Las ciudades rotas de los Balcanes
En Mitrovica, Mostar y un barrio de Sarajevo los vecinos que se enfrentaron durante la guerra de los Balcanes contin¨²an viviendo de espaldas unos a otros casi tres d¨¦cadas despu¨¦s
La convivencia en los Balcanes salt¨® por los aires a principios de los noventa. Vecinos de toda la vida se vieron de pronto en trincheras opuestas, apunt¨¢ndose con un fusil. Casi tres d¨¦cadas despu¨¦s, en algunas zonas todav¨ªa se mantienen las barreras ¨¦tnicas. Los ni?os van a colegios distintos, los mayores acuden a cafeter¨ªas diferentes y utilizan matr¨ªculas y c¨®digos postales propios, aunque vivan en la misma ciudad. Lo que se rompi¨® no volvi¨® a componerse.
El cierre a finales del a?o pasado del Tribunal para la Antigua Yugoslavia despu¨¦s haber juzgado a los principales responsables de la guerra fue un paso m¨¢s para intentar cerrar esas heridas y continuar el camino hacia la reconciliaci¨®n. La perspectiva de que seis pa¨ªses de la regi¨®n puedan ingresar a la Uni¨®n Europea abre tambi¨¦n un nuevo horizonte.
La cumbre de Sof¨ªa (Bulgaria), que se celebrar¨¢ dentro de dos semanas y en la que se ver¨¢n las caras los l¨ªderes de los Veintiocho con los mandatarios de los Balcanes, ser¨¢ una oportunidad para apuntalar la estrategia del bloque europeo para el desarrollo de estos pa¨ªses. El sexto punto de esa hoja de ruta incide en la obligaci¨®n de fomentar ¡°la reconciliaci¨®n y la buena relaci¨®n entre vecinos¡±.
Mostar (Bosnia)
El adinerado Ado, propietario de una de las casas m¨¢s hermosas del centro de Mostar, pide que nos sentemos porque tiene algo que contar, algo tan absurdo que es mejor que el cuerpo est¨¦ en actitud de descanso.
Hace un a?o, su madre comenz¨® a sentirse mal. ?l llam¨® a la ¨²nica ambulancia del lado bosnio de la ciudad. Tras reconocer a la mujer, el m¨¦dico dijo que no ten¨ªa nada serio y que no era necesario hospitalizarla. Ado no se qued¨® tranquilo, intu¨ªa algo, y telefone¨® al servicio de emergencias del lado croata. Los de all¨ª le aseguraron que la llevar¨ªan al hospital porque parec¨ªa que la se?ora presentaba los s¨ªntomas de un ictus pero que, por la direcci¨®n que les facilitaba, no pod¨ªan enviar a la ambulancia.
¡ª?Pero si solo tienen que recorrer 300 metros!
¡ªImposible¡ª, le dijeron al otro lado del tel¨¦fono.
As¨ª que tuvo que subir a su madre al coche, llevarla hasta la l¨ªnea administrativa imaginaria que divide a bosniacos (musulmanes) y croatas y entregarla all¨ª a los m¨¦dicos. Parec¨ªa un intercambio de rehenes en plena Guerra Fr¨ªa pero el escenario no pod¨ªa ser m¨¢s distinto.
Sobre todo por su ciudad vieja, Mostar es una joya de encanto otomano. El Puente Viejo de piedra y las torres medievales que lo flanquean son el foco de atracci¨®n principal. En parte porque fue destruido por los croatas durante la guerra y despu¨¦s fue vuelto a levantar. Los turistas que recorren cada d¨ªa sus calles saben de la guerra, a¨²n la pueden ver en los numerosos edificios agujereados como un queso emmental, pero tambi¨¦n tienen a mano tiendas de souvenir modernas y restaurantes caros. El ambiente resulta apacible, como en cualquier rinc¨®n tur¨ªstico del mundo. La imagen de una se?ora subiendo a una ambulancia en medio de la calle no les dice nada, aunque es ah¨ª donde est¨¢ el verdadero tabique.
