Una fuga hacia el futuro
M¨¢rquez y Santrich son, en esa escena del trauma, los ¨²nicos cuya mirada no devuelve nuestra mirada. No nos miran a los ojos. Parecieran mirar hacia adentro, hacia su propio agujero negro interior
Vivimos en una ¨¦poca donde las viejas im¨¢genes de la insurrecci¨®n est¨¢n muertas. Levantamientos populares, barricadas, reg¨ªmenes que caen, estatuas derribadas, gigantograf¨ªas en llamas, caudillos ajusticiados por sus pueblos, todas esas escenas, que antes identific¨¢bamos con una cierta idea mec¨¢nica de emancipaci¨®n, ahora forman parte de un corpus de im¨¢genes que nuestra mirada escruta con un escepticismo desencantado, a lo sumo con una simpat¨ªa algo confusa por los oprimidos. Somos televidentes ¨Cespectadores a la distancia- de una escena traum¨¢tica repetida hasta el hartazgo y nuestra capacidad de concebir una nueva imagen insurrecta parece haber quedado obturada en ese mismo bucle de frustraci¨®n revolucionaria.
Y es as¨ª, acostumbrados a la decepci¨®n pol¨ªtica, como hemos recibido esta vieja-nueva escena, o mejor, esta repetici¨®n sintom¨¢tica de una imagen muerta en medio del cementerio de im¨¢genes de la revoluci¨®n: la lectura del comunicado guerrillero desde las monta?as de Colombia, los uniformes verde oliva, los fusiles en bandolera y, por supuesto, la ret¨®rica de la lucha, con su propensi¨®n al endecas¨ªlabo trunco. Un lenguaje muerto para ilustrar una imagen muerta, una imagen f¨²nebre que viene envuelta, como de costumbre, en la mortaja de las promesas y las evocaciones, con su infaltable exaltaci¨®n paisaj¨ªstica. ¡°Desde el In¨ªrida, que acaricia con la dulzura de sus aguas frescas la selva amaz¨®nica y del Orinoco¡±, lee Iv¨¢n M¨¢rquez con tono de locutor radial de los a?os 50, como para acentuar la impresi¨®n de anacronismo, de cosa ya vista hasta el hartazgo, ¡°sitiados por la fragancia del Vaup¨¦s, que es pi?a madura¡±. A su alrededor, un grupo de personas en cuyos rostros hay m¨¢s se?ales de incertidumbre que de amenaza, m¨¢s miedo que ¡°voluntad de lucha¡±. El a?o pasado, durante una visita a una de las zonas veredales en el piedemonte llanero, vi cientos de rostros como esos: gente deseosa de comprometerse con la paz del pa¨ªs, j¨®venes a quienes el irresponsable incumplimiento de los Acuerdos por parte del Gobierno les estaba robando el futuro, la vida misma. Esos rostros de horror mal disimulado detr¨¢s de una mirada combativa, esos ojos huidizos detr¨¢s del uniforme y el armamento, son para m¨ª el reverso de la imagen muerta del comunicado de M¨¢rquez, quien, al igual que su compa?ero de andanzas, el caricaturesco Santrich, se las arregla para no revelar expresividad alguna, ni en la ilegible sonrisa petrificada de sus rostros, ni en la voz tr¨¢gicamente informativa del locutor. M¨¢rquez y Santrich son, en esa escena del trauma, los ¨²nicos cuya mirada no devuelve nuestra mirada. No nos miran a los ojos. Parecieran mirar hacia adentro, hacia su propio agujero negro interior, presos de la ineludible gravedad de su pulsi¨®n de muerte, secretamente deseosos de que todos caigamos y nos hagamos pedazos en su horizonte de sucesos. Cabe decir que, en ese espacio de representaci¨®n simb¨®lica, la ceguera de Santrich es apenas una redundancia, un ¨¦nfasis innecesario.
Miradas opacas que solo admiten una comparaci¨®n con la mirada igualmente inescrutable, inexpresiva y vac¨ªa del otro soci¨®pata que completa el tr¨ªo (no hay dos sin tres). Me refiero, por supuesto, a ?lvaro Uribe, el principal beneficiario de este funesto comunicado guerrillero, que tambi¨¦n sabe c¨®mo mirar sin que lo miren, ocultar, reprimir y neutralizar sus emociones detr¨¢s de las gafas fotosensibles, mientras se le pinta en la boca una tenue mueca de goce. Ojos vac¨ªos y medias sonrisas son el indicio de la psicopat¨ªa de nuestros tres chiflados: M¨¢rquez, Santrich y Uribe, unidos por la enfermedad mental de la guerra, vomitadores de im¨¢genes y ret¨®ricas muertas: unos con la mala poes¨ªa de la revoluci¨®n, el otro con la prosa banal de la seguridad, los tres sumidos en la fase maniaca de la repetici¨®n, oblig¨¢ndonos a vivir a todos los colombianos en el interior de su delirio b¨¦lico, rebotando entre las mismas im¨¢genes y las mismas palabras que venimos oyendo desde hace d¨¦cadas.
Que M¨¢rquez y Santrich hayan elegido este momento para volver a las armas -justo cuando Uribe est¨¢ a punto de caer a la c¨¢rcel, con unas elecciones regionales de octubre que amenazaban con debilitar a¨²n m¨¢s al partido del Gobierno- solo demuestra hasta qu¨¦ punto existe una secreta complicidad entre quienes solo saben hacer pol¨ªtica comerciando con la muerte.
Quisiera aprovechar este espacio para hacer un llamado colectivo: no nos dejemos arrastrar por la comodidad de una melancol¨ªa igualmente est¨¦ril, igualmente enferma. Vivimos un momento de extremo peligro, pero tambi¨¦n estamos en condiciones de contestar a las im¨¢genes muertas con im¨¢genes nuevas y vivas, con palabras y con movilizaciones que rompan con el c¨ªrculo de las repeticiones.
Salgamos a la calle a defender los Acuerdos, militemos con determinaci¨®n a favor de la paz y de la implementaci¨®n. Exijamos al Gobierno que cumpla con lo pactado. Ya no podemos darnos el lujo de ser televidentes desencantados y tristes, eternamente presos de una man¨ªa ajena. Ese tiempo ya pas¨®. Emprendamos la fuga hacia el futuro de una vez por todas.
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