?Lleg¨® el fin de las intervenciones humanitarias?
Hoy los cooperantes actu¨¢n en crisis migratorias a las puertas de casa y se abre el debate de hasta qu¨¦ punto pueden ser actores neutrales
Durante la mayor parte de su historia, las intervenciones humanitarias han sido algo que ocurr¨ªa all¨ª fuera. Desde Biafra en 1967, pasando por Bosnia en 1992, Ruanda tras el genocidio de 1994 y Darfur en 2003, el modelo ha sido este. Casi todas las organizaciones humanitarias ten¨ªan su sede en el norte del planeta, en Europa Occidental y Norteam¨¦rica, y pr¨¢cticamente todas las llamadas emergencias humanitarias, con Bosnia como excepci¨®n, se produc¨ªan en el sur, sobre todo en el ?frica subsahariana.
Venezuela y Myanmar son s¨ªmbolos de la nueva libertad que tienen los reg¨ªmenes dictatoriales para crear crisis migratorias
Por utilizar una expresi¨®n militar, la acci¨®n humanitaria siempre ha sido expedicionaria. Y su eco a misi¨®n de la ¨¦poca dorada del colonialismo europeo, desde luego, no es una casualidad. Aunque el trabajo humanitario hoy suele atraer a j¨®venes idealistas que, como regla general, se consideran a la izquierda del arco pol¨ªtico, hist¨®ricamente sus or¨ªgenes se encuentran, de una parte, en las nociones imperiales de mejora de la etapa colonial; y, de otra, en la ambici¨®n moral de la Cruz Roja con su prop¨®sito de mitigar los efectos m¨¢s terribles de la guerra.
El aspirante a trabajador humanitario que se un¨ªa a una ONG como Oxfam, Save the Children o M¨¦dicos Sin Fronteras ser¨ªa destinado ¡ªde nuevo de manera muy similar a un sacerdote o un soldado¡ª a alguna zona en crisis. Y tambi¨¦n, como los misioneros y los miembros de las fuerzas armadas del siglo XIX, la decisi¨®n sobre el lugar del despliegue la tomaban una ONG determinada (siempre del norte), o Gobiernos ricos que aportaban la financiaci¨®n, o se decid¨ªa dentro del marco de la ONU y sus agencias especializadas en acci¨®n humanitaria y desarrollo, que a su vez estaban controlados en gran medida por esos mismos Gobiernos, sobre todo el de Estados Unidos y de los pa¨ªses m¨¢s poderosos de la Uni¨®n Europea. Es decir, la decisi¨®n la tomaba cualquiera salvo los habitantes de los sitios en los que se estaba produciendo la situaci¨®n de emergencia.
Se?alar esto no implica decir que la ayuda humanitaria es algo impuesto a aquellos que se benefician de ella. En todo caso, es m¨¢s bien al contrario: un ser humano en situaci¨®n desesperada no puede permitirse el lujo de rechazar ayuda por el lugar de donde proviene el auxilio. Y, a nivel institucional, las ONG no pueden actuar sin el consentimiento, como m¨ªnimo, de los Gobiernos de las zonas afectadas del sur del planeta. Pero no debe confundirse ese consentimiento con que tengan voz en la decisi¨®n de llevar a cabo una intervenci¨®n humanitaria. Como ocurre con la pol¨ªtica de desarrollo econ¨®mico ¡ªtambi¨¦n en gran parte impuesta desde fuera, sobre todo desde el Banco Mundial y el FMI¡ª, durante d¨¦cadas se dio por sentado que los Gobiernos de las zonas necesitadas iban a cooperar con las ONG. Si no lo hac¨ªan, esto sol¨ªa significar ¡ªcomo ocurri¨® con Sud¨¢n durante la crisis de Darfur o con el Gobierno de Sri Lanka durante la rebeli¨®n de los Tigres Tamiles¡ª, o se supon¨ªa que significaba, que el Gobierno en cuesti¨®n era directamente responsable o c¨®mplice en la terrible situaci¨®n que hab¨ªa empujado a actuar a las ONG. Los grupos insurgentes claramente planteaban un problema mayor, pero lo que se asum¨ªa generalmente en el mundo de la acci¨®n humanitaria era que tambi¨¦n deb¨ªan cooperar y acabar¨ªan haci¨¦ndolo.
