerdo que el n¨²mero fuese visible, recuerdo s¨ª el temor que sent¨ª estando all¨ª. Cuando llegu¨¦, antes de las siete de la ma?ana, fui la primera persona. Poco a poco, ya casi a las nueve, lo que hab¨ªa comenzado como una fila, m¨¢s o menos ordenada, era un mar de gente empuj¨¢ndose para entrar¡ Todos extranjeros. Extranjeros "extracomunitarios" o, en palabras llanas, no europeos. Pens¨¦ entonces que, siendo uno de los sitios m¨¢s concurridos de Roma, parad¨®jicamente, no figura en The Lonely Planet¡ ?C¨®mo figurar? Siendo tan feo, tan inc¨®modo, tan poco acogedor y estando tan lejos del Coliseo, de la Fontana de Trevi, de la Piazza Spagna y del Vaticano, y a la vez tan cerca de un campamento gitano y tan rodeado de desidia.
En las afueras del Ufficio Immigrazione de la questura de Roma no hay ning¨²n cartel que diga "vosotros los que entr¨¢is, dejad aqu¨ª toda esperanza". Ser¨ªa inmoral. Esperanza es lo que le sobra, tal vez es lo ¨²nico que tiene, a quien va all¨ª para pedir asilo en Italia. Como yo, aquel 24 de julio de 2014, en pleno verano. Mi primer verano italiano.
Aquel jueves me despert¨¦ antes de las cinco. Despertarse es un decir. En realidad, casi no dorm¨ª. Habr¨ªa sido m¨¢s c¨®modo dormir en el piso que en aquel sill¨®n-cama de resortes gastados. Claro, la angustia tampoco ayudaba. A las cinco y media era la ¨²nica alma en la estaci¨®n del metro Castro Pretorio, a un kil¨®metro de la casa de mi anfitriona, mi amiga Germana, una italiana a quien hab¨ªa conocido en Dubl¨ªn a trav¨¦s de otra italiana, exnovia de un venezolano. Me sub¨ª en el primer tren del d¨ªa y llegu¨¦ hasta Rebibbia, la ¨²ltima estaci¨®n de la l¨ªnea B, donde tom¨¦ el autob¨²s 437. Antes de las siete estaba all¨ª, de pie, delante de la reja de la questura. No hab¨ªa un banco para sentarse, ni un ¨¢rbol para cobijarse. El r¨®tulo dantesco no se ve¨ªa, igual se sent¨ªa. Casi se intu¨ªa. "Dejad aqu¨ª toda esperanza¡".
Por cosas de la multitud y sus contorsiones, am¨¦n de mi 1.62 metros de estatura, pas¨¦ de estar al frente de la fila a estar en la mitad, nadando entre cabezas y brazos. Me hab¨ªan dicho que atend¨ªan a un n¨²mero limitado de personas y no entrar ese d¨ªa era un lujo que no pod¨ªa darme. A las nueve ya estaba adentro, en la sala de espera, junto a otras 70 personas. No aguantaba el sue?o, pero estaba tranquila. Este era el punto de no retorno. Sin embargo, sent¨ªa que ese era el camino correcto, si bien ignoraba cu¨¢n largo y arduo pod¨ªa ser. Entretanto, me limitaba a hacer lo ¨²nico que pod¨ªa: observar a los dem¨¢s.
La mayor¨ªa eran africanos. Unos cuantos proven¨ªan del subcontinente indio, algunos eran magreb¨ªes y muy pocos latinoamericanos. Recuerdo, particularmente, a una ucraniana, quien estaba ilegalmente desde hac¨ªa dos a?os. Ten¨ªa dos ni?os peque?os y su esposo trabajaba en negro. El conflicto con Rusia la trajo a Italia, primero, y finalmente a la oficina de inmigraci¨®n. Al menos eso dec¨ªa. Abogados, trabajadores sociales e int¨¦rpretes ¡ªitalianos y extranjeros¡ª completaban la comparsa.
Me hab¨ªan quitado mi pasaporte para asegurarse, como lo hacen con todos, de que no intentara salir del pa¨ªs
Aunque cinco de las seis taquillas de atenci¨®n al p¨²blico funcionaban, el proceso era largo y lento. Entre completar formularios, dejar las huellas dactilares y hasta ser medida, todo se hac¨ªa eterno. Mientras tanto, mi est¨®mago protestaba, pero no pod¨ªa arriesgarme a perder el turno. La ¨²ltima vez que me llamaron me dieron una hoja sellada con la fecha cuando deb¨ªa regresar, m¨¢s de un mes despu¨¦s, a buscar un permesso di soggiorno provvisorio. Me hab¨ªan quitado mi pasaporte para asegurarse, como lo hacen con todos, de que no intentara salir del pa¨ªs. Casi a mediod¨ªa sal¨ª de la questura, haciendo caso omiso al letrero "Dejad aqu¨ª toda esperanza". El miedo de ser detenida se hab¨ªa evaporado. Ya no quer¨ªa ser invisible. En mi cabeza una voz me exclamaba: ??Esta s¨ª que no te la esperabas! ?Qui¨¦n lo dir¨ªa??.
