Toque de queda, toque de queda, toque de queda
Hay que retroceder hasta la mism¨ªsima dictadura y a su Constituci¨®n pol¨ªtica que a¨²n nos gobierna para acordarnos que en esa transici¨®n pactada a la democracia estuvo todo. O casi todo
No sab¨ªamos lo que era el toque de queda. Era 1973 y nuestras mentes de tres y cinco a?os no comprend¨ªan el significado de esas tres palabras juntas. Sab¨ªamos, supongo, que no era algo bueno. Sab¨ªamos, supongo, que era una especie de castigo. Y quiz¨¢s por qu¨¦ vaga asociaci¨®n mi hermana y yo ve¨ªamos a las hormigas como a las v¨ªctimas de ese castigo. La escena del recuerdo es esta: estamos en la cocina, una fila de hormigas sube por el muro y mi hermana las va aplastando una a una con su dedo ¨ªndice mientras murmura ¡°toque de queda, toque de queda, toque de queda¡±. El dedo le va quedando negro, afuera ya est¨¢ el pudridero.
Cont¨¦ ese recuerdo a?os despu¨¦s, varias veces, cuando tuve conciencia de lo que hab¨ªa detr¨¢s del inquietante juego infantil. Lo cont¨¦ y lo escrib¨ª, incluso. Lo escrib¨ª como quien repasa una an¨¦cdota tr¨¢gica de la que ya est¨¢ a salvo, como si creyera en la linealidad y la progresi¨®n de la historia. Pero ya vemos, a golpe de evidencias, que la historia es porfiada y vuelve como un hurac¨¢n para sacudirnos y recordarnos la fragilidad de lo que cre¨ªamos m¨¢s o menos firme. Nunca pens¨¦ que cuarenta y seis a?os despu¨¦s de la escena de las hormigas estar¨ªa escribiendo ¡°golpe de Estado¡± para referirme al presente de Chile. Pero ese es el escenario hoy, 23 de octubre de 2019.
Si esto que escribo ahora mismo, con la urgencia del presente, fuera una historia lineal, una historia redondita, con principio, cl¨ªmax y desenlace, deber¨ªa partir con Juan Andr¨¦s Fontaine, el ministro de Econom¨ªa del presidente Sebasti¨¢n Pi?era, quien a comienzos de octubre anunci¨® el incremento en las tarifas del Metro y llam¨® a la poblaci¨®n a levantarse m¨¢s temprano para aprovechar una tarifa m¨¢s baja. La historia lineal seguir¨ªa con la ola de cr¨ªticas a sus palabras y har¨ªa foco puntualmente en la indignaci¨®n de los estudiantes de ense?anza media. El cl¨ªmax llegar¨ªa con la imagen de cientos de escolares saltando barreras, echando abajo rejas, rompiendo torniquetes al ritmo de la nueva consigna: ¡°Evadir, no pagar, otra forma de luchar¡±. Y con una multitud de j¨®venes, adultos y ancianos apoy¨¢ndolos, porque en un pa¨ªs donde las familias de menores ingresos gastan cerca del treinta por ciento de sus sueldos en transporte y donde el salario m¨ªnimo es de 301.000 pesos (equivalente a 373 euros), el anuncio de alza fue una bofetada en la cara. Entonces si esta fuera una historia redondita, con principio, cl¨ªmax y desenlace, deber¨ªa terminar con el Gobierno reestudiando la medida y echando pie atr¨¢s. O buscando una forma, un sustituto, cualquier salida pol¨ªtica para aplacar el descontento.
Pero ya vemos que en esta historia real el cl¨ªmax no hace sino superarse y superarse y parece nunca acabar desde el minuto en que el viernes 18 de octubre las autoridades decidieron cerrar las estaciones de Metro y custodiarlas con polic¨ªas para evitar las evasiones. Y dejaron as¨ª a los ciudadanos que dependen del transporte p¨²blico sin medios para regresar a sus hogares. Horas y horas de caminata, una ciudad despu¨¦s de una cat¨¢strofe: eso parec¨ªa Santiago aquel eterno atardecer de viernes. Pero el cl¨ªmax todav¨ªa no llegaba. Porque luego vendr¨ªan el masivo cacerolazo ciudadano, las protestas, los disturbios en las zonas perif¨¦ricas, las calles repletas de manifestantes y, como si viviera en otro pa¨ªs o habitara en una dimensi¨®n paralela, el presidente de la Rep¨²blica cenando pizza con su familia en un restaurante del barrio alto de Santiago. Alguien captur¨® la escena y subi¨® la fotograf¨ªa a redes sociales. Las cacerolas retumbaron con fuerza, el malestar se multiplic¨®. Y entonces vino la reacci¨®n de Pi?era: desplazarse al Palacio de Gobierno y, pasada la medianoche, decretar Estado de Emergencia. Como si esto fuera una cat¨¢strofe natural y no un sismo pol¨ªtico.