Todo esto no significa que las ONG creyeran que eran la soluci¨®n a las emergencias que trataban de paliar. Al contrario, la mayor¨ªa de los cooperantes se identificaron con las palabras de Sadako Ogata, alta comisionada de ACNUR durante gran parte de los a?os noventa, cuando afirm¨® que no exist¨ªan soluciones humanitarias para los problemas humanitarios. Pese a ello, cuando estaban sobre el terreno ¡ªuna expresi¨®n del mundo humanitario que de nuevo tiene su origen en los soldados y misioneros que iban en una ¡°misi¨®n¡±, con un eco jesuita¡ª, la mayor¨ªa de las ONG sosten¨ªan que actuaban exclusivamente en funci¨®n de las necesidades de las poblaciones afectadas por la guerra, las crisis de refugiados, las epidemias o los desastres naturales. Impedir la libertad de acci¨®n de sus grupos de socorro era visto como una prueba, en el mejor de los casos, de indiferencia moral ante la cat¨¢strofe y seguramente de complicidad en ella. Las ONG, por el contrario, se consideraban pol¨ªticamente neutrales, preocupadas ¨²nicamente por aliviar los sufrimientos de las personas a quienes atend¨ªan.
Quienes se dedican a lo que en ¨¦pocas de menor sensibilidad ling¨¹¨ªstica se denominaba caridad siempre han proclamado su imparcialidad, aunque la mayor¨ªa claramente sab¨ªa que lo que estaban haciendo era ¨¦ticamente mucho m¨¢s complejo. Esto no implica que erraran al proclamar su neutralidad. Las historias que nos contamos sobre nuestras acciones afectan a la percepci¨®n que tenemos de nosotros mismos y la que tienen los dem¨¢s.
El trabajador humanitario, que est¨¢ desarmado sobre el terreno, tiene que resignarse a alcanzar acuerdos con se?ores de la guerra
La neutralidad, la objetividad y la imparcialidad pueden ser algo humanamente imposible de alcanzar, pero enfocarse en estas metas inalcanzables es una forma de que los individuos y las organizaciones conserven su honradez, al menos mientras est¨¦n dispuestos a salvaguardar sus acciones de la acci¨®n pol¨ªtica directa. Una ONG que optara por no seguir esta l¨ªnea y renunciara a toda pretensi¨®n de neutralidad podr¨ªa desempe?ar muchas tareas humanitarias de tipo t¨¦cnico, como proveer ayuda m¨¦dica, agua e instalaciones de saneamiento; pero a un nivel b¨¢sico tendr¨ªa que considerarse, y aceptar ser vista, como una organizaci¨®n solidaria, destinada a actuar fundamentalmente fuera del sistema humanitario supervisado por Naciones Unidas. En la pr¨¢ctica, esto se traduce en menos recursos y m¨¢s restricciones sobre d¨®nde trabajar, por no hablar de las medidas de protecci¨®n que las personas de estas organizaciones pueden esperar recibir.
No resulta, por tanto, sorprendente que desde el nacimiento de la acci¨®n humanitaria moderna, a mediados de la d¨¦cada de 1960, hasta hoy, la inmensa mayor¨ªa de las ONG no hayan querido trabajar de esta forma parcial. Pero funcionar dentro del sistema conlleva sus propias frustraciones.
Est¨¢ en la naturaleza humana querer resolver los problemas, no limitarse a paliarlos. Insistir en que esto es a lo m¨¢ximo a lo que pueden aspirar y lo m¨¢ximo que se puede esperar de ellos, como hice en mi libro sobre la acci¨®n humanitaria, Una cama por una noche, les ha parecido a muchos cooperantes moralmente intolerable. Quieren acabar con el sufrimiento, no aliviarlo, y ese sentimiento les honra.
