?Es realmente bueno el 'efecto Guggenheim' en Bilbao?
El artista Aitor Ortiz reflexiona en su exposici¨®n 'Link' sobre el patrimonio industrial perdido y la riqueza ganada
Una infancia asomado a una ventana con unas determinadas vistas puede marcar tanto como la relaci¨®n con los propios padres. Aitor Ortiz (Bilbao, 1971) creci¨® en el barrio de San Ignacio, en la ribera de la R¨ªa de Bilbao, justo frente al ¨¢rea industrial y portuaria de la pen¨ªnsula de Zorrozaurre. Y desde ni?o se acostumbr¨® a observar el paisaje severo y fabril de esas naves, la estampa de una ¨¦poca en la que la capital vizca¨ªna a¨²n basaba su riqueza en la industria pesada.
Con la crisis industrial lleg¨® la reconversi¨®n y la redefinici¨®n urbana, impulsadas por el consabido "efecto Guggenheim". En esa espiral, las f¨¢bricas de Zorrozaurre fueron derruidas para dejar paso a nuevos edificios residenciales y de oficinas. Pero all¨ª mantiene desde hace m¨¢s de 15 a?os su estudio Aitor Ortiz, hoy un fot¨®grafo conocido por sus exquisitos trabajos sobre arquitectura.
Ortiz acaba de inaugurar en la galer¨ªa Max Estrella de Madrid la exposici¨®n Link, donde condensa sus recuerdos de la infancia y realiza una llamada a recobrar la memoria sobre un pasado reciente que ning¨²n efecto Guggenheim deber¨ªa borrar.
Lo que era ser de Bilbao
En 1995 se aprobaba el Plan General de Ordenaci¨®n Urbana destinado a edificar el Bilbao del futuro sobre las ruinas de su pasado industrial, y a¨²n dos d¨¦cadas m¨¢s tarde se aprobaba el proyecto espec¨ªfico de urbanizaci¨®n de la pen¨ªnsula de Zorrozaurre. Ortiz parte en Link del cierre de las naves de la compa?¨ªa Cadenas Vicinay, la principal v¨ªctima de ese proceso de regeneraci¨®n urbana.
Esta f¨¢brica de cadenas de amarre para grandes buques llevaba all¨ª instalada desde mitad del siglo XX, y se hab¨ªa convertido en una especie de emblema y se?a de identidad para muchos bilba¨ªnos. Cuando supo que aquel referente iba a sucumbir ante la piqueta, Aitor tom¨® una decisi¨®n: "Tuve que documentar ese proceso. Porque aquella industria tuvo una enorme importancia para su entorno, para la configuraci¨®n del territorio y de la propia gente: los hizo lo que son".
As¨ª que tom¨® su c¨¢mara y fotografi¨® el interior de las naves, con la impresionante imagen de las cadenas gigantescas navales dominando el espacio. Pero pronto se dio cuenta de que para leer la aut¨¦ntica historia de aquel lugar, y del propio Bilbao industrial que estaba a punto de ser borrado del mapa para siempre, hab¨ªa que dirigir la mirada m¨¢s abajo. Hacia el suelo.
Seis d¨¦cadas grabadas en el suelo
"Me di cuenta de que en realidad lo que quer¨ªa fotografiar ya estaba fotografiado, porque en aquellos suelos de acero hab¨ªan quedado impresas las huellas de 60 a?os de actividad industrial. Los suelos de las naves eran la aut¨¦ntica foto, la s¨ªntesis de ese proceso de desindustrializaci¨®n", explica. "De hecho, cuando me puse a fotografiar los suelos pens¨¦ que estaba haciendo la foto de la foto, y que con ello se produc¨ªa un distanciamiento, como cuando obtenemos una imagen cenital v¨ªa sat¨¦lite de un paisaje". Decidido: hab¨ªa que extraer aquel solado de su lugar original, porque en ¨¦l estaba la foto que buscaba.
De modo que emprendi¨® un complicado proceso t¨¦cnico para dividir en fragmentos el suelo continuo de metal, durante el cual se produjeron varios imprevistos que determinaron el resultado. Las planchas se arquearon espont¨¢neamente creando orograf¨ªas irregulares sobre su superficie, y cuando las meti¨® en un horno para tratar de aplanarlas de nuevo se oxidaron, por lo que hubo que aplicarles una p¨¢tina artificial.
Las piezas, tal y como finalmente pueden verse en la galer¨ªa, hacen pensar en unos colosales monolitos en cuya superficie se combinan las muescas y agujeros producidos a lo largo de d¨¦cadas con esas escarpaduras m¨¢s recientes.
Entre el Mediterr¨¢neo y el Guggenheim
Por su imponente energ¨ªa estas piezas evocan las esculturas de metal de Richard Serra. Aunque no fuera esa la intenci¨®n de Ortiz, reconoce que puede haber cierta vinculaci¨®n con el escultor de San Francisco: "Los que hemos?vivido en una cultura industrial desarrollamos una sensibilidad especial hacia materiales como el acero, o hacia determinadas gamas crom¨¢ticas que no tienen nada que ver por ejemplo con las del Mediterr¨¢neo".
Poco de esa herencia puede rastrearse en el Bilbao contempor¨¢neo, con su profusi¨®n de iconos arquitect¨®nicos y sus elegantes viviendas del Ensanche liberadas de la antigua capa de mugre negruzca. Sin olvidar su impoluta r¨ªa en la que se escenifican competiciones internacionales de salto (hace unos pocos a?os cualquier bilba¨ªno habr¨ªa encontrado m¨¢s saludable chapotear en la piscina de una central nuclear).
Hoy la industria ha perdido su predominio en un proceso de "terciarizaci¨®n" que concluye con casi ocho de cada 10 empleados vizca¨ªnos pertenecientes al sector servicios (seg¨²n el Informe de Mercado de Trabajo de 2019 emitido por el Servicio P¨²blico de Empleo Estatal).
Ortiz quiere dejar claro que no reniega del Guggenheim, un edificio que tambi¨¦n contribuy¨® a construir su sensibilidad est¨¦tica. De hecho, hace m¨¢s de dos d¨¦cadas ¨¦l mismo document¨® con una serie de fotograf¨ªas el proceso de construcci¨®n del museo, que adem¨¢s atesora obra suya en su colecci¨®n: "El Guggenheim aport¨® mucho, ya que lleg¨® en un momento complicado con tasas de paro muy elevadas en la ciudad. Lo que me parece muy torpe es que 25 a?os despu¨¦s se hable en tono peyorativo de lo industrial, y que la regeneraci¨®n suponga arrasar con todo ese pasado. Eso transmite un mensaje muy simplista. Porque el valor a?adido de Bilbao, su personalidad, est¨¢ justo en esa fuerza industrial".
La exposici¨®n sorprende precisamente por el modo en que capta y transmite esa fuerza empleando los m¨ªnimos elementos: las planchas de acero montadas sobre bastidores de metal, una serie de fotograf¨ªas en blanco y negro de los suelos, y una pieza musical del compositor Gorka Alda que evoca los sonidos del trabajo en la f¨¢brica. No hace falta nada m¨¢s para recobrar la memoria de toda una ¨¦poca que no deber¨ªa perderse. Porque, como concluye Aitor Ortiz, "es un patrimonio, y como tal hay que salvaguardarlo".
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