Donde reside la patria
La herramienta m¨¢s poderosa para crear ese ¡®estar bien en com¨²n¡¯ que fomenta la cohesi¨®n, la solidaridad y la lealtad es, sigue siendo, el modelo europeo de Estado social de derecho
A lo largo de las semanas que quedan hasta el 10 de noviembre, m¨¢s que probablemente, volver¨¢ a agitarse la referencia a la patria como argumento electoral. Incluso si, en lugar de cobijarse en la bandera, los apellidos o el estilo de vida, se escogen m¨¢s modernos y propositivos envoltorios, como el presuntamente constitucional o el supuestamente republicano. Pero a duras penas ocultar¨¢n su verdadera funci¨®n partidista, electoralista, la de poder dejar fuera al otro, como ahora proponen PP y Cs cuando expulsan al PSOE del constitucionalismo, o como sostienen quienes, desde Junts per Catalunya, niegan la condici¨®n de catalanes a quienes no profesan su catecismo secesionista. Es el fundamentalismo excluyente de todos los partidos que predican la verdadera forma de ser patriotas, de Finlandia a Holanda, pasando por Dinamarca, el Reino Unido, Francia, Italia o Espa?a.
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Lo cierto es que la capacidad de la democracia liberal para crear v¨ªnculos de lealtad y cohesi¨®n, pese al bienintencionado intento del patriotismo constitucional ideado por Sternberger y divulgado por Habermas, est¨¢ considerablemente limitada precisamente por la dosis de abstracci¨®n exigida ¡ªun ¡°patriotismo fr¨ªo¡±¡ª para superar el modelo cerrado y monista de las comunidades, ya se?alado por T?nnies en su c¨¦lebre dicotom¨ªa entre comunidad y sociedad. El ritornello del calor de las identidades primarias que entonan tantos nacionalpopulismos apuesta precisamente por el atractivo de la pertenencia a la familia, al hogar ¡ªHeimat¡ª, que ofrecen reconocimiento, arraigo, sentido de pertenencia. Se presentan as¨ª como ant¨ªdotos frente a la progresiva extensi¨®n del abandono, la marginaci¨®n, el menosprecio, la humillaci¨®n, la exclusi¨®n, que golpean ya al coraz¨®n social imprescindible para la estabilidad de esas democracias, la anta?o denominada clase media, hoy contagiada del precariado del que cre¨ªa haber escapado para siempre gracias a los ascensores del pacto en que consist¨ªa el Estado social.
Todo esto es bien sabido. Como lo es la ¨¦pica que vuelve a la exaltaci¨®n victimista (o agresiva) del horaciano dulce et decorum est pro patria mori, el atractivo del que se sacrifica por la patria hasta la muerte. La cuesti¨®n es si hay realmente alguna esperanza de que la apelaci¨®n a la patria no acabe en la deriva criminal cuyos mecanismos sociales explica Aramburu en su exitosa novela. Porque el riesgo m¨¢s grave de esa concepci¨®n fundamentalista de la patria no reside tanto en la insania de los patriotas perpetradores como en la enfermedad moral que contagia a los m¨¢s, la ¡°globalizaci¨®n de la indiferencia¡± que ha criticado Francisco, en l¨ªnea con la advertencia de Martin Luther King (¡°lo preocupante no es la perversidad de los malos, sino la indiferencia de los buenos¡±). As¨ª lo ha recordado en una reciente entrevista G¨¦raldine Schwarz, la autora de Los amn¨¦sicos, al insistir en la grave responsabilidad de los Mitl?ufer, quienes ¡°por ofuscaci¨®n, por indiferencia, por apat¨ªa, por conformismo o por oportunismo se convierten en c¨®mplices de pr¨¢cticas e ideas criminales¡±.
