Hobbes no conoc¨ªa a los lobos
La pol¨ªtica no deber¨ªa ser la defensa de los intereses personales, sino el cuidado del h¨¢bitat
La dial¨¦ctica era, en la Grecia cl¨¢sica, el m¨¦todo con el que se pretend¨ªa llegar mediante la palabra (dia-logos) a conclusiones l¨®gicas y convincentes. Con el tiempo, sin embargo, la dial¨¦ctica se volvi¨® mercenaria. Su fin ya no fue llegar a conclusiones ¡°universales¡± ¡ªy entendamos el t¨¦rmino no en el orden de las verdades, sino en el de la necesidad¡ª, sino lograr una victoria. Con ello, no s¨®lo suplantaba a la ret¨®rica, sino que dejaba atr¨¢s el campo de la discusi¨®n ¡ªuna modalidad tard¨ªa, moderna, del di¨¢logo¡ª para convertirse en debate.
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La palabra ¡°discusi¨®n¡± proviene del verbo discutere, que significa sacudir algo y separarlo en distintos fragmentos para poder examinarlo. As¨ª es como entend¨ªa Leibniz el an¨¢lisis racional: separar algo en sus distintas partes para as¨ª comprenderlo y luego volver a unir las piezas. La raz¨®n parece que sea incapaz de ver las cosas en su conjunto sin antes haberlas diseccionado, y a falta de aquella otra manera de comprender que hemos olvidado, esta no parec¨ªa del todo mala. La palabra ¡°debate¡±, en cambio, proviene del verbo battuere, que significa golpear, por lo que un debate es un combate. Nada que ver, por tanto, con la racionalidad.
Y si cuando el di¨¢logo se transforma en discusi¨®n, y el objeto en cuesti¨®n ¡ªen este caso, el cuerpo social¡ª se pone sobre la mesa, lo que tenemos es un cad¨¢ver del que se nos entrega el resultado de la autopsia, cuando la discusi¨®n se convierte en debate, lo que tenemos es la jaur¨ªa disput¨¢ndose los miembros del cad¨¢ver. Ni lo uno ni lo otro resulta evidentemente ¨²til para la vida del organismo m¨²ltiple y plural de las sociedades actuales.
No est¨¢ de m¨¢s recordar que la guerra de todos contra todos, de la que los debates pol¨ªticos (lo de pol¨ªtico aqu¨ª es un eufemismo) son la fiel representaci¨®n, es el legado que nos dejaron los pueblos patriarcales que invadieron la vieja Europa hace varios milenios. La rapi?a, la colonizaci¨®n, el imperialismo, la esclavitud, la expoliaci¨®n, son las formas del ansia que caracteriza a las sociedades guerreras. La econom¨ªa de producci¨®n (y el valor que le otorga a la ganancia) no es sino la versi¨®n moderna de la cultura del ansia y su legitimaci¨®n.
Vivimos en una cultura que premia el gusto y las opiniones personales. Una estrategia eficaz para el mercado, pero nefasta para la pol¨ªtica
La guerra de todos contra todos no tiene por qu¨¦ seguir siendo la norma. La incapacidad para el di¨¢logo y el pacto es un claro s¨ªntoma de la decadencia de la ideolog¨ªa de producci¨®n. Se?al de que este sistema est¨¢ tocando fondo. Necesitamos un cambio de paradigma. No ser¨¢ f¨¢cil, sin duda, habida cuenta de que, lamentablemente, no somos lobos. Est¨¢ claro que Hobbes conoc¨ªa mal a los lobos. De conocerlos habr¨ªa sabido que, a diferencia de la nuestra, su especie nunca act¨²a rompiendo el equilibrio del ecosistema al que pertenecen. El hambre es natural, pero el ansia no, el ansia es mental, como el odio o las ideas que formulamos como gustos y opiniones. Y lo mental tiene tendencia a extralimitarse.
Vivimos en una cultura que premia el gusto y las opiniones personales. Una estrategia eficaz para el mercado, pero nefasta para la pol¨ªtica. Pues esta no es, o no deber¨ªa ser, la defensa de los intereses personales, sino el cuidado del h¨¢bitat. Y no porque los intereses personales de una mayor¨ªa coincidan ser¨¢n por ello menos privados de sentido com¨²n: comunitario. ?Seremos alguna vez capaces de ver este mundo como una totalidad org¨¢nica pluridimensional y actuar en consecuencia?
Cuando el recuento de votos equivale al recuento de gustos y opiniones m¨¢s ganan lo que m¨¢s agrada y los que menos piensan. La pol¨ªtica, entonces, se convierte en pantomima, lo que deber¨ªa ser di¨¢logo en simple pugilato, y el sistema electoral en un juego de apuestas que ni siquiera contribuye, como la loter¨ªa nacional, a revitalizar las arcas p¨²blicas, sino que las reduce considerablemente. Y mientras nos entretenemos con la farsa, el planeta se va a la deriva, las selvas arden, los hielos se derriten y todo lo importante para la vida se nos pierde.
Y no nos enga?emos, dar¨ªa lo mismo que en vez de cinco varones fuesen cinco mujeres las que ocupasen esta vez el estrado: mientras los valores y el sistema sigan siendo los que son, el resultado ser¨¢ el mismo. Necesitamos con urgencia una transformaci¨®n estructural que d¨¦ paso a una sociedad org¨¢nica no patriarcal y haga viable una nueva econom¨ªa de subsistencia global basada no en el inter¨¦s ni en la competencia, sino en el cuidado y el respeto a todo lo que vive. El cuerpo social est¨¢ adoptando nuevas formas, formas h¨ªbridas, complejas, a las que no se adaptan los antiguos presupuestos, los antiguos valores, las antiguas jerarqu¨ªas y sus modos de gobernar. Sobran intereses, sin duda, pero no faltan ideas. Y por muy debilitados que estemos por los seriales de los noticiarios y el atractivo de las apuestas, tal vez encontremos la manera, entre todo este ruido, de volver a hallar, muy dentro de nosotros, esa antigua resistencia que de ni?os nos hac¨ªa sentir libres y capaces de redise?ar el mundo.
Chantal Maillard es escritora.
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