El problema es que hay muy poca evidencia de que la acci¨®n humanitaria puede esperar proporcionar alg¨²n tipo de palanca de Arqu¨ªmedes capaz de cambiar el mundo. Es posible que el movimiento internacional de derechos humanos s¨ª tenga (o por lo menos pueda tener) esa capacidad. Pero, a pesar del solapamiento entre derechos humanos y ayuda humanitaria, son actividades muy diferentes. Por decirlo claramente: un activista en favor de los derechos humanos tiene que ser un absolutista de los derechos; no hay margen para las concesiones cuando est¨¢n en juego principios b¨¢sicos. En cambio, el cooperante, que est¨¢ desarmado sobre el terreno, tiene que resignarse a alcanzar acuerdos con se?ores de la guerra, dictadores y otros personajes similares, lo cual quiere decir que, a falta de una intervenci¨®n militar exterior que trastoque el equilibrio de poder, tienen que darse la mano con el diablo para lograr hacer algo.
En mi libro abord¨¦ dos graves amenazas a que encaraba el proyecto humanitario. La primera era esta alianza con el movimiento pro derechos humanos. Yo argumentaba que beneficiar¨ªa a los grupos activistas en su lucha, porque las organizaciones humanitarias podr¨ªan acabar siendo sus ojos y o¨ªdos en aquellos lugares donde los cooperantes pueden entrar, pero a los que los observadores de derechos humanos tienen vedado el acceso; aunque esto se volver¨ªa en contra de las ONG porque podr¨ªa poner en peligro, a la larga, el que pudieran seguir trabajando en esas zonas. La segunda amenaza que apunt¨¦ era que la labor de los cooperantes quedara cooptada por los Gobiernos poderosos, especialmente el de Estados Unidos. El prestigio que conllevaba la acci¨®n humanitaria era muy valioso como justificaci¨®n moral para llevar a cabo lo que en realidad eran iniciativas imperialistas. El ejemplo m¨¢s grotesco de esto que conozco es cuando George W. Bush justific¨® la continuada ocupaci¨®n de Afganist¨¢n por las tropas estadounidenses con el argumento cuasi feminista de que los talibanes oprim¨ªan a las mujeres. Y poco antes de la guerra de Irak de 2003, el entonces secretario de Estado, Colin Powell, dijo a un grupo de representantes de ONG estadounidenses que eran una tremenda ¡°fuerza multiplicadora¡± para el ej¨¦rcito de su pa¨ªs.
Escrib¨ª la primera versi¨®n de Una cama por una noche en 2003. En los 16 a?os transcurridos desde entonces, estas dos tendencias que apunt¨¦ han pasado a definir en gran parte lo que los Gobiernos y los activistas esperan de las ONG, y c¨®mo ¨¦stas construyen sus proyectos, es decir, qu¨¦ esperan de s¨ª mismas. Lo que ha cambiado, sin embargo, es que el contexto en el que trabajan los grupos de ayuda ha empeorado much¨ªsimo.
La llamada guerra global contra el terrorismo ha significado que en los campos de batalla del conflicto ¡ªy aunque a los cooperantes les gustar¨ªa que no fuera as¨ª¡ª la ayuda humanitaria es una parte integral del esfuerzo de guerra de Estados Unidos y de Europa. Al mismo tiempo, la ideolog¨ªa de los derechos humanos (porque, a pesar de las negativas de tantos de sus activistas, los derechos humanos son una ideolog¨ªa y, como tal, no muy diferentes del socialismo, el liberalismo o cualquier otro sistema totalizador de pensamiento) atrae cada vez m¨¢s a las mentes ¡°mejores y m¨¢s brillantes¡± de quienes est¨¢n metidos en la acci¨®n humanitaria. Y esto se debe a que la cooperaci¨®n siempre ha tenido un problema de legitimidad: ?qu¨¦ otorga el derecho a una ONG de Barcelona, Ginebra o Nueva York a intervenir m¨¢s o menos como le parece apropiado en Chad, Yemen o Myanmar? El derecho humanitario internacional en concreto y, m¨¢s en general, las reivindicaciones legales del movimiento en favor de los derechos humanos parec¨ªan marcar el camino a seguir.