El puente no es lo que divide en dos la ciudad. Sus alrededores son un espacio conjunto para orde?ar el turismo. La divisi¨®n real se encuentra en una de las avenidas m¨¢s anchas, por donde antes discurr¨ªa el ferrocarril. En ese punto exacto estaba hace un cuarto de siglo el frente de guerra. ¡°Y esa trinchera contin¨²a en nuestras cabezas¡±, a?ade Ado, cuyo pareja trabaja en un taller vespertino para que estudiantes de los dos lados estrechen relaciones.
Mostar es bic¨¦fala. Esa separaci¨®n levantada en el pasado hace que la ciudad tenga dos servicios de ambulancias, dos cuerpos de bomberos, dos compa?¨ªas el¨¦ctricas, dos sistemas educativos, dos redes de tel¨¦fono, dos servicios postales. Todo est¨¢ duplicado.
Tambi¨¦n sus equipos de f¨²tbol, uno en primera y otro en segunda divisi¨®n. El ambiente en la sede de los ultras croatas del Zrinjski es denso. Muchachos en ch¨¢ndal, zapatillas y con cordones de oro alrededor del cuello. La mayor¨ªa de los aqu¨ª reunidos tuvo un padre que hizo la guerra. Algunos sobrevivieron, otros no. De una pared cuelga una bandera con la cruz gamada estampada.
El que sirve las mesas en esta cueva de lobo, Mateo, dice que no tiene ninguna vinculaci¨®n con el lado musulm¨¢n de la ciudad (el Este). Su Mostar, a?ade, es m¨¢s bonito, m¨¢s rico, m¨¢s limpio, m¨¢s ordenado. Su amigo Marko, un tipo grandote, asiente y sale disparado al frigor¨ªfico.
Regresa con un par de cervezas croatas y propone subir en coche hasta lo alto de un cerro. Quiere ense?arnos algo. Durante el ascenso hasta la cima vamos escuchando m¨²sica croata. Trabaja en una f¨¢brica pero el sueldo es bajo. Dice que, cada vez m¨¢s, la gente de su edad agarra los b¨¢rtulos y se va a Alemania a trabajar o a estudiar. La mayor¨ªa no regresa.
Al llegar a la cumbre, emerge una cruz colosal. Marko sostiene que ellos, los cat¨®licos, la levantaron hartos de los minaretes que brotaban en el horizonte como setas. Ahora, cualquiera que alce la mirada en cualquier punto de Mostar comprender¨¢ de qui¨¦n es esta ciudad. ?Cree que podr¨¢n vivir juntos de nuevo en el futuro? ¡°S¨ª, por supuesto. Dentro de 300 a?os¡±.
De los 105.800 habitantes de Mostar, el 48% son croatas, el 44% bosniacos, el 4% serbios y el 3% restante de otros or¨ªgenes.
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Mitrovica (Kosovo)
Festebardhe Ismjli caminaba por la calle con la sensaci¨®n de que todo le era ajeno. Era la primera vez en sus 26 a?os de vida que pon¨ªa un pie en el norte de Mitrovica. Recuerda el miedo y la sensaci¨®n asfixiante de que en cualquier momento podr¨ªa pasarle algo terrible. Pero no le ocurri¨® nada. Al cabo de un rato lleg¨® al edificio donde iba a trabajar a partir de ese momento, un tribunal de justicia com¨²n para todos los habitantes de la ciudad. Y all¨ª estrech¨® la mano de un serbio. Era la primera vez que ve¨ªa a uno de carne y hueso.
Mitrovica es una ciudad dividida en una naci¨®n dividida. Casi 20 a?os despu¨¦s de la guerra y 10 desde que Kosovo declarara la independencia de Serbia, la urbe est¨¢ tan rotundamente partida en dos mitades que parece el resultado de un hachazo limpio. Al norte, los serbios. Al sur, los albaneses.
Los serbios, cristianos ortodoxos, no reconocen a Kosovo como pa¨ªs. Para ellos, este es el sur de Serbia. Los albaneses, musulmanes, imponen poco a poco su autoridad nacional. Por ejemplo, abren el juzgado al que se incorpor¨® Festebardhe Ismjli en noviembre del a?o pasado u obligan a la polic¨ªa serbia a usar el uniforme kosovar.