Apenas terminaba de hacer una de las cosas m¨¢s importantes de mi vida y no sab¨ªa c¨®mo sentirme. Iniciaba un viaje ins¨®lito, el de pedir asilo en Italia, y no sab¨ªa ni qu¨¦ esperar. Ahora la voz dec¨ªa: "?Se?ores pasajeros, acabamos de aterrizar en el punto de no retorno. No, no¡ Todav¨ªa no pueden desabrochar sus cinturones de seguridad. ?Esta aventura apenas comienza!¡ ?Buen viaje!, buon viaggio!, safe trip!, bon voyage!".
El d¨ªa anterior, el mi¨¦rcoles 23, cuando iba en el tren desde Roccaraso, un pueblito en la regi¨®n de Abruzzo, todo era todav¨ªa una inc¨®gnita. En ese momento, solo deseaba no ser detenida ni mucho menos que me pidieran el pasaporte, visto que desde hac¨ªa dos semanas se hab¨ªa vencido el plazo de la visa como turista: 90 d¨ªas. "Nadie me ve, nadie me ve, nadie me ve", me repet¨ªa constantemente.
Ese d¨ªa, despu¨¦s de almorzar un pedazo de pizza, Germana me acompa?¨® a la sede de una organizaci¨®n en pleno centro de Roma, a pocos metros de Piazza Venezia. Fui a pedir asesor¨ªa legal gratuita para hacer la petici¨®n de asilo. Nadie me hab¨ªa sugerido que fuera al Centro Astalli, si bien desde hace m¨¢s de 30 a?os trabajan en pro de los refugiados.
Cuando se abri¨® la puerta y bajamos las escaleras estrechas, descubr¨ª que en el s¨®tano hab¨ªa un mundo paralelo, poblado de extranjeros
Al Centro Astalli llegu¨¦ viajando en el tiempo, a los a?os de universidad, la Ucab, en Venezuela, cuando una compa?era de clases, una amiga por ese entonces, hizo su tesis de grado sobre una organizaci¨®n jesuita (la universidad tambi¨¦n es de jesuitas), en las cercan¨ªas a la frontera con Colombia, la cual ayudaba a quienes hu¨ªan de la guerrilla y de los paramilitares. Me pregunt¨¦, estando en Roccaraso, si por casualidad ellos tendr¨ªan una sede en Italia. Internet se encargar¨ªa de revelarme que aqu¨ª, m¨¢s que una sede, estaba la oficina principal. Con el Vaticano en pleno centro de Roma no pod¨ªa ser distinto, aunque yo no hab¨ªa hecho la obvia asociaci¨®n.
No hab¨ªa ning¨²n aviso para indicarnos que el n¨²mero 14 de la v¨ªa de los Astalli, de all¨ª toma el nombre la organizaci¨®n, era el lugar que busc¨¢bamos. Mas la larga fila de quienes ¡ªhombres en su mayor¨ªa¡ª esperaban para entrar permit¨ªa adivinarlo. Todo lo que ver¨ªa despu¨¦s ser¨ªa un hallazgo, tan nuevo como inesperado.
Cuando se abri¨® la puerta y bajamos las escaleras estrechas, descubr¨ª que en el s¨®tano hab¨ªa un mundo paralelo, poblado de extranjeros provenientes de ?frica (la mayor¨ªa son de ?frica Occidental y del Cuerno de ?frica), de Asia, Europa del Este y de Am¨¦rica (estos ¨²ltimos son los menos), de los italianos que trabajan all¨ª o prestan servicio voluntario y de religiosos, con o sin h¨¢bito.
Era tambi¨¦n un espacio interreligioso, aunque los jesuitas est¨¢n detr¨¢s de todo. Tanto es as¨ª que hay una sala multiconfesional, donde cat¨®licos, cristianos y musulmanes pueden elevar sus oraciones sea al cielo, a La Meca o adonde crean que se encuentra el dios que escucha sus s¨²plicas, por aquello que cada uno ha dejado a sus espaldas o por el horizonte que mira.
Mientras esper¨¢bamos para ser atendidas, vi que algunos hac¨ªan cola para comer. Para casi todos era la principal raz¨®n por la que iban diariamente. Muchos, especialmente aquellos que viven en la calle, aprovechaban tambi¨¦n para ducharse. Era julio y el calor era inclemente. Otros iban al ambulatorio para recibir atenci¨®n m¨¦dica primaria. Hab¨ªa quien, en cambio, iba a pedir ropa y calzado, y quien deseaba retirar documentos o correspondencia. Para otros, la necesidad era hablar de su caso con los abogados.
