Cazadores
Por desgracia, y aunque estamos inmersos en la sexta extinci¨®n masiva de especies animales, las cacer¨ªas de seres en peligro no hacen sino aumentar.
HAY CAZADORES que dicen amar a los animales. A m¨ª se me hace muy dif¨ªcil comprenderlo, pero estoy segura de que es verdad, porque mi padre era torero y, aunque a muchos les resulte alucinante, lo cierto es que adoraba a todos los bichos. ?l me ense?¨® a quererlos: si hoy soy animalista es gracias a ¨¦l. As¨ª de contradictorios y de parad¨®jicos somos los humanos.
De manera que s¨ª, vale, de acuerdo, hay cazadores decentes. Pero tambi¨¦n estoy segura de que muchos de ellos, much¨ªsimos, son unos monstruos y unos energ¨²menos. Son todos esos malnacidos que maltratan a sus perros, que los sacrifican cruelmente cuando ya no les sirven, que los mantienen encerrados y muertos de hambre en galpones, que los transportan metidos en peque?os cajones met¨¢licos en donde se achicharran bajo el sol y apenas pueden moverse. Por no hablar del placer, para m¨ª incomprensible, de descerrajarle un tiro a un bello corzo, por ejemplo. Y a menudo un mal tiro, en la tripa, en una pata, que hace que el animal quede malherido y sufra una larga, cruel agon¨ªa. Por todos los santos, es un asco.
Y a¨²n hay cazadores peores. A uno de los peores, Marcial G¨®mez Sequeira, franquista, defraudador convicto de Hacienda y antiguo capitoste de Sanitas, lo hemos sacado en EL PA?S a todo trapo en un reportaje del que, como dijo Carlos Y¨¢rnoz, defensor del lector, en un magn¨ªfico art¨ªculo, muchos podr¨ªan pensar que no estaba lo suficientemente contextualizado. Vamos, que casi parec¨ªa una loa del tipo. El sujeto se vanagloriaba de haber abatido piezas de 420 especies (entre ellas varias protegidas, como un rinoceronte blanco o un oso polar) y soltaba perlas de este tenor: ¡°Intent¨¦ calcular el tiempo que llevo cazando. Me sal¨ªa que he estado pegando tiros, las 24 horas del d¨ªa, durante 11 a?os y 3 meses de mi vida. Sin parar pegando tiros¡±. Angelito.
Como es sabido, el matarife en cuesti¨®n quer¨ªa crear un museo de caza en Extremadura con los miles de cad¨¢veres de animales que ha ido atesorando, pero, por fortuna, el esc¨¢ndalo tras conocerse la noticia ha impedido que siguiera adelante este disparate. Sin embargo, se trata de una victoria p¨ªrrica y local, porque, por desgracia, y aunque estamos inmersos en la sexta extinci¨®n masiva de especies de animales (la ¨²nica originada por el ser humano), este tipo de cacer¨ªas crueles de seres en peligro no hacen sino aumentar. O eso he le¨ªdo en un espeluznante reportaje en La Vanguardia. Seg¨²n Eduardo Gon?alves, fundador de la campa?a Ban Trophy Hunting (Prohibir la Caza de Trofeos), se trata de un negocio en auge: ¡°Antes s¨®lo eran nobles terratenientes y coroneles del Ej¨¦rcito quienes iban a cazar safaris¡±, explic¨® al diario Mirror: ¡°Hoy en d¨ªa son ingenieros, gerentes de empresas de servicios y pensionistas quienes matan animales por diversi¨®n¡±. Esto es: hay cierta clase media a la que el modelo ricach¨®n-s¨¢dico-arrodillado-sonriente-junto-a-oso-muerto le parece de perlas y aspiracional. Y las empresas se han puesto las pilas para vender ese falso lujo sanguinario con rebajas, descuentos de ¨²ltima hora por cancelaci¨®n y otras gangas atroces, como la de los sudafricanos Mkulu African Hunting Safaris, que, adem¨¢s de ofrecer leones machos por un precio de risa, regalan tambi¨¦n la muerte de una leona. Un dos por uno, como los yogures.
Este exhibicionismo de trofeos tiene que ver con el poder, o sea, con el abuso de poder y la carencia de escr¨²pulos. Hace a?os visit¨¦ en Bad Ischl, Austria, el pabell¨®n de verano del emperador Francisco Jos¨¦, el de Sissi. Era un palacete tapizado de cuernos de animales: varios miles de cabezas de corzos y ciervos que el emperador aniquil¨® a lo largo de medio siglo. Era una celebraci¨®n obscena de la muerte, una brutal exhibici¨®n de prepotencia. Francisco Jos¨¦, que ten¨ªa veleidades absolutistas (disolvi¨® el Parlamento y gobern¨® durante nueve a?os como un tirano), deb¨ªa de sentirse muy orgulloso de su capacidad de masacrar. Era un lugar, en fin, que te pon¨ªa enferma y que evidenciaba una escala de valores contraria a todo en lo que yo creo. Pues bien, experimento un horror semejante ante esos carniceros de safaris. Quiero creer, apostando por la esperanza, que los cazadores buenos opinan lo mismo.
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