A esas alturas la demanda ya no era por los treinta pesos de alza en el Metro, sino por los treinta a?os de implementaci¨®n de un modelo neoliberal extremo, cuyo germen estuvo en la dictadura, precisamente. Un pa¨ªs con una desigualdad social abismante, con los derechos sociales mercantilizados y un sinf¨ªn de pr¨¢cticas de abuso normalizadas. Un pa¨ªs con un malestar demasiado tiempo acumulado, en el que la elite pol¨ªtica y empresarial evade impuestos, evade sanciones por colusi¨®n, evade responsabilidades por fraude al Fisco, evade multas e intereses millonarios, mientras el resto de la poblaci¨®n vive rasgu?ando para llegar a fin de mes, endeudado hasta sus ¨²ltimos d¨ªas, esquilmado por un sistema de pensiones inmoral, con una salud y una educaci¨®n cada vez m¨¢s inaccesibles. La demanda se resume en una palabra que vimos proyectada en un edificio c¨¦ntrico, como un gran recordatorio que ilumin¨® la protesta: ¡°DIGNIDAD¡±. As¨ª, con may¨²sculas, en una intervenci¨®n urbana a cargo de los mismos artistas que hace unos meses proyectaron el rostro del comunero mapuche Camilo Catrillanca, asesinado por Carabineros de Chile.
El caso es que a partir del Estado de Emergencia la progresi¨®n dram¨¢tica de la historia no hizo sino aumentar: las calles se repletaron de manifestantes, la protesta se extendi¨® a regiones, empezaron las barricadas, los infiltrados, el fuego. Y el designado jefe de Defensa Nacional en Santiago, el general Javier Iturriaga, decret¨® toque de queda. ¡°Tienen dos horas para llegar a sus hogares. Los invitamos a que, por favor, vayan y disfruten de este s¨¢bado en la noche, que se protejan como familia, que est¨¦n en sus casas y ma?ana podamos tener un mejor d¨ªa¡±, orden¨® Iturriaga. Hormigas subiendo por el muro: la escena se repet¨ªa. Militares en las calles, golpeando y disparando a la gente, carabineros lanzando bombas lacrim¨®genas al cuerpo de los manifestantes, miles de detenidos, denuncias por vejaciones, torturas y abusos sexuales en centros de detenci¨®n, cientos de heridos a bala y una cifra de muertos que al momento de escribir esto que escribo va en los dos d¨ªgitos. Los noticieros de la televisi¨®n, en su gran mayor¨ªa, apuntaban durante estas primeras jornadas a los desmanes y los saqueos m¨¢s que a la brutalidad de la represi¨®n.
Nuevo cl¨ªmax: Sebasti¨¢n Pi?era habla de enemigos organizados, dice que estamos en guerra, que los v¨¢ndalos, que los delincuentes, que la seguridad del pa¨ªs, que nos cuidemos. Se filtra un audio de la primera dama, Cecilia Morel, de un supuesto di¨¢logo con una amiga en el que dice que esto ¡°es como una invasi¨®n extranjera, alien¨ªgena¡± y se lamenta de que ¡°vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los dem¨¢s¡°. Y la sensaci¨®n de esta historia abierta, con un cl¨ªmax infinito, sin un desenlace visible, es que es imposible contarla de acuerdo con el libreto que se origina con el ministro invit¨¢ndonos a madrugar, porque el principio es muy anterior y hay que retroceder hasta la mism¨ªsima dictadura y a su Constituci¨®n pol¨ªtica que a¨²n nos gobierna para acordarnos que en esa transici¨®n pactada a la democracia estuvo todo. O casi todo. Hormigas caminando laboriosamente por un muro sin mirar hacia atr¨¢s ni hacia el costado ni hacia arriba. Sobre todo hacia arriba, donde el dedo amenazador puede aplastarnos con un clic, clic, clic. Toque de queda, toque de queda, toque de queda.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.