Nos ponemos m¨²sica porque estamos muy solos
Tenemos miedo al silencio, a que los dem¨¢s no sean receptivos. El fil¨®sofo Hartmut Rosa acude al concepto de resonancia para explicar uno de los males de la modernidad
Primero fue una sensaci¨®n bastante corporal, una experiencia concreta, situada. Todo empez¨® hace ocho a?os, en el pueblito de Grafenhausen, de donde vengo y donde vivo una parte del a?o. Desde mi casa veo las colinas y los valles que se extienden hasta los Alpes. En los atardeceres serenos, me encanta quedarme de pie y detenerme un momento ante la ventana abierta de mi habitaci¨®n, observando el mundo y contemplando mi relaci¨®n con ¨¦l. Me fui dando cuenta gradualmente de que la manera en la que me relacionaba con el mundo y el mundo se relacionaba a su vez conmigo era ligeramente diferente cada d¨ªa. Por supuesto, hab¨ªa una gran diferencia si el cielo era azul y despejado, los p¨¢jaros trinaban y una calidez fragante sub¨ªa hacia mi ventana o si, en cambio, el cielo era gris, hac¨ªa fr¨ªo y llov¨ªa. Pero no era s¨®lo el mundo exterior el que cambiaba, tambi¨¦n era la respuesta o la receptividad de mi propia mente y de mi cuerpo lo que se modificaba.
Empec¨¦ a considerar la diferencia entre sentirse bien y sentirse mal, por decirlo as¨ª. Cuando me sent¨ªa animado, parec¨ªa como si el mundo se abriera ante m¨ª; literalmente, ten¨ªa la impresi¨®n de que hab¨ªa una infinidad de cuerdas vibrantes, que cantaban y reverberaban incluso, yendo de un lado a otro, entre m¨ª mismo y el mundo, llam¨¢ndome, invit¨¢ndome hacia el mundo. Me di cuenta de que estas cuerdas consist¨ªan, en parte, en otras personas: ah¨ª afuera estaban mis amigos, esper¨¢ndome; mi familia, a mi lado; mis colegas, que contaban conmigo; mi grupo de m¨²sica, listos para tocar juntos; y un p¨²blico m¨¢s amplio de personas interesadas en leer lo que les quer¨ªa decir.
Pero tambi¨¦n estaban las cosas por hacer que me llamaban, las tareas, los retos y las aventuras: la m¨²sica, el deporte, el trabajo, incluso la pol¨ªtica. Me sent¨ªa como si hubiera alg¨²n tipo de ¡°interpenetraci¨®n¡±, de ¡°energ¨ªa libidinosa¡±, como lo hubiera llamado Marcuse, entre el mundo y yo. Cuando estaba de mal humor esas cuerdas perd¨ªan su capacidad de resonar. Se volv¨ªan sordas y silentes. Ya no parec¨ªa que el mundo exterior cantase, m¨¢s bien me clavaba la mirada de un modo casi hostil o se volv¨ªa indiferente por completo. Ten¨ªa, en verdad, la fuerte impresi¨®n de que las superficies del mundo se volv¨ªan duras, fr¨ªas, me rechazaban. ?Por qu¨¦ el mundo cantaba y resonaba un d¨ªa, y me miraba con frialdad y en silencio a la tarde siguiente? No parec¨ªa que fueran las grandes cosas de la vida lo que causaba esa diferencia. A veces, yo ten¨ªa ¡°objetivamente¡± las razones de peso para sentirme satisfecho o feliz (¨¦xito, dinero, salud, de todo), pero el mundo segu¨ªa siendo, a pesar de ello, sordo; y en cambio en otros momentos padec¨ªa una retah¨ªla de fracasos y aun as¨ª los ejes de resonancia vibraban. A menudo eran las peque?as muestras de reconocimiento o falso reconocimiento lo que marcaba la diferencia: un amigo casi olvidado que llamaba, un desconocido que me sonre¨ªa, un miembro de mi familia que demostraba su amor o su confianza. Y todav¨ªa lo sent¨ªa de un modo m¨¢s intenso si ven¨ªa del lado negativo: si no recib¨ªa la llamada que estaba esperando (por muy insignificante que fuera en cuanto a su importancia), si mi vecino no devolv¨ªa mi saludo o apenas lo hac¨ªa, si una conversaci¨®n en familia se torc¨ªa¡
Nos taponamos los o¨ªdos con m¨²sica para alejar al mundo ¡°real¡± de nuestras ciudades. Hace mucho que perdimos la esperanza de obtener de ellas resonancia alguna
