Elixires de empat¨ªa
Las instituciones tienen que ser rigurosas, s¨®lidas y cohesivas. Hacerse el simp¨¢tico tiene el riesgo de que la gente se d¨¦ cuenta
El mantra del ¡°di¨¢logo¡±, siendo en pol¨ªtica todo tan pasajero, va vi¨¦ndose sustituido por la colectivizaci¨®n de la empat¨ªa. Es otro baluarte emocionalista. Ni el Estado ni sus estrategias fueron concebidos para generar empat¨ªa. Tampoco la Uni¨®n Europea. Ni tan siquiera los sistemas electorales. Las instituciones no tienen por qu¨¦ ser emp¨¢ticas, sino rigurosas, s¨®lidas y cohesivas. Hacerse el simp¨¢tico tiene el riesgo de que la gente se acabe dando cuenta. Haci¨¦ndose el emp¨¢tico el peligro es que uno acabar¨¢ pareci¨¦ndose m¨¢s al otro que a s¨ª mismo. De forma casi inconsciente, el pol¨ªtico que tiene por prioridad la empat¨ªa acaba siendo un demagogo. A estas alturas, caer bien en las redes sociales pone en duda las virtudes pol¨ªticas del candidato porque las nuevas masas, veleidosas y poco racionales, solo se identifican con las crestas del tuit. En esos tiroteos en el callej¨®n digital la primera v¨ªctima es el lenguaje. A diferencia, la verdad no es la primera perjudicada: es un objetivo y no una consecuencia colateral.
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De las intervenciones radiof¨®nicas de Roosevelt ¡ª¡°charlas junto a la chimenea¡±¡ª a los discursos de Churchill o a las ruedas de prensa de De Gaulle, se trataba de transmitir poder de convicci¨®n y, para quienes no escuchan como partidarios, ganarse un margen de persuasi¨®n. Ahora, un doctor Fausto de la propaganda como Goebbels utilizar¨ªa los algoritmos como quien domina el teclado de un ¨®rgano barroco capaz de subyugar a las masas que fluyen digitalmente.
Qui¨¦n sabe en qu¨¦ quedar¨¢n los lideratos si la atomizaci¨®n de las comunidades p¨²blicas se consuma. Nunca habr¨¢ empat¨ªa suficiente para aunar los deseos de unas masas cuya prioridad es la autosatisfacci¨®n y no la idea de compartir el bien com¨²n. Hace ya a?os que nadie se pregunta si tal o cual l¨ªder tiene carisma. Damos preferencia a su capacidad de empat¨ªa como corresponde a una sociedad victimista, psicoter¨¢pica y narcisista m¨¢s atenta a las ocurrencias de los tuiteros que al discurso pol¨ªtico posible.
Caer bien en las redes sociales pone en duda las virtudes pol¨ªticas del candidato porque las nuevas masas solo se identifican con las crestas del tuit
En otros tiempos, a C¨¢novas y Sagasta no les un¨ªa la amistad sino un entendimiento sobre lo sustancial del cambio hist¨®rico y a la vez de conveniencia pol¨ªtica. Pero sus caracteres eran contrapuestos. Lo escribi¨® Castelar: ¡°C¨¢novas no es amable. Sagasta lo es mucho. C¨¢novas, por ejemplo, pasa por delante de Encarnaci¨®n, mi portera, que es c¨¦lebre en todo el barrio, sin decirle una palabra. Y ella rezongar¨¢: ¡®Ay, Dios, ?ser¨¢ rey este caballero que no me da los buenos d¨ªas?¡¯. Por el contrario, Sagasta se detiene y dice: ¡®Hola, Encarnaci¨®n, buenos d¨ªas. ?Qu¨¦ tal va eso? ?Y los chicos? Ll¨¢malos que quiero verlos¡¯. He aqu¨ª por qu¨¦ Encarnaci¨®n es liberal¡ Eso s¨ª, Sagasta no har¨¢ en bien de la portera m¨¢s que C¨¢novas¡±. Entonces la empat¨ªa solo era un s¨ªntoma cl¨ªnico. Lo natural era la simpat¨ªa. Al extrapolar la observaci¨®n de Castelar deducimos que a m¨¢s empat¨ªa, menos estadismo. Al querer ser querido por todos, el l¨ªder emp¨¢tico se instala en la inacci¨®n. Fundamentalmente, porque no puede decir no.
Eso ha hecho inevitable que en sociedades avanzadas que se dotaron de un sistema educativo de alto coste y que disponen de la mejor informaci¨®n en los circuitos de la red la ciudadan¨ªa se manifieste de forma mucho m¨¢s vol¨¢til, con un porcentaje de votantes de cada vez m¨¢s alto que deciden cu¨¢l es su candidato estando ya ante la urna. A m¨¢s valor de la empat¨ªa, menor importancia de las fidelidades. Con tanta aceleraci¨®n, la vida p¨²blica se disgrega y pierde anclajes hasta tal punto que sus mejores int¨¦rpretes, inevitablemente fugaces, son los l¨ªderes mix cuya f¨®rmula cambia de un d¨ªa para otro o, m¨¢s a¨²n, de un tuit matutino al de la hora del aperitivo.
Es el caso de Donald Trump. Su abuso del tuit exacerba conflictos larvados que d¨¦cadas de pol¨ªtica realista ¡ªrepublicana o dem¨®crata¡ª hab¨ªan intentado apaciguar. Ocurre en todas las familias. El Brexit, m¨¢s all¨¢ de las complejidades consuetudinarias del talante brit¨¢nico, tambi¨¦n fue un enfrentamiento en el que la emocionalidad logr¨® ofuscar toda la sabidur¨ªa de un sistema pol¨ªtico de calidad. Ahora, Trump, emp¨¢tico con las masas que le votaron seg¨²n el m¨¦todo efectivo de Steve Bannon, recurre de nuevo al tuit para simplificar con gran riesgo la enrevesada relaci¨®n entre Estados Unidos e Ir¨¢n. La gravitas de la alta pol¨ªtica, sabedora de las zonas grises de toda confrontaci¨®n, ha sido otra v¨ªctima de la empat¨ªa. No hay discurso en la plaza p¨²blica. En poblaciones de Catalu?a de signo mayoritariamente secesionista se ha seguido el juicio del Tribunal Supremo como si fuera un partido de f¨²tbol entre el equipo local y el Estado. Naturalmente, el sabio juez Marchena no estaba ah¨ª para generar empat¨ªa. As¨ª no sorprende que el emotivismo independentista no perciba la fortaleza del Estado. Pero, curiosamente, la presunta empat¨ªa de personajes como Carles Puigdemont y Quim Torra ha ido decreciendo, como se evapora lo gaseoso que pretend¨ªa ser s¨®lido.
Valent¨ª Puig es escritor.
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