Lo que no sabemos
Solo ahora empezamos a saber mirar lo que los ojos no ven, lo que nos pone en nuestro sitio de bacterias ¨ªnfimas.
HAY OTROS MUNDOS, pero qui¨¦n sabe d¨®nde est¨¢n. M¨¢s lejos, claro: siempre m¨¢s. Esta ma?ana, en la ¨ªnfima porci¨®n de lo que vemos, hay volcanes, barrancos, un brillo, cuervos feos; hay un cielo tan quieto como si no estuviera y m¨¢s all¨¢ hay un mar, el mundo; aqu¨ª, un observatorio. El Roque de los Muchachos, en la isla canaria de La Palma, son telescopios de todos los estilos, tama?os y colores que forman uno de los conjuntos astron¨®micos m¨¢s importantes del planeta y forman, sobre todo, una manera de mirar, de mirarse: una evidencia.
Son m¨¢quinas complej¨ªsimas, una suma de destrezas contempor¨¢neas: f¨ªsica, qu¨ªmica, ingenier¨ªa, computaci¨®n, inteligencias varias, la audacia sobre todo. Son m¨¢quinas para tratar de saber algo de eso de lo que no sabemos casi nada, manejadas por hombres que lo intentan para nada preciso: quieren saber sin saber para qu¨¦ puede servir ese saber, para saber hacerse m¨¢s preguntas.
Pero lo despiadado no es que haya personas que se dedican a estudiar lo m¨¢s dif¨ªcil; lo brutal es que tantos lo ignoremos tanto. Que vivamos a?os sin pensar, por ejemplo, que la V¨ªa L¨¢ctea, la galaxia que nos esconde, tiene entre 100.000 y 400.000 millones ¡ªestrella m¨¢s, estrella menos¡ª de soles como el nuestro; que el universo tiene unos dos millones de millones de galaxias, que no somos nada: tan completa, tan absolutamente nada.
Que vivamos sin pensar que, hasta hace poco, solo pod¨ªamos conocer lo que ve¨ªamos con los ojos o los ojos a trav¨¦s de un cristal, o sea, lo visible para un cerebro humano, una fracci¨®n tan m¨ªnima, y suponer que eso era todo, que el mundo era eso que ve¨ªamos. Y que hay unos pocos se?ores y se?oras que intentan saber m¨¢s, entender por ejemplo de qu¨¦ est¨¢ hecho el universo a partir del espectro de un rayo de luz, digamos, y se han inventado sistemas muy complejos, muy astutos, para sacar informaci¨®n de una part¨ªcula gamma, una onda de radio, un infrarrojo. Y que solo ahora empezamos a saber mirar lo que los ojos no ven, y que es enorme y que nos pone, cada vez m¨¢s, en nuestro sitio de bacterias ¨ªnfimas, y que el peligro es seguir creyendo que el mundo es eso que ahora vemos.
Y entonces esta ma?ana, bajo el sol, entre cuervos, sobre nubes, la extra?eza de pensar en todo lo que cualquiera ignora. Y m¨¢s a¨²n: pensar en que hay tantas cosas en las que nunca pensamos, tantos saberes decisivos que esquivamos. (El periodismo te hace creer que te enteras de mucho; es un porcentaje ¨ªnfimo de las cosas que realmente importan. El periodismo en general elige cu¨¢les son las cosas que le importan y trata de convencerte de que esas son las que deber¨ªan importarte. El periodismo, en general, elude hablar de tantas cosas).
Hasta que un d¨ªa te llevan de paseo a una torre de locos ambiciosos y te caes en la cuenta. Por una vez y sin que sirva de precedente, los ingleses lo dicen mejor: el verbo to humble no tiene un equivalente castellano. Hay per¨ªfrasis ¡ªponerte en tu lugar, bajarte los humos¡ª, pero no una palabra.
Y sin embargo aqu¨ª, esta ma?ana, tan cerca de otra cosa, lo ves y te atraviesa. Es brutal aprender que ignoras tanto; descubrir que ignoras cu¨¢nto ignoras es tan humbling que podr¨ªa, incluso, resultar humillante. Es raro estar en tu lugar.
Entonces un sabio intenta consolarte: frente a todo lo que no sabemos, te dice, la diferencia entre el sabio y el ignorante es despreciable. Y que eso, te dice, es lo que hemos aprendido: a no saber, y que no es poco. Y no sabes, claro, qu¨¦ decirle. Intentas, por una vez, callarte; no es tan f¨¢cil.
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