El problema, sin embargo, es que las normas sobre derechos humanos est¨¢n en crisis en todo el mundo. Si hace una generaci¨®n cab¨ªa pensar que los derechos humanos ser¨ªan probablemente el futuro de la humanidad, hoy parece, cada vez m¨¢s, que son el pasado. Hay se?ales de ello por todas partes. Despu¨¦s de estar en declive desde hace m¨¢s de 50 a?os, el n¨²mero de conflictos y la letalidad de las guerras han vuelto a aumentar. Y el calentamiento global, que hoy sabemos que quiz¨¢ sea posible limitar, pero, desde luego, no evitar, irremediablemente resultar¨¢ en guerras por recursos en las zonas m¨¢s afectadas. Bienvenidos a la era del Antropoceno.
En cualquier caso, no parece probable que florezcan los derechos humanos en un mundo en el que Rusia, China, India, Brasil y Estados Unidos est¨¢n gobernados por populistas autoritarios. Siria y Yemen han demostrado que las leyes sobre conflictos armados se pueden ignorar como plazca, y Venezuela y Myanmar son s¨ªmbolos de la nueva libertad que tienen los reg¨ªmenes dictatoriales para crear crisis migratorias sin que nada pueda impedirlo. Todos estos cambios han vuelto m¨¢s dif¨ªcil el trabajo de las organizaciones de ayuda humanitaria, pero no han modificado sus caracter¨ªsticas esenciales. Hizo falta una crisis migratoria a las puertas de casa para que eso sucediera.
?Qu¨¦ otorga el derecho a una ONG de Barcelona, Ginebra o Nueva York a intervenir en Chad o Yemen?
De forma muy similar al r¨ªo Grande que separa Estados Unidos de M¨¦xico, el Mediterr¨¢neo ha sido siempre una frontera entre el norte y el sur del planeta. Teniendo en cuenta las dimensiones de la crisis migratoria en este mar, era claramente inevitable que las ONG se involucrasen. Pero al hacerlo, la forma que se ten¨ªa de abordar el proyecto humanitarioen desde la crisis de Biafra result¨® insostenible. Una cosa es que un cooperante vaya de Catalu?a a Liberia y se resista a adoptar una postura pol¨ªtica en ese conflicto alegando que solo ha ido a mitigar sus efectos. Pero cuando la crisis se desencadena en los pa¨ªses de los que son originarios los trabajadores de la ONG, es imposible mantener esa actitud.
Los cooperantes pueden alegar que lo ¨²nico que hacen en el Mediterr¨¢neo, en Ceuta, en la frontera entre Italia y Francia o en Calais es auxiliar a los migrantes. Pero la realidad ineludible es que, al ayudarlos, est¨¢n asumiendo una posici¨®n pol¨ªtica, encarando a sus Gobiernos. Dicho de manera m¨¢s cruda: la neutralidad y la imparcialidad de la que pod¨ªan presumir los cooperantes cuando trabajaban en los pa¨ªses del sur no tiene sentido moral ni operativo ahora que la crisis ha llegado a sus casas.
No todas las organizaciones humanitarias est¨¢n a¨²n dispuestas a reconocerlo. Pero m¨¢s pronto que tarde tendr¨¢n que enfrentarse al hecho de que sus acciones son pol¨ªticas, es decir, que ellos son actores pol¨ªticos en el gran debate que hay en Europa sobre c¨®mo responder a las migraciones masivas. Los pol¨ªticos antiinmigraci¨®n, Salvini, Orb¨¢n, Le Pen, etc¨¦tera, ven a las ONG como sus enemigos, y tienen raz¨®n. El reto para las organizaciones humanitarias es decidir c¨®mo responder a esto de forma efectiva. Y esto solo puede pasar si el mundo de la ayuda humanitaria abandona finalmente la pretensi¨®n de que sus acciones no son pol¨ªticas. Esa decisi¨®n no saldr¨¢ gratis: al tomarla, las ONG tendr¨¢n que abandonar las pretensiones de santidad que han caracterizado sus acciones en el ¨²ltimo medio siglo. En lugar de eso, pasar¨¢n a ser actores pol¨ªticos como todos los dem¨¢s. Pero la disyuntiva a la que se enfrentan es apostar por la pol¨ªtica o caer en la irrelevancia, y tendr¨¢n que decidirlo pronto.
David Rieff es ensayista y analista pol¨ªtico. Su libro ¡®Una cama por una noche¡¯ ha sido publicado en una edici¨®n revisada y con un nuevo pr¨®logo por Debate.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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