El 112 m¨¢s clandestino de la frontera
Los migrantes encuentran apoyo a pesar del rechazo social y la violencia policial en Bosnia-Herzegovina
Son las 7:48 am. En una carcomida mesa de t¨¦ donde todo el mundo bebe caf¨¦, el tel¨¦fono inteligente menos inteligente del barrio comienza a encenderse. Es de segunda mano y de vocaci¨®n anal¨®gica. Carga lento, descarga r¨¢pido y su bater¨ªa vive permanentemente asistida por otra externa que si se apaga, lo mata. Ya no est¨¢ para estos trotes, pero ah¨ª va, aguantando esta crisis humanitaria mejor que nadie en las tierras fronterizas de Velika Kladusa, donde lo bosnio y lo croata se reta a los ojos.
?Bip, bip! Suena la llegada del primer mensaje del d¨ªa: "Hola, sistra*. Nosotros llegar hoy. Polic¨ªa Croacia problema. No hay nada. Necesita comida, ropa y saco de dormir. Por favor". En un ingl¨¦s precario pero legible, este mensaje se suma a los otros 17 de WhatsApp, 8 de Facebook y 1 en IMO, una aplicaci¨®n muy popular entre pakistan¨ªes, banglades¨ªes e indios. Con una alerta m¨¢s en Viber, va sumando 28.
Virginia est¨¢ hoy a cargo del tel¨¦fono. Forma parte del equipo de distribuci¨®n junto a Mart¨ªn, quien se encargar¨¢ m¨¢s tarde de preparar los paquetes a repartir. Ella se barre las lega?as de la cara, saca la lista de pedidos y revisa los compromisos ya cerrados por el equipo anterior. Esto suele ocurrir por la aparici¨®n inesperada de personas en los puntos de reparto. Personas que no tienen tel¨¦fono para solicitar ayuda y acordar un encuentro.
S¨ª, suena poco cre¨ªble lo de cruzarse medio mundo sin tel¨¦fono. Uno necesita mapas, contactar con la familia y tener el 112 listo por si las moscas. Sin embargo, a veces llega la polic¨ªa croata: te detiene, te grita, te insulta, te humilla, te roba el dinero, te quema la mochila, te patea, te escupe, te encierra y te asfixia. Esta barbarie tampoco deber¨ªa sonar cre¨ªble, pero es una realidad que incluso los propios agentes han denunciado.
A continuaci¨®n, un polic¨ªa sin m¨¢s identificaci¨®n que su pasamonta?as te requisa el tel¨¦fono. Lo observa, saca la tarjeta SIM y ?crack! la parte en dos. Luego pega un mazazo a la pantalla con la empu?adura del arma. Escarmiento ilegal oficial. Ilegal porque el uso de fuerza no est¨¢ permitido salvo en casos de resistencia a la autoridad o como defensa propia. Oficial porque esto lo paga cada ciudadano europeo con sus impuestos. No hay descuento en la factura.
"Buenos d¨ªas, ?cu¨¢l es tu nombre?", responde con amabilidad Virginia a uno de los mensajes. "Yo, Hamza", contesta un joven de Mosul, una ciudad al norte de Irak. La comunicaci¨®n no es f¨¢cil. Al preguntar por su ubicaci¨®n actual, Hamza atina a decir que est¨¢ durmiendo en una casa abandonada, usando una mezcla de ingl¨¦s, ¨¢rabe y emoticonos que har¨ªa temblar a Oxford.
Con el punto de encuentro pactado, Virginia anota todo lo necesario para Hamza: Comida para 5 personas, 3 sacos de dormir, 3 pantalones de talla media y 4 pares de zapatos. Pero es posible que ya no queden zapatos en el almac¨¦n, en cuanto llega una donaci¨®n todo vuela. Es lo que tienen las devoluciones con violencia, que la gente vuelve descalza y cojeando.
Tan solo hace 15 d¨ªas que Hamza le contaba a Jack, otro voluntario, su anterior experiencia con la polic¨ªa croata. Ten¨ªa el labio roto y marcas en la espalda como latigazos en pel¨ªcula de esclavos. La moral tambi¨¦n, reptando a ras de suelo. Con todo, Hamza ten¨ªa claro que iba a reintentarlo en cuanto su hermano, desde Lyon, le mandase algo de dinero para el viaje.
Al final de la charla Jack le dio un papel diminuto donde aparec¨ªan un n¨²mero de tel¨¦fono y un nombre de usuario de Facebook. As¨ª fue como encontr¨® la clandestina, pero famosa, l¨ªnea de asistencia de No Name Kitchen en Bosnia-Herzegovina. En ella, todas las personas que cruzan la zona pueden solicitar ayuda, lo que sea: unas sandalias, un campin-gas o una pastilla de jab¨®n, si lo hay y hace falta, es distribuido cada noche sin que nadie parezca saber lo que est¨¢ sucediendo; pero sucede.
"Tened cuidado en la zona del estadio de f¨²tbol, ayer vimos a un vecino haciendo fotos a la matr¨ªcula", avisa Arrate. Ella estuvo distribuyendo paquetes de comida la noche anterior, a sabiendas de que ni los vecinos ni la polic¨ªa ni el esp¨ªritu santo deben saber lo que hacemos. Dar comida a alguien con hambre no es ilegal a no ser que ese alguien no tenga visado y provenga de un pa¨ªs empobrecido.
Para Hamza y otras personas como Lilia o Kuldeep, quienes llevan a?os siendo ignoradas, rechazadas o incluso torturadas, tener un lugar donde sentirse escuchadas y atendidas es lo m¨¢s parecido a encontrar refugio en un lugar tan hostil.
De camino al parque donde se suele reunir la comunidad afgana, Virginia se para frente a la puerta del supermercado y lee el cartel que acaban de colgar en la puerta "Prohibida la entrada a migrantes". Con toda la tristeza que esto le provoca, saca el m¨®vil para tirar una foto al letrero, pero la notificaci¨®n de un nuevo mensaje la detiene. "Buenos d¨ªas. Soy Amina. Mi familia tiene necesidad de comida. Somos 4 y tengo dos hijos. Por favor, no tenemos dinero. Ayuda, amigos m¨ªos". Virginia escucha el audio, en un franc¨¦s muy argelino, y se olvida del cartel, decidida a ayudarla para que Amina tambi¨¦n se olvide de todos los carteles que no necesita este mundo.
* Nota del autor: Sistra significa 'hermana' en bosnio-croata-serbio-montenegrino; un t¨¦rmino com¨²nmente usado por los migrantes para referirse a las voluntarias.
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