Un Aleph propio por compa?¨ªa
El tel¨¦fono instaura una burbuja alrededor de cada persona, es un permiso de silencio, una marca del espacio privado
Jorge Luis Borges public¨® en 1949 un corto libro de cuentos que titul¨® El Aleph. Tuvo m¨¢s de una raz¨®n, aunque quedaran ocultas en que el primero de ellos se llama as¨ª. Es un relato escrito en los tempranos cuarenta. De todo lo que atisba me quedo con esto: Uno de los personajes ha descubierto en la escalera del s¨®tano de su casa algo brillante y asombroso, de colores adem¨¢s: un Aleph. ¡°Aclar¨® que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos¡±. En ¨¦l est¨¢n todas las im¨¢genes: ¡°En la parte inferior del escal¨®n, hacia la derecha, vi una peque?a esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la cre¨ª giratoria; luego comprend¨ª que ese movimiento era una ilusi¨®n producida por los vertiginosos espect¨¢culos que encerraba. El di¨¢metro del Aleph ser¨ªa de dos o tres cent¨ªmetros, pero el espacio c¨®smico estaba ah¨ª¡±. Desde su publicaci¨®n esta maravilla dio para muchas enso?aciones. Lo que no era de suponer es que casi cada habitante del planeta acabara teniendo uno.
En los noventa el tel¨¦fono m¨®vil era un instrumento grande como un zapato, con una hora de autonom¨ªa, que serv¨ªa para cruzar las palabras imprescindibles. Diez a?os despu¨¦s comenz¨® a disminuir hasta alcanzar el enanismo de caber, doblado, en la palma de la mano. La pantallita verde fosforito brillaba al desdoblarlo. Pero en ese preciso momento el aparato se puso a producir fotograf¨ªas. Al principio pocas. Luego almacen¨® mensajes y comenz¨® a crecer. En 10 a?os m¨¢s ya casi pose¨ªa el tama?o original, hac¨ªa fotograf¨ªas y v¨ªdeos, nos ense?aba las calles, nos despertaba, compraba y pagaba, hablaba; hab¨ªa sustituido al reloj y estaba constantemente encendido; multiplicaba tambi¨¦n los enchufes que pudieran alimentarlo. Y ofrec¨ªa, por a?adidura, una telara?a vast¨ªsima de conversaciones. Lo que Teilhard de Chardin hab¨ªa intuido s¨®lo con la radio como ejemplo principal, se hac¨ªa verdad. La Tierra est¨¢ embolada en una c¨¢scara fluida de lenguaje en todos sus sonidos que la recorre entera. Si imaginamos cada mensaje como un fin¨ªsimo hilo, el planeta es un capullo de seda enorme. Ahora es ?real y verdaderamente una noosfera.
Cuando entramos en cualquier lugar donde hay 12 personas, tengamos por seguro que m¨¢s de la mitad estar¨¢n vigilando o engordando esa red con los hilos de sus conversaciones. Llevando de aqu¨ª para all¨¢ im¨¢genes y palabras. Escrutando una cajita casi plana donde cabe todo cuanto existe. Cada una con su propio Aleph. Sin embargo, en el Aleph borgeano no era obligado buscarse el camino: ¨¦l se revelaba intenso, infinito y quieto al que lo contemplaba, sin tener que manipularlo, siguiendo quiz¨¢s la senda de todos los deseos. En este nuestro cada cual tiene que buscarse la vida. Y se sabe que la Red est¨¢ presidida por el efecto Mateo, que reza, ¡°al que tiene se le dar¨¢¡±. Y a quien no tiene, incluso lo poco que tenga le ser¨¢ levantado. Recordemos lo que se llamaron ¡°las infinitas posibilidades de avance educativo¡± que la radio proporcionaba. ?Acaso sirvieron de algo las insuperables lecciones de Toynbee transmitidas por la BBC? Las tomo como ejemplo porque pocos textos m¨¢s sabios produjo el siglo XX. ?Qued¨® alg¨²n resto de ellas en los habitantes de las islas? Todo el esfuerzo laborista en llenar las conciencias m¨¢s bien recuerda a las danaides, condenadas a echar agua nueva, eternamente, en c¨¢ntaros agujereados. Dar y perder. O bien, efecto Mateo.
La gente encuentra lo que busca; ese es precisamente el problema. Ese Aleph, verdadero y no so?ado, el que llevamos en el bolsillo, es m¨¢s ¨²til a quien m¨¢s sabe. Da al que ya tiene. No lo hace por especial sevicia, sino que ese es su andar. Intuimos que las t¨¦cnicas aparecen cuando se necesitan. La inform¨¢tica, justamente, sirve al desarrollo del Estado y su administraci¨®n. Cuando fue preciso refinarla, porque el Estado se carg¨® de datos y deberes, ella creci¨®. Digamos que empez¨® bien. Pero ?a qu¨¦ sirve este su despliegue en forma de Aleph? ?A la conversaci¨®n planetaria?, ?a la universal comunidad de di¨¢logo, necesaria para abordar los desaf¨ªos monumentales que tenemos? ?O solamente produce cacofon¨ªa? Es dif¨ªcil saberlo. De momento instaura una burbuja alrededor de cada persona, sentada cada una junto a otra a la que no habla, pendiente de lo que la cajita ense?a. Es un permiso de silencio. Como una marca del espacio privado de cada quien. Un principio externo de individuaci¨®n.
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