Dos bichos raros, o lo que no se debe decir
Gabilondo y Valls destacan en el panorama pol¨ªtico espa?ol porque defienden sus principios sin incorporar en su discurso insultos, nader¨ªas ni claudicaciones dial¨¦cticas ante los movimientos de masas
Los dos mejores discursos pol¨ªticos que he escuchado en la presente y probablemente fallida legislatura no se han pronunciado en el Parlamento espa?ol, sino en el ¨¢mbito municipal y auton¨®mico. Ambos fueron obra de dos socialdem¨®cratas que han conocido el triunfo y la derrota a lo largo de su ya larga experiencia de gobierno. Dos intelectuales rigurosos, dos pensadores y hombres de acci¨®n, cuyo pragmatismo en ning¨²n caso les ha llevado a renunciar a sus convicciones y a la defensa de los valores que consideran fundamentales para el ejercicio de la democracia. Dos bichos raros en la fauna pol¨ªtica del circo hispano: Manuel Valls y ?ngel Gabilondo.
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Cuando escuch¨¦ al que fuera primer ministro franc¨¦s y candidato a la alcald¨ªa de Barcelona su explicaci¨®n p¨²blica de por qu¨¦ hab¨ªa decidido apoyar la l¨ªvida subsistencia de Ada Colau, pens¨¦ que la contundencia y expresividad de sus palabras eran ejemplo de lo que ning¨²n otro pol¨ªtico espa?ol en ejercicio parece capaz de emular. Semanas despu¨¦s, en plena can¨ªcula agoste?a, tuve que reconocer mi error tras la intervenci¨®n de Gabilondo en la sesi¨®n de investidura de la nueva presidenta de la Comunidad madrile?a. En medio del ruido, la estupidez y la confusi¨®n fruto de la deficiente calidad de nuestros l¨ªderes, me impresion¨® la capacidad que ambos demostraron de renunciar al lenguaje de la correcci¨®n pol¨ªtica sin tener que caer en la brutalidad de los discursos. Es tal el c¨²mulo de insultos, mentiras, sandeces y patochadas a que nos tienen acostumbrados los oradores principales en Cortes, con la reciente y candorosa excepci¨®n de Pablo Iglesias, que poder escuchar a Valls y Gabilondo permit¨ªa cuando menos recuperar la esperanza de que otra pol¨ªtica es posible, aunque no parezca probable por el momento.
La correcci¨®n parlamentaria, evocada en su intervenci¨®n por el cabeza de lista m¨¢s votado en los comicios madrile?os, nada tiene que ver con la sumisi¨®n a lo pol¨ªticamente correcto, puesto de moda por m¨²ltiples instancias, algunas tan dispares como el movimiento feminista o el fanatismo religioso. Contra lo que pudiera parecer, el reclamo del desdoblamiento de g¨¦nero o las protestas por las opiniones o descripciones consideradas blasfemas u ofensivas, obedecen a un mismo impulso: el de la apropiaci¨®n del lenguaje por quienes defienden su propia ideolog¨ªa con desprecio de las ajenas. Los pol¨ªticos se muestran extraordinariamente sensibles a ello, en la suposici¨®n de que un sustantivo o un adjetivo inapropiados pueden acarrearles p¨¦rdidas de votos mientras la sumisi¨®n a las nuevas gram¨¢ticas, aunque sean pardas, ser¨¢n un semillero de los mismos. Parad¨®jicamente contrasta esta afecci¨®n un poco cursi, que ha logrado incluso cambiar la amenaza del calentamiento global por la simple descripci¨®n de un cambio clim¨¢tico, con los ep¨ªtetos que se regalan entre ellos: mentirosos, ladrones, bandoleros (miembros de una banda), majaderos, traidores y a¨²n cosas peores pueden escucharse a diario en la televisi¨®n en boca de los candidatos al poder y de sus corifeos medi¨¢ticos. La cosa empeora cuando uno se fija en sus tuits, donde pasan de felicitarse por sus cumplea?os a acusarse, en cuanto se descuidan, de toda clase de cr¨ªmenes de odio.