Yo entraba en la ¨²ltima categor¨ªa. Estaba all¨ª en busca de orientaci¨®n sobre el proceso de petici¨®n de asilo en Italia. Sinceramente, no ten¨ªa idea de qu¨¦ hacer ni de c¨®mo hacerlo. Yo no hab¨ªa evaluado ni sopesado nada.
Llegado mi turno ¡ªno me acuerdo bien si me esperaban¡ª, aun sin hablar espa?ol, Germana hizo las veces de int¨¦rprete y de representante. Fue ella quien expuso los motivos por los cuales estaba pidiendo asilo en Italia. No se trataba solo de mis limitaciones con el idioma sino tambi¨¦n del miedo de no saber a ciencia cierta qu¨¦ estaba haciendo. La abogada, una tipa perspicaz e inteligente, no estaba muy convencida. Acostumbrada como estaba a escuchar cientos de historias cada mes, sab¨ªa reconocer cu¨¢ndo se trataba de un asunto serio o de un cuento chino. La m¨ªa, sin ser mentira, estaba en un punto intermedio, aunque esto no pod¨ªa decirlo. Era la ¨²nica carta que pod¨ªa jugarme, tal vez la ¨²nica carta que ten¨ªa.
Del Centro Astalli, sal¨ª con una hoja donde estaba escrito, en distintos idiomas, la direcci¨®n de la questura, la explicaci¨®n de c¨®mo llegar y una lista de los documentos que deb¨ªa presentar. La advertencia final, y la m¨¢s importante quiz¨¢: madrugar.
En el tren de regreso a Roccaraso, recordaba que en 2010, cuando viv¨ª en Barcelona, mi pap¨¢ me hab¨ªa sugerido, m¨¢s de una vez, que pidiera asilo pol¨ªtico. Como buena hija, desestim¨¦ su consejo. Le dec¨ªa: "Papi, pero a m¨ª nadie me est¨¢ persiguiendo", "nadie quiere matarme". ?l insist¨ªa en que dijese que era (soy) periodista y todo el cuento, que no era ni es cuento, sobre las restricciones y amenazas a la libertad de expresi¨®n en Venezuela.
Cuando viv¨ª en Barcelona, mi pap¨¢ me hab¨ªa sugerido, m¨¢s de una vez, que pidiera asilo pol¨ªtico
Incluso dos meses antes, cuando lo hab¨ªa llamado desde Sicilia, cuando yo no pod¨ªa intuir que terminar¨ªa pidiendo asilo, ¨¦l me reiter¨® la recomendaci¨®n, aunque esta vez fue m¨¢s espec¨ªfico. "Ve a la embajada de Estados Unidos y pide asilo", me dijo. Hasta me hizo promet¨¦rselo, pese a que yo no ten¨ªa intenciones de hacerlo. Qui¨¦n sabe si fue una premonici¨®n de lo que estar¨ªa haciendo menos de ocho semanas despu¨¦s, aunque no para estar en Estados Unidos, sino aqu¨ª, en Italia.
Lo m¨¢s ir¨®nico, casi tragic¨®mico, es que en el lejano 1998, cuando present¨¦ un examen para optar a un cr¨¦dito educativo para estudiar en la universidad, de todas las innumerables preguntas que formularon (la prueba dur¨® m¨¢s de tres horas), la que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n fue: "?Consideras que la pol¨ªtica tiene alguna influencia en tu vida?". Cada vez que el enunciado se repet¨ªa, con t¨¦rminos y sintaxis distintos, mi respuesta era: "Absolutamente no". Ni siquiera un "puede ser", un "depende" o un "m¨¢s o menos". Aquel interrogante era, a mi juicio, simplemente est¨²pido. Con 17 a?os y habiendo sido admitida para estudiar aquello que so?aba en la universidad que quer¨ªa, quienes estaban en el Congreso (as¨ª se llamaba antes), los ministros o el presidente de la Rep¨²blica no ten¨ªan nada que ver conmigo, especialmente porque mi familia ni trabajaba para el Gobierno ni militaba en partido pol¨ªtico alguno. En resumidas cuentas: yo no ten¨ªa nada que ver con ellos¡ Al menos eso pensaba.
Cu¨¢nta ignorancia. La ignorancia del soberbio. Maestra vida en ese momento re¨ªa con ternura. "Pobre muchachita, ya ver¨¢s c¨®mo cambias de opini¨®n". Era solo cuesti¨®n de tiempo. De 16 a?os para ser precisos.
Este texto es el primer cap¨ªtulo del libro Por la puerta que se abra, de la periodista venezolana Melanny Hernandez R., quien relata c¨®mo pas¨® de ser mochilera a obtener la condici¨®n de refugiada en Italia.
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