El juicio prudente
Nadie puede dejar de lamentar la p¨¦rdida de una de esas voces que nos ayudaban a orientarnos en un mundo como ¨¦ste de la pol¨ªtica
La coincidencia del fallecimiento de Santos Juli¨¢ con la exhumaci¨®n de Franco nos llev¨® a echarlo de menos desde el mismo d¨ªa de su muerte. ?Qu¨¦ hubiera dicho Santos de la nueva inhumaci¨®n del dictador? ?C¨®mo lo hubiera encajado en su visi¨®n de la reciente historia de Espa?a? ?Qu¨¦ significado puede tener esta irrupci¨®n de lo viejo en lo nuevo? Y as¨ª podr¨ªamos seguir pregunt¨¢ndole. Para quienes lo conocimos, estas consideraciones pasan a segundo plano, desde luego, porque la parte afectiva se impone sobre la m¨¢s estrictamente ¡°profesional¡±. Pero nadie puede dejar de lamentar la p¨¦rdida de una de esas voces que nos ayudaban a orientarnos en un mundo, como este de la pol¨ªtica, que es cada vez m¨¢s impenetrable y dif¨ªcil de asir en conceptos, donde las explicaciones banales se dan la mano con el constante cambio de temas. Todo es tan acelerado que al final perdemos la capacidad para acceder a explicaciones m¨¢s sesudas y puestas en raz¨®n.
Con motivo de su fallecimiento me acord¨¦ de esas palabras que H. Arendt eligi¨® para definir a W. Benjamin: ¡°convierte la memoria de lo que ha muerto en algo rico y extra?o¡±. Con la diferencia de que en el caso de Santos lo ¡°extra?o¡± deber¨ªa ser remplazado por ¡°did¨¢ctico¡±. Porque el uso que hac¨ªa de la memoria equival¨ªa a algo as¨ª como la creaci¨®n de una evaluaci¨®n ampliada del tema sobre el que fijara su mirada. Cuando interrump¨ªa sus estudios historiogr¨¢ficos para comentar la pol¨ªtica corriente no pod¨ªa evitar enmarcarla en el contexto m¨¢s profundo de lo que empujaba desde atr¨¢s. Por eso a veces me estremec¨ªan tanto los juicios que emit¨ªa sobre determinados acontecimientos: ¡°ve¨ªa¡± cosas que se nos escapaban a los m¨¢s anclados en nuestro inevitable presentismo.
Quiz¨¢ por eso mismo, con ¨¦l y otros de su generaci¨®n, empec¨¦ a comprender el significado de esa expresi¨®n aparentemente contradictoria: ¡°historia contempor¨¢nea¡±. En efecto, el presente, eso que la l¨®gica de los medios de comunicaci¨®n nos va acortando cada vez m¨¢s, es una ¨ªnfima parte de un continuum sin cuya contemplaci¨®n queda reducido a un cascar¨®n vac¨ªo. Bien lo hemos visto en estos d¨ªas -aunque ya empezara hace meses- con la exhumaci¨®n de Franco. La agenda de lo inmediato se ha visto colonizada de repente por algo que pens¨¢bamos tener medio olvidado. Lo noticiable, o sea, lo novedoso, pas¨® a ser lo que ocurri¨® en el punto cero de nuestra Transici¨®n.
La pregunta que queda en el aire es si seremos capaces de hacer que dure, si el ejercicio de la memoria puede persistir o si, por el contrario, no ha sido m¨¢s que un flash del pasado destinado a desvanecerse detr¨¢s de los dictados de la ¡°actualidad¡±. Personas como Santos nos imped¨ªan que algo as¨ª pudiera acontecer. Ahora, en estos tiempos tan veloces, ya no estoy tan seguro. Habr¨¢ otras voces, pero ?recibir¨¢n la atenci¨®n que merecen? Al final, me temo, todo obedece a la distorsi¨®n introducida por los tempos antag¨®nicos en que vivimos. Como dec¨ªa B. Barber, ¡°los ordenadores son r¨¢pidos, como la luz; la democracia es lenta, como el juicio prudente¡±. Por eso este ha devenido en un recurso tan escaso. Con la ausencia de Santos lo ser¨¢ a¨²n m¨¢s.
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