La correcci¨®n parlamentaria nada tiene que ver con la sumisi¨®n a lo pol¨ªticamente correcto
Hubo un tiempo en que la oratoria era un g¨¦nero de la literatura, pero sobre todo constitu¨ªa tambi¨¦n un arma pol¨ªtica: la tribuna de los parlamentos frente a los iluminados de los p¨²lpitos. El profesor de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona Daniel Gamper ha publicado recientemente un libro muy recomendable sobre la belleza y utilidad de las palabras. Su abuso en el debate de las ideas o la lucha por el poder puede tener efectos desastrosos. El primero y principal es el miedo a utilizarlas, sobre todo por el qu¨¦ dir¨¢n, o al menos por el qu¨¦ votar¨¢n. Diversos episodios recientes ponen de relieve la obediencia debida de muchos alcaldes al imperativo categ¨®rico de las masas, cuando se dedican a prohibir conciertos de raperos porque no les gustan sus letras, a las que acusan de promover el machismo o el terrorismo, seg¨²n los casos. Tambi¨¦n en las redes y plataformas tecnol¨®gicas los algoritmos dise?ados por algunas empresas eliminan fotograf¨ªas o expresiones que en su opini¨®n pueden herir la sensibilidad ajena. Estos y otros tipos similares de actuaci¨®n vulneran directamente el art¨ªculo 20 de la Constituci¨®n Espa?ola, que establece expl¨ªcitamente que la producci¨®n y creaci¨®n literaria, art¨ªstica, cient¨ªfica y t¨¦cnica, as¨ª como la libertad de c¨¢tedra, no pueden restringirse ¡°mediante ning¨²n tipo de censura previa¡±. Ning¨²n tipo es ning¨²n tipo, por lo que cabe preguntarse si la aplicaci¨®n de pr¨¢cticas como las citadas constituyen un delito contra el ejercicio de las libertades fundamentales, y una prevaricaci¨®n en el caso de los alcaldes que arbitrariamente las deciden.
Hubo un tiempo en que la oratoria era un g¨¦nero de la literatura, pero sobre todo constitu¨ªa un arma pol¨ªtica
El rap, g¨¦nero del que no soy entusiasta, es por principio rompedor y escandaloso, pues responde a la onomatopeya de golpear con firmeza una superficie dura con el objeto de llamar la atenci¨®n. Si no hay golpes, y golpes repetidos, no hay rap. Pero en todo caso se trata solo de golpes verbales, por lo que los jueces se encuentran no pocas veces ante el dilema de perseguirlos y sancionarlos o no, toda vez que la libertad de expresi¨®n es una de las columnas fundamentales de la democracia. Es famoso el caso de C¨¦sar Strawberry, cantante de Def Con Dos, absuelto por la Audiencia Nacional, primero, y condenado despu¨¦s por el Supremo a un a?o de c¨¢rcel por enaltecer el terrorismo en sus letras. La sentencia del alto tribunal cont¨® con un voto particular, el del magistrado Perfecto Andr¨¦s Ib¨¢?ez, que consideraba que los exabruptos del cantante, siendo del todo inaceptables, se agotaban en s¨ª mismos y era imposible conectarlos con actores o acciones terroristas. La brutalidad del lenguaje es socialmente inadmisible, pero no puede ni debe ser considerada delictiva. En cualquier caso resulta m¨¢s propia de un rapero oriundo del hip hop que de los tribunos que gobiernan o aspiran a gobernar. Trump, Salvini, Boris Johnson y Quim Torra me parecen m¨¢s incitadores a la violencia y el odio que el se?or Strawberry, con la diferencia de que aquellos tienen adem¨¢s los medios para ejercerla.
Frente a los excesos del rap, musical o pol¨ªtico, se alzan los abusos de la correcci¨®n pol¨ªtica. La sumisi¨®n a los movimientos de masas, incluso en las decisiones judiciales, amenaza con convertir a las redes sociales en veh¨ªculos permanentes para la aplicaci¨®n de la ley de Lynch y en una amenaza letal para el funcionamiento de las instituciones democr¨¢ticas. Por eso me congratulo de la existencia de pol¨ªticos como Valls o Gabilondo, capaces de ser a la vez en¨¦rgicos y claros, de no transigir con el lenguaje del insulto, propio y adecuado para los raperos pero no para los diputados, ni con las nader¨ªas fruto de lo que resulta conveniente decir a fin de que no se molesten los diversos colectivos sociales que pululan en nuestro entorno, sean de derechas o de izquierdas. En los or¨ªgenes de EL PA?S brome¨¢bamos con una frase atribuida a Javier Pradera en el sentido de que ¡°lo que no se puede decir no se debe decir¡±. Precisamente porque lo dijimos logramos muy pronto ganar la atenci¨®n y el apoyo de los lectores. Los dos bichos raros que hoy honran este art¨ªculo pertenecen a la misma especie: est¨¢n alejados de lo pol¨ªticamente correcto tanto como son opuestos a la brutalidad in¨²til del lenguaje. Su esfuerzo no ser¨¢ en vano. Y si al fin acaban por salir de la rareza, ser¨¢ una buena noticia para el funcionamiento de nuestra democracia.
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