No comparten colegios, cafeter¨ªas, tiendas de ropa, ni siquiera la red de telefon¨ªa. La paz se ha cimentado sobre la separaci¨®n ¨¦tnica. El puente principal que conecta las dos ciudades permanece cerrado al paso de veh¨ªculos tras los incidentes violentos de hace unos a?os. La barricada del lado serbio sigue en pie, y a cada rato pasan los carabinieri y los veh¨ªculos blindados de la KFOR, la fuerza de seguridad de la OTAN.
Al caer el sol, los serbios se re¨²nen en una orilla, los albaneses en la otra. Charlan, pasean perros, fuman, los adolescentes se toman selfies y se besan. Son dos sociedades asim¨¦tricas frente a frente. No existen las tensiones del pasado pero tampoco ning¨²n movimiento de concordia. No es dif¨ªcil encontrar testimonios de j¨®venes que apenas conocen la realidad de la gente que tienen frente a sus ojos.
El de Festebardhe Ismijli es uno. No sabe pr¨¢cticamente nada de la cultura de sus vecinos. Sus padres hablan un serbocroata perfecto ¡ªlo aprendieron en la escuela¡ª a diferencia de su hija, que apenas lo est¨¢ estudiando ahora. ?Ismijli ha trabado amistad con alg¨²n serbio en este tiempo? No. ?Podr¨ªa tener una pareja serbia? Imposible. Al salir del juzgado se va derecha a su trocito de ciudad.
As¨ª es imposible que conozca el Soho, un bar h¨ªpster de moda para los j¨®venes serbios. Suena m¨²sica jazz. En una mesa est¨¢n sentadas Milica Andric, de 27 a?os, y Sanja Sovrilic, de 34. Andric, consultora p¨²blica, ve inevitable que lo serbio se diluya. Los que se fueron durante la guerra no regresaron y los que est¨¢n no compran casas porque piensan que en cualquier momento se tendr¨¢n que ir para siempre. La posibilidad de que Serbia entre en la UE a cambio de relajar su posici¨®n soberanista sobre Kosovo tampoco ayuda. ¡°En 50 a?os no habr¨¢ serbios aqu¨ª¡±, vaticina. Ahora mismo ve imposible la unificaci¨®n de la ciudad, y no puede llegar a imaginar c¨®mo era vivir en Yugoslavia, sin esta divisi¨®n tan cortante.
Esos pedazos de una sociedad idealizada los ha tratado de reconstruir Sovrilic con un documental. La periodista ha contado la historia de la Mitrovica Big Band, una historia de m¨²sicos de todas las etnias. A sus ensayos pod¨ªa acudir cualquiera, a nadie le preguntaban de d¨®nde ven¨ªa. Simplemente le ped¨ªan que agarrara un instrumento y se pusiera a tocar. Tras la guerra, la banda se disolvi¨®, como toda la convivencia en general.
El esp¨ªritu religioso observa desde las alturas. En lo alto de un monte, desde donde se ve toda la ciudad como una masa uniforme, el padre Danilo recibe en su monasterio a unos soldados griegos. El sacerdote extiende su mano para que los militares la besen. Para la Iglesia ortodoxa, Kosovo es el coraz¨®n de Serbia y cuna espiritual su fe. De hecho, bajo Yugoslavia, su nombre era Kosovo y Metojia, que significa tierra de los monasterios. Los obispos a menudo han denunciado la quema de iglesias y la profanaci¨®n de tumbas serbias por parte de los albaneses, sin denunciar nunca los cr¨ªmenes propios.
Desde enfrente les miran con recelo. Poco antes de las cinco de la tarde, uno de los imanes da por concluida la oraci¨®n en la mezquita. Se excusa porque tiene prisa pero pide que un muchacho piadoso de 26 a?os ponga voz a la comunidad. El joven lleva la barba larga ¡°como los profetas¡±. ¡°?Ve ah¨ª? No hay nada, pues antes hab¨ªa una mezquita y los serbios la destruyeron. Arruinaron todo¡±.
