?Volar menos o no volar?
Los 1.400 millones de viajeros internacionales son responsables del 8% de las emisiones del planeta. El movimiento que reivindica que reduzcamos vuelos o, incluso, que dejemos de volar durante un plazo, crece.
La actriz Emma Thompson vol¨® en abril de Los ?ngeles a Londres (8.600 kil¨®metros) para participar en las protestas de Extinction Rebellion, el grupo activista contra el cambio clim¨¢tico nacido en el Reino Unido. Los cr¨ªticos se le echaron encima: ?de verdad vali¨® la pena, se preguntaban, una huella de carbono de dos toneladas para participar en una manifestaci¨®n ecologista?
Con cada vez m¨¢s frecuencia, alguien en el mundo se cuestiona algo parecido. Y, como respuesta, un movimiento que reivindica reducir los vuelos o, incluso, dejar de volar por completo por un tiempo o indefinidamente, parece estar pasando de lo anecd¨®tico ¡ªuna apuesta radical y poco realista¡ª a lo culturalmente relevante. Se habla de ello, principalmente, gracias a la medi¨¢tica activista medioambiental sueca Greta Thunberg. La adolescente recorri¨® en abril Europa (Estocolmo, Estrasburgo, Roma y Londres) en su campa?a de concienciaci¨®n, y lo hizo en tren ¡ªno coge aviones desde 2015¡ª. ¡°Recientemente me han invitado a hablar en Panam¨¢, Nueva York, San Francisco, Abu Dabi, Vancouver¡ Tristemente, nuestro presupuesto de CO2 no permite estos viajes¡±, explic¨® el a?o pasado en ?Twitter. ¡°Mi generaci¨®n no podr¨¢ volar m¨¢s que para emergencias si no nos tomamos en serio la advertencia sobre el l¨ªmite de 1,5 grados de temperatura¡±, a?adi¨®, refiri¨¦ndose a los objetivos del Acuerdo de Par¨ªs para limitar el aumento del calentamiento global. Esta semana ha trascendido que Thunberg asistir¨¢ en septiembre a la Cumbre sobre Acci¨®n Clim¨¢tica de Naciones Unidas en un velero que usa energ¨ªa solar, el Malizia II. El viaje, al que ha sido invitada, le llevar¨¢ dos semanas.
Thunberg, como otros activistas medioambientales hoy, no habla de cambio clim¨¢tico, sino de ¡°emergencia clim¨¢tica¡±. Y las emergencias, sostienen estos, deben abordarse con medidas tajantes. En Suecia, donde ella naci¨®, ha nacido tambi¨¦n el t¨¦rmino flygskam, traducido como ¡°verg¨¹enza de volar¡±, que se ha extendido como la p¨®lvora en los medios de comunicaci¨®n. Y no solo ah¨ª: en la ¨²ltima reuni¨®n anual de la Asociaci¨®n Internacional del Transporte A¨¦reo (IATA, por sus siglas en ingl¨¦s), el presidente de la instituci¨®n, Alexandre de Juniac, advirti¨® a los 150 directivos presentes que, ¡°si no se cuestiona, este sentimiento crecer¨¢ y se extender¨¢¡±, informa Reuters.
En Suecia viven las fundadoras de Flygfritt 2020, una campa?a que anima a comprometerse a no volar durante todo el a?o que viene. Maja Ros¨¦n y Lot?ta Hammar pretenden reunir 100.000 firmas ¡ªvan por las 20.000 y la iniciativa se ha extendido a 10 pa¨ªses¡ª. Ros¨¦n dej¨® de coger aviones en 2008, cuando era una decisi¨®n todav¨ªa m¨¢s minoritaria que hoy. ¡°Antes no com¨ªa carne y no usaba el coche por principio, pero volaba de vez en cuando. Hasta que me di cuenta de lo grave que es la situaci¨®n¡±, cuenta en una conversaci¨®n telef¨®nica. La mayor¨ªa de la gente, asegura, no es consciente de la gravedad del problema, y tiende a pensar que las consecuencias las sufrir¨¢n otros, en un futuro lejano. Pero la situaci¨®n es tal, insiste, que no vale esperar a que los Gobiernos y las instituciones reaccionen: todo el mundo, en su medida, debe hacer lo que est¨¦ en su mano. ¡°Si coger un vuelo disminuye las oportunidades de que mis hijos vivan, no me resulta dif¨ªcil tomar la decisi¨®n¡±.