Mi sensaci¨®n no proven¨ªa de los resultados en s¨ª, sino de la falta de calidez y comprensi¨®n: ¨¦sas eran las cosas que me hund¨ªan o que me apagaban o que apagaban el mundo. Y entonces me di cuenta de que, para m¨ª al menos, la m¨²sica ten¨ªa un papel muy importante. Cuando los ejes de la resonancia estaban abiertos, sent¨ªa brotar una melod¨ªa o una canci¨®n, literalmente, en los labios o en el coraz¨®n, y cuando pon¨ªa m¨²sica en mi habitaci¨®n, era como si la m¨²sica de los altavoces, la m¨²sica en mi interior y el mundo exterior formaran una alianza secreta, estuvieran conectados. Mientras que en los d¨ªas malos era capaz de apreciar que la m¨²sica que sal¨ªa de los altavoces era magn¨ªfica pero no me conmov¨ªa y, desde luego, no sent¨ªa que tuviera nada que ver con el mundo exterior. Esta ¨²ltima observaci¨®n fue lo que me hizo dudar de seguir a pies juntillas a mi profesor acad¨¦mico, Axel Honneth, quien piensa que el deseo de reconocimiento social y el miedo a ser falsamente reconocido es el mecanismo interno, ese motor impulsor que nos hace seguir adelante. No queremos simplemente que nos quieran, que nos respeten, que nos admiren o nos aprecien; tambi¨¦n queremos que nos conmuevan y conmover, buscamos conectar. En pocas palabras: necesitamos resonancia, una relaci¨®n receptiva con las otras personas, pero tambi¨¦n con la naturaleza, con nuestro trabajo y, como dir¨ªa Charles Taylor, mi otro puntal filos¨®fico, con un cosmos que tenga sentido o, quiz¨¢s, que sea afirmativo. Llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que en este punto nos hall¨¢bamos no s¨®lo ante el coraz¨®n de la tradici¨®n rom¨¢ntica europea ¡ªese anhelo profundo de experimentar el mundo como un mundo hechizado y ¡°que canta¡±¡ª sino tambi¨¦n ante el m¨¢s grande, el m¨¢s profundo de los miedos de la modernidad: que el mundo, sin importar ya cu¨¢n capaces seamos de instrumentalizar la naturaleza, se vuelva ¡°ajeno¡±, silencioso, no-receptivo, indiferente hacia nosotros. ?se es el miedo que encontramos detr¨¢s del concepto de alienaci¨®n de Marx, detr¨¢s de la noci¨®n de desencantamiento de Weber, de la preocupaci¨®n de Luk¨¢cs por la reificaci¨®n, o de la experiencia de lo absurdo de Camus¡ ?sa es la raz¨®n por la cual solemos poner m¨²sica en todas partes, tambi¨¦n en los supermercados y en los ascensores. Nos taponamos los o¨ªdos con m¨²sica para alejar al mundo ¡°real¡± de nuestras ciudades (en el autob¨²s o en el metro, por ejemplo), porque hace mucho tiempo que perdimos la esperanza de obtener de ellas resonancia alguna. Por lo tanto, esta forma de musicalizaci¨®n puede leerse como una se?al de p¨¢nico desde el mundo silencioso. Y no cabe duda de que la velocidad de la vida, la aceleraci¨®n implacable de todas las formas de interacci¨®n con el mundo, no nos ayuda a ganar o a abrir de nuevo nuestros ejes de resonancia. Puesto que establecer o mantener relaciones receptivas, resonantes ¡ªno s¨®lo con las personas, tambi¨¦n con las cosas, con los lugares y espacios y con el trabajo¡ª requiere mucho tiempo. Por lo tanto, la tarea que tengo por delante es la de escribir una exhaustiva sociolog¨ªa de la resonancia que especifique las condiciones sociales bajo las cuales el mundo se vuelve receptivo o indiferente hacia nosotros, los seres humanos.
Hartmut Rosa es fil¨®sofo y soci¨®logo. Es catedr¨¢tico de la Universidad Friedrich-Schiller de Jena y director del Max Weber Center en Alemania.?Este texto es un extracto del nuevo libro, 'Remedio de la Aceleraci¨®n', de Ned ediciones, que se publica hoy.?
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