Los nacionalpopulismos se presentan como ant¨ªdotos frente al abandono, la marginaci¨®n, la exclusi¨®n
Cicer¨®n, en sus Tusculanae, se hac¨ªa eco del viejo verso de Pacuvio en el que tantos encontramos la mejor definici¨®n de la patria: ubi bene, ibi patria:la patria est¨¢ ah¨ª donde me encuentro bien, donde vivo bien. Ese vivir bien, adem¨¢s, no ha de entenderse s¨®lo ni prioritariamente en el sentido material de bienestar, esto es, la buena vida, el lugar donde las necesidades b¨¢sicas est¨¢n satisfechas, lo que expresar¨ªa la par¨¢frasis atribuida a St. John de Cr¨¨vecoeur, ubi panis, ibi patria, sino en la m¨¢s genuina acepci¨®n de bien, que significa la vida buena. Pero la vida buena no es la del individualismo posesivo, la de quien puede permitirse vivir espl¨¦ndidamente aislado, que subvierte la noci¨®n de derechos universales, convertidos, como se?alara Marx, en privilegios s¨®lo al alcance de unos pocos. No es posible vivir bien, en esta acepci¨®n de la vida buena, si es a costa de los otros, de los m¨¢s, de la desigualdad. Semejante concepci¨®n de patria es inaceptable, aunque la propaganda y la manipulaci¨®n consigan que una mayor¨ªa caiga en el espejismo de un que s¨®lo es superior realmente para unos pocos de ese nosotros.
Dicho con m¨¢s claridad y como insistieron los cl¨¢sicos, donde se vive bien es en com¨²n, si ese bien es en verdad com¨²n: esto exige que se hayan reducido la dominaci¨®n, la desigualdad, la humillaci¨®n, la violencia. As¨ª lo propuso P¨¦guy, cuyo lema era ¡°por una sociedad sin exilio¡±, una sociedad que no excluya y de la que nadie se vea obligado a salir para poder tener una vida digna. Es el modelo de sociedad decente teorizado por Margalit y que exige, a mi juicio, poner las bases para el desarrollo de un pluralismo incluyente de todos los otros: los, las que ya estaban, aunque fueran invisibilizados, y esos otros que llegan de fuera y se asientan estable y legalmente entre nosotros. Pero, adem¨¢s, en un mundo interdependiente no cabe hablar de sociedades decentes si eso supone la recreaci¨®n nost¨¢lgica de sociedades espl¨¦ndidamente aisladas, que viven en no poca medida no s¨®lo de espaldas al sufrimiento y explotaci¨®n de los otros, sino a costa de ese sufrimiento, del menosprecio de los otros, tal y como mostr¨® Conrad en su terrible par¨¢bola El coraz¨®n de las tinieblas y como ha explicado Honneth al hablar de las sociedades del menosprecio.
?Debe ser actualizado el modelo europeo de Estado social de derecho? S¨ª, con el Contrato Social Verde
Creo que la herramienta m¨¢s poderosa para crear ese estar bien en com¨²n que fomenta la cohesi¨®n, la solidaridad y la lealtad y, por ello, da sentido a la patria, es, sigue siendo, el modelo europeo de Estado social de derecho. No es suficiente, claro, para la exigencia de extensi¨®n y desarrollo de la democracia inclusiva y plural. Pero es condici¨®n imprescindible. Porque del imperio del Estado de derecho dependen las garant¨ªas de los derechos humanos y fundamentales en condiciones de igualdad ante la ley. Porque sin ¨¦l no es posible el control efectivo del poder, de todas las clases de poder. Y porque el Estado social, al garantizar los derechos sociales, es condici¨®n de una democracia equitativa.
?Debe ser actualizado este modelo, a la vista de desaf¨ªos como la emergencia clim¨¢tica, la necesidad de erradicar la violencia de g¨¦nero y la subordiscriminaci¨®n de las mujeres, la regulaci¨®n de las manifestaciones de la movilidad humana forzada, los desaf¨ªos de las nuevas tecnolog¨ªas en el mercado de trabajo? La respuesta es s¨ª: creo que a eso se orienta el denominado Contrato Social Verde. Si pasamos del plano nacional al europeo, la clave, a mi juicio, es si la UE ser¨¢ capaz de asumir un papel de mediador activo para que la Agenda 2030 sea accesible no s¨®lo a un grupo de pa¨ªses privilegiados, sino a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n mundial. Eso exigir¨ªa un decidido programa de inversiones en codesarrollo, en la promoci¨®n del desarrollo de la democracia, las libertades y la seguridad humana. Evidentemente, s¨ª: hay trabajo por delante. Y urgencia en acometerlo. Otra cuesti¨®n es si la Comisi¨®n Van der Leyen est¨¢ preparada para acometer esos retos.
Javier de Lucas es senador y catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y Filosof¨ªa Pol¨ªtica en la Universitat de Valencia.
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