Alguien ya lo sabe
Me ataca la inquietud: la sospecha de que siempre hay, en alg¨²n lado, alguien que entiende y que lo dice. Que alguien, en alg¨²n lugar, tiene raz¨®n
A VECES ME imagino en esos d¨ªas, entusiasta. Debi¨® ser fascinante: el mundo se hac¨ªa otro. La electricidad, el motor de explosi¨®n, los aviones, la aspirina, el cine, Marie Curie o Pablo Picasso lo estaban transformando, pero, sobre todo, el cambio era pol¨ªtico y social: en 1921, hace casi 100 a?os, la revoluci¨®n rusa terminaba de derrotar a sus enemigos inmediatos y se impon¨ªa; era, por fin, tras tanto rey y banqueros y obispos, un gobierno del pueblo para el pueblo o algo as¨ª. La justicia, la igualdad, la libertad ¡ªel socialismo¡ª abr¨ªan un tiempo nuevo. Todo era posible.?
A veces me imagino, en esos d¨ªas, en Buenos Aires, que crec¨ªa y crec¨ªa y terminaba de inventar el tango. O en Madrid, que buscaba consuelos imposibles porque, tras siglos de s¨ª, ya no era corte de ning¨²n imperio. O en Par¨ªs, donde las vanguardias se desencadenaban aprovechando el final de esa guerra que hab¨ªa acabado con todas las guerras. Me imagino en lugares donde viv¨ª; no, por ejemplo, en Lisboa, en aquel caf¨¦ donde ¨¦l tramitaba cada tarde sus copitas de aguardiente.
El caf¨¦ se llamaba A Brasileira y ¨¦l sol¨ªa sentarse solo, siempre en la misma mesa; a veces escrib¨ªa. Era calvo, anteojudo, solitario, elegante de un modo modesto, casi sabio. Se invent¨® muchos amigos porque ten¨ªa muy pocos con quienes valiera la pena conversar; para que con estos s¨ª valiera los invent¨® escritores y escribi¨® sus poemas, sus ensayos. Publicaba muy poco ¡ªdespreciaba amablemente a los idiotas que publican¡ª, pero en esos d¨ªas le ofreci¨® a una revista nonata su Banquero anarquista. Yo lo le¨ª, claro, tanto despu¨¦s; algo cambi¨® para m¨ª cuando encontr¨¦, en ese texto, este pasaje sobre la revoluci¨®n de los sovi¨¦ticos: ¡°La idea que condujo a los revolucionarios, el fin hacia el que se dirig¨ªan, desapareci¨® por completo de la realidad social, que es ocupada exclusivamente por el fen¨®meno guerrero. De modo que lo que sale de una dictadura revolucionaria, y tanto m¨¢s saldr¨¢ cuanto m¨¢s tiempo dure esa dictadura, es una sociedad guerrera de tipo dictatorial, esto es: un despotismo militar. No pod¨ªa ser otra cosa¡±, escribi¨®, cuando no era f¨¢cil pensarlo, cuando el entusiasmo era brilloso, cuando el tiempo era nuevo.
¡°Y siempre fue as¨ª. Yo no s¨¦ mucha historia, pero lo que s¨¦ coincide con esto, no pod¨ªa dejar de coincidir¡ ?Qu¨¦ sali¨® de las agitaciones pol¨ªticas de Roma? El Imperio Romano y su despotismo militar. ?Qu¨¦ sali¨® de la Revoluci¨®n Francesa? Napole¨®n y su despotismo militar. Y usted ver¨¢ lo que sale de la revoluci¨®n rusa¡ Algo que va a atrasar decenas de a?os la realizaci¨®n de la sociedad libre¡ Tambi¨¦n, ?qu¨¦ pod¨ªa esperarse de un pueblo de analfabetos y m¨ªsticos?¡±, se preguntaba entonces Fernando Pessoa ¡ªy lo releo y me ataca de nuevo esa inquietud: la sospecha de que siempre hay, en alg¨²n lado, alguien que entiende y que lo dice. Que alguien, en alg¨²n lugar, tiene raz¨®n.
Y la zozobra y la impotencia de no saber c¨®mo distinguirlo de los millones de tonter¨ªas que escribimos los dem¨¢s. Es horrible pensar que nadie entiende nada; mucho peor es saber que hay alguno que s¨ª pero uno no es capaz de descubrirlo. Por suerte, me digo, si lo descubriera no podr¨ªa estar seguro de que tiene raz¨®n hasta tanto despu¨¦s. Pero ¨¦se es otro asunto. Alg¨²n d¨ªa vamos a discutir qu¨¦ significa estar seguro. Alg¨²n d¨ªa vamos a saber qu¨¦ significa saber. Lo brutal es que hay alguien, en alg¨²n sitio, en alg¨²n texto, que ya sabe.?
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