Si de ¨¦l dependiera, aplicar¨ªa la shar¨ªa en Kosovo. Da una respuesta ambigua sobre la convivencia: ¡°Si estaban all¨ª desde siempre, que se quedan. Si no, que se vayan¡±. Es br¨®ker de bitcoins, lo que significa que hace negocios por el mundo entero a trav¨¦s de Internet pero no ha cruzado a la calle de enfrente. ?Damos una vuelta inici¨¢tica y nos cuenta sus impresiones? ¡°Ustedes est¨¢n locos, ?verdad?¡±.
Casi tres cuartas partes (73%) de los vecinos de Mitrovica son albaneses. Otro 22% de los 101.400 vecinos son de origen serbio.
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Sarajevo (Bosnia)
En una placita sin ning¨²n encanto confluyen dos formas de enfrentar una tragedia. La mitad de ella pertenece a la Rep¨²blica Srpska (Rep¨²blica Serbia en serbio) y la otra a la Federaci¨®n, las dos entidades en las que qued¨® dividida Bosnia tras los acuerdos de paz de 1995. Seg¨²n los serbios, el lugar se llama batall¨®n de Ilidza en honor a sus combatientes ca¨ªdos. Para los bosnios, se trata de la calle de William Shakespeare, en lo que parece un gui?o ir¨®nico a la tragedia.
En medio de la plaza reina el bar de Radmila Vujevic. La en¨¦rgica due?a del caf¨¦ BB, una serbobosnia de 52 a?os, aparece inscrita como palestina en el censo de poblaci¨®n. Hace unos a?os vinieron por aqu¨ª unos encuestadores pregunt¨¢ndole cu¨¢l era su etnia. ¡°?Palestina y punto!¡±, les dijo para ahuyentarlos.
En el caf¨¦ BB no se discrimina a nadie. Ese hombre mal afeitado sentado en la mesa contigua es cu?ado de Radmila, musulm¨¢n. En la nevera hay cervezas bosnias y serbias. Radmila sostiene que lo que les une es el aburrimiento y la falta de oportunidades. Eso hace que mucha gente pase sus d¨ªas frente al televisor. Los telespectadores consumen en altas dosis de propaganda etnonacionalista, avivada por los pol¨ªticos. ¡°Esa no es la realidad de la calle¡±, asegura.
Sarajevo, la capital de Bosnia, lleva a?os en proceso de reconstrucci¨®n tras el asedio serbio que asol¨® la ciudad durante m¨¢s de 1.000 d¨ªas. Hace un tiempo reabri¨® la Biblioteca Nacional, una joya que fue destruida, y recientemente ha vuelto a ponerse en marcha el famoso telef¨¦rico. Los turistas recorren la parte vieja de la ciudad pero a ninguno de ellos se le ocurre visitar la parte oriental, el Sarajevo del Este.
Es la parte de la ciudad que se quedaron los serbios. En realidad es un barrio pero funciona como urbe aut¨®noma. Lo que se ve tras cruzar de un Sarajevo a otro es un enorme secarral en el que brotan edificios grises y parques sin sombras bajo las que cobijarse del sol.
En este lugar hay muchos serbios que se sienten aislados. Milijna Milinkovic, 34 a?os, viv¨ªa antes en el centro pero tras la guerra jur¨® que aquella ya no era su ciudad. Si por ella fuera, ning¨²n serbio pisar¨ªa el otro lado. Mezclarse en el trabajo deriva en infidelidades y destroza matrimonios ortodoxos: ¡°Es una forma de erosionar la identidad serbia¡±.
En su casa no hay ninguna pista de que viva en un pa¨ªs llamado Bosnia y Herzegovina. Sus hijos peque?os ni si quiera lo saben. En la cabeza de Milijna Milinkovic, como en muchas de las de sus vecinos, las trincheras siguen abiertas.
Sarajevo tiene 275.000 vecinos en total. El 80% de los habitantes de la capital son bosniacos, casi el 5% son croatas y casi el 4%, serbios. En Sarajevo del Este, donde viven 62.000 personas, el 94% son serbios.