Que no se libre nadie
El de hoy es mi art¨ªculo 800. El primero hablaba de c¨®mo se iba ampliando la lista de actividades ilegales para que todos pudi¨¦ramos ir a prisi¨®n
DESDE QUE EMPEC? A escribir en esta p¨¢gina, en febrero de 2003, tuve la costumbre de numerar los art¨ªculos, y, si no me he despistado, el de hoy es el 800. No es un n¨²mero redond¨ªsimo (lo ser¨ªa 1000), pero como ahora se conmemora todo cada a?o, para as¨ª no salir nunca de un bucle que simplemente se agranda hasta el infinito, estar¨¦ a tono con esta ¨¦poca si me detengo y miro atr¨¢s. Lo que m¨¢s me asusta, tras diecis¨¦is a?os y medio soltando parrafadas, es que habr¨¢ j¨®venes de veinte, veinticinco o treinta que no habr¨¢n conocido otra firma en esta ¨²ltima p¨¢gina de EPS, por lo que podr¨¢n creer que llevo aqu¨ª siempre. Y no: tuve mucha vida antes de aterrizar aqu¨ª merced a la amable invitaci¨®n del director Jes¨²s Ceberio, y hasta hab¨ªa pasado ocho a?os con columnas dominicales en otro sitio. Cuando me incorpor¨¦ a este suplemento lo hice con timidez, seg¨²n mi recuerdo, pese a que mis colaboraciones en el peri¨®dico se hab¨ªan iniciado en el remoto 1978. Aquella pieza inaugural se titul¨® ¡°Delitos para todos¡±, y si la memoria no me falla (del primero a los de enero de 2019 est¨¢n recopilados en vol¨²menes, pero me da pereza ponerme a buscarlo), hablaba de c¨®mo se iba ampliando la lista de actividades ilegales para que todos pudi¨¦ramos ir a prisi¨®n por alg¨²n motivo. Me doy cuenta de que esa tendencia no ha hecho sino ir a m¨¢s: cada vez hay m¨¢s cosas prohibidas y no entiendo c¨®mo no estamos la mayor¨ªa en las c¨¢rceles. A falta de espacio en ellas, se ha inventado la ¡°pena de redes sociales¡±, gracias a la cual mucha gente no est¨¢ entre rejas pero ha perdido su empleo, su carrera, su reputaci¨®n, se ha convertido en apestada y ha sido objeto de insultos multitudinarios. As¨ª que, en efecto, hoy no se libra de culpa casi nadie, sea famoso o desconocido.
Cuando ocup¨¦ este rinc¨®n todav¨ªa gobernaba Aznar, y hube de dedicar muchas columnas a la infame Guerra de Irak en la que nos involucr¨® ese Presidente megal¨®mano. Nadie sab¨ªa a¨²n de la existencia de Zapatero, y los atentados del 11-M eran poco imaginables. Y ETA mataba gratuitamente, como lo hab¨ªa hecho durante los siete lustros anteriores. Viv¨ªa yo entonces donde sigo, en el centro de Madrid, que ha cambiado y se ha degradado espantosamente. Hab¨ªa tiendas ¨²tiles para los habitantes. Los comerciantes fueron expulsados por el brutal encarecimiento de los alquileres y los vecinos lo est¨¢n siendo por la proliferaci¨®n de los pisos tur¨ªsticos. Se pod¨ªa caminar con desahogo, sin verse arrollado o atascado por demenciales grupos de extranjeros con maleta y m¨®vil pegado al ojo. La gente ya vest¨ªa canallescamente en verano, pero no era lo de ahora: cada vez que me cruzo con un var¨®n con pantalones largos y sin espantosas deportivas (afean todos los andares), me dan ganas de abrazarlo; si veo a una mujer con gratas y finas sandalias, mi impulso es besarle no los pies (tendr¨ªa que tirarme al suelo), pero s¨ª la mano. Descuiden, jam¨¢s lo har¨ªa, no tanto porque se me considerara un cursi y porque nunca haya besado manos (que tambi¨¦n), sino porque es muy probable que se me denunciara por asalto. Me he hecho mayor en esta esquina. Alguna ventaja ofrece: cuanto m¨¢s lo soy, menos me importa agradar, caer bien, contentar a los lectores de este diario, que, si bien muy variados, comparten ciertos rasgos predominantes. No pretendo lo contrario, claro est¨¢: ni desagradar ni caer mal ni provocar el descontento. Pero s¨ª decir lo que pienso, y si lo que pienso y digo no gusta a muchos, qu¨¦ se le va a hacer, son gajes del oficio de los que no cabe quejarse: nadie me obliga a permanecer aqu¨ª ni yo me empe?o. El d¨ªa que la directora me comunique que ya est¨¢ bien, desaparecer¨¦. De hecho me pregunto si 800 columnas no son ya un abuso por mi parte y por la de la revista que me acoge. Me resulta inevitable pensar cu¨¢ntas sandeces habr¨¦ escrito, en cu¨¢ntas destemplanzas habr¨¦ incurrido. Lo cual no obstar¨¢ para que contin¨²e soltando unas e incurriendo en otras, mientras no me apee o me apeen. A veces se le calientan a uno los dedos sobre el teclado, es irremediable.
En 2003 todav¨ªa se emit¨ªa Los Soprano, esa cumbre. Fue la principal causante de la adicci¨®n a las series y de su hiperinflaci¨®n actual, con cientos de bodrios (salvo excepciones) que los ¡°seri¨®logos¡± elogian sesudamente con papanatismo. Las pel¨ªculas a¨²n no duraban dos horas y cuarto como m¨ªnimo, ni se copiaban entre s¨ª con desfachatez absoluta. La literatura no estaba invadida por detectives e inspectoras ¡°raros¡± (el que no padece Alzh¨¦imer padece Asperger, o es enano, o se le han muerto los hijos, y casi todos son bordes) ni por relatos m¨¢s o menos autobiogr¨¢ficos de sufrimiento y abuso: hoy no parece haber nadie con una vida y una infancia m¨¢s o menos aceptables. El que mejor lo ha pasado se queja de su extremada pobreza, pero, seg¨²n lee uno, descubre que se considera pobreza extrema haber tenido empleo, piso, coche y haber sacado adelante a una familia. Quienes m¨¢s presumen de pobres desconocen lo que es la verdadera pobreza. Y es que el mundo se ha llenado de v¨ªctimas. Casi todos se afanan por serlo para alimentar su resentimiento, y por que de paso se condene a quienes consideran sus verdugos indirectos. Me temo que ya lo dije hace 800 art¨ªculos: vengan m¨¢s delitos y agravios, y que no se libre nadie.
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