La activista sueca Greta Thunberg va a viajar a Nueva York en un velero solar: tardar¨¢ dos semanas
Las emisiones del turismo rondan el 8% del total mundial, es decir, igual que las de la industria ganadera o el transporte en coche, detalla un estudio publicado en Nature Climate Change. Y los viajes de largo recorrido est¨¢n en crecimiento constante: en 2018 hubo 1.400 millones de viajeros internacionales, un 6% m¨¢s que el a?o anterior, seg¨²n el bar¨®metro de la Organizaci¨®n Mundial del Turismo. Del total de las emisiones tur¨ªsticas, los vuelos suponen el 20% ¡ªun avi¨®n emite hasta 20 veces m¨¢s di¨®xido de carbono (CO2) por kil¨®metro y pasajero que un tren, seg¨²n datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente¡ª. Hoy, alguien que viaja de Londres a Nueva York genera las mismas emisiones que un europeo al calentar su casa durante un a?o entero, seg¨²n la Comisi¨®n Europea.
Con este panorama, ?est¨¢ justificada la verg¨¹enza por volar o, al menos, la preocupaci¨®n por el impacto que tienen nuestras escapadas? Hace poco, el mismo dilema al que se debi¨® de enfrentar la actriz Emma Thompson al tomar un vuelo intercontinental le ha tocado a William Edelglass, fil¨®sofo medioambiental que vive en el Estado rural de Vermont (EE. UU.), en una granja alimentada con placas solares. Ha sido invitado a viajar a China para impartir unas conferencias sobre cambio clim¨¢tico a 80 fil¨®sofos, y ¨¦l, que trata de priorizar los viajes locales en tren o las videoconferencias, ha acabado decidiendo viajar. ¡°Lo justifiqu¨¦ ante m¨ª mismo porque son dos semanas enteras de seminarios y conferencias¡± formando a otros sobre cambio clim¨¢tico, cuenta por tel¨¦fono, a pesar de que, a posteriori, calcul¨® que el vuelo (de Boston a Shangh¨¢i) emitir¨¢ 7.000 kilos de CO2.
Situaciones como la suya resumen bien la tragedia de los pastos comunes, un caso que desarroll¨® el ecologista Garrett Hardin en la revista Science en 1968. El ejemplo que usa Hardin es el de un campo de uso p¨²blico al que los pastores pueden llevar su ganado. Si no existe regulaci¨®n, cada pastor puede explotar m¨¢s all¨¢ del l¨ªmite las capacidades del terreno, llevando cada vez m¨¢s animales para su propio beneficio. Mientras que el posible beneficio a corto plazo ¡ªalimentar a m¨¢s animales, hacer un viaje en avi¨®n¡ª es individual, los costes a medio o largo plazo ¡ªun campo yermo e in¨²til, el imparable calentamiento global¡ª acaban siendo compartidos.
Los expertos que siguen la teor¨ªa de Haldin creen que no se puede pedir a los individuos que operen contra su nuevo inter¨¦s, y que la ¨²nica v¨ªa para asegurarnos de evitar el desastre es tener regulaciones que nos impidan destruir los recursos. Una postura opuesta, y muy pol¨¦mica, es la del fil¨®sofo Walter Sinnott-Armstrong, que en 2005 public¨® un art¨ªculo acad¨¦mico titulado It¡¯s Not My Fault: Global Warming and Individual Moral Obligations (no es mi culpa: calentamiento global y obligaciones morales individuales). En ¨¦l planteaba un ejemplo: es domingo y alguien quiere conducir su coche ¡ªuno que consume much¨ªsima gasolina¡ª solo por diversi¨®n. ?Debe dejar de hacerlo por el planeta? No, dice Sinnott-Armstrong. Podemos criticar su decisi¨®n, pensar que ese conductor deber¨ªa avergonzarse de su poca conciencia ecol¨®gica, pero no est¨¢ violando, estrictamente, ninguna obligaci¨®n moral. Es el Gobierno, no el ciudadano, sostiene, el que est¨¢ moralmente obligado a combatir el calentamiento global. La decisi¨®n individual de no usar combustibles f¨®siles es respetable y admirable, pero, matiza, algunos de los que aplican esta medida en su d¨ªa a d¨ªa creen que ya han cumplido con su deber y no se implican en cambiar pol¨ªticas gubernamentales. El debate que plantea Sinnott-Armstrong, sobre acci¨®n individual y acci¨®n colectiva, viene de largo. Algunos psic¨®logos llaman ¡°licencia moral¡± a c¨®mo nos justificamos cuando, por ejemplo, compramos electrodom¨¦sticos que son eficientes y luego los usamos mucho m¨¢s que los anteriores, sin culpa. Sentimos que ya hemos cumplido con nuestro deber.
Cada tonelada m¨¦trica
de di¨®xido de carbono derrite tres metros cuadrados del ?rtico
Sinnott-Armstrong propone, por tanto, ¡°disfrutar tu domingo conduciendo mientras trabajas para cambiar las leyes, leyes que har¨¢n ilegal que disfrutes tu domingo conduciendo¡±. Mucha gente estar¨¢ en desacuerdo. Y la sensaci¨®n generalizada es que los problemas son demasiado grandes, y las consecuencias, muy abstractas.
Varios estudios contrarrestan esta impresi¨®n. El fil¨®sofo y activista medioambiental John Nolt, de la Universidad de Tennessee, calcul¨® en 2011 que un estadounidense medio causar¨¢, con sus emisiones a lo largo de la vida, la muerte o el ¡°sufrimiento grave¡± de dos personas. Un estudio publicado en Science en 2016 arroj¨® cifras concretas de lo que cuesta uno de nuestros vuelos: cada tonelada m¨¦trica de di¨®xido de carbono derrite tres metros cuadrados en el ?rtico.
En pleno debate sobre responsabilidad medioambiental, el Gobierno franc¨¦s ha anunciado una ecotasa de 1,5 a 18 euros en los billetes de avi¨®n, que reinvertir¨¢ en infraestructura para transportes m¨¢s ecol¨®gicos; y Holanda y Francia discuten en sus Parlamentos si prohibir los vuelos cuyo recorrido se puede realizar en tren en tres horas o menos. En contra tienen el coste (hace poco se hizo p¨²blico que hasta Network Rail, la empresa p¨²blica de ferrocarriles del Reino Unido, anima a su personal a volar en vez de tomar trenes si supone un ahorro) y el tiempo: no todos quieren, o pueden, gastar en transporte las horas que podr¨ªan disfrutar de vacaciones. Hasta las aerol¨ªneas parecen tomar consciencia de la creciente preocupaci¨®n ciudadana, como denota la ¨²ltima campa?a de la holandesa KLM, que anima a los consumidores a priorizar el tren o las videollamadas de trabajo.
La industria de la aviaci¨®n busca soluciones, como desarrollar combustibles sostenibles y aviones m¨¢s eficientes. Pronto, el plan internacional de reducci¨®n exigir¨¢ a las aerol¨ªneas que compensen las emisiones de?CO2 financiando proyectos de energ¨ªa sostenible ¡ªantes los planes de compensaci¨®n se centraban en la reforestaci¨®n¡ª. Hasta ahora el cliente deb¨ªa elegir si pagar la compensaci¨®n al comprar un billete, pero la opci¨®n ha ido desapareciendo de las webs de las aerol¨ªneas. Y hay otras opciones, menos populares en la industria. Seg¨²n un informe de la Comisi¨®n Europea filtrado en mayo, subir los impuestos al combustible de la aviaci¨®n reducir¨ªa las emisiones en un 11%. Y¡ subir¨ªa los precios de los billetes un 10%.
Lo m¨¢s complicado es que dejar de volar o volar menos exige un cambio cultural en esta era del posturismo. Buscamos experiencias, sentirnos parte de un lugar, aunque sea por unos d¨ªas; llevarnos una emoci¨®n, adem¨¢s del selfi de rigor. ¡°Todos queremos ir a destinos ex¨®ticos y encima estar solos¡±, resume M¨®nica Chao Janeiro, profesora de la escuela de negocios ESCP Europe y experta en sostenibilidad y turismo. Incluso quienes se preocupan por el medio ambiente contin¨²an valorando mucho los viajes internacionales como una muestra de ¡°civilizaci¨®n¡±, afirma Luke Elson, fil¨®sofo de la Universidad de Reading. Puede ser que un modelo con vuelos m¨¢s escasos y caros, pero m¨¢s respetuosos con el medio ambiente, desdemocratice el turismo ¡ªa no ser que se aplique un modelo similar al de los impuestos progresivos: tasar m¨¢s a quien m¨¢s viaje¡ª. Y ni siquiera esto parece garantizar que vayamos a cuidar mejor del planeta. Basta mirar al Everest, donde la ascensi¨®n es restringida¡ y la cumbre est¨¢ colapsada y llena de basura.
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