Un largo viaje
SE CUENTA DEPRISA, pero se digiere despacio: lo que el anciano observa entre la extra?eza, la nostalgia y la perplejidad es un sonajero que perdi¨® a los ocho meses y que le acaban de devolver a los 83 a?os. Naturalmente, ¨¦l no se acuerda de haber tenido un sonajero como tampoco se acuerda de la mano de su madre, que lo agitaba ante el rostro del beb¨¦ para llamar su atenci¨®n o aliviar su llanto. A los ocho meses no somos due?os (o esclavos, seg¨²n se mire) todav¨ªa de una subjetividad, de un yo, de un mundo interior con los accidentes que caracterizan a la geograf¨ªa ps¨ªquica. Todo se halla en construcci¨®n.
El caso es que Mart¨ªn ten¨ªa una madre, de nombre Catalina, a la que fusilaron en agosto de 1936, apenas empezada la guerra, por roja o por desafecta o porque no iba a misa; fusilaban por cualquier cosa, incluso por el mero gusto de apretar el gatillo, de modo que no nos engolfaremos en esa parte de la historia. Como adem¨¢s entre la detenci¨®n y el crimen no hab¨ªa tiempo para nada, porque era un aqu¨ª te pillo y aqu¨ª te mato, a Catalina la asesinaron con el sonajero de su beb¨¦ en el bolsillo. El asunto tiene su carga simb¨®lica. Si lo piensas, es fuerte, debe de ser muy fuerte hallarse frente al pelot¨®n sintiendo en el bolsillo del traje o del delantal, lo que llevara puesto, el bulto del juguete, al que quiz¨¢ le pidi¨® mentalmente que no hiciera ruido, para que no se lo arrebataran tambi¨¦n, junto a la vida. En 2011, abriendo una de las fosas de la Guerra Civil, dieron con el cuerpo de Catalina y con el cachivache, que ha vuelto a su hijo tras un largo viaje al m¨¢s